El pasado 20 de diciembre comenzó una campaña electoral que será recordada como la más larga en la historia de nuestro país, y también como la más absurda. Aquella noche tras las elecciones ya estaba claro qué ocurriría, y el tiempo no ha hecho sino dar la razón a quienes pensábamos que íbamos derechos a unos nuevos comicios.
Pero ya en aquellos mismos instantes, las declaraciones de unos y de otros dejaban claro que esa campaña electoral a la que me refiero había comenzado de facto. Todo lo que ha ocurrido después no ha sido más que una escenificación. Las posturas estaban claras, las enemistades irreconciliables también, y las líneas rojas eran nítidas desde el minuto cero. Pero si algún político de este país piensa que ha salido beneficiado de este folletín, vale más que se retire a sus aposentos y se dedique a la vida contemplativa.
El próximo 26 de junio habrá nuevas elecciones generales, una fecha ideal para ir a la playa antes de que llegue la inminente marabunta vacacional. No dudo que muchos españoles irán a votar, pero tampoco dudo que otros muchos no se molestarán en depositar su confianza en ningún político. ¿Tiene, acaso, algún sentido práctico? ¿Siquiera algún sentido democrático, cuando votar a uno es lo mismo que votar al contrario, y a la vez, es no votar a nadie?
A partir de ahora nos va a pasar con los telediarios como con esas cadenas de televisión que repiten una y otra vez los mismos capítulos de las mismas series. Día sí, y día también. Vamos a escuchar la misma cantinela de nuestros políticos, las mismas exigencias, las mismas líneas rojas, azules, moradas y naranjas, lo malos que son los otros, pero lo mucho que lo querré cuando me haga falta, y así hasta ese 26 de junio, que promete ser un día con tan pocas novedades como un discurso de Mr. Bean.
En mi opinión, queda mucho en este país para llegar a esas coaliciones de gobierno que se pueden dar en otros países. Dejarse llevar por el corazón, y no por la cabeza, puede tener sus ventajas en determinadas ocasiones, pero en política no parece muy razonable, sobre todo cuando más que el corazón, son las tripas las que marcan el camino. Ni en una situación extrema como la actual, hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en lo fundamental, ¿qué podemos esperar, entonces?
Me sonroja escuchar a los que dicen haberlo intentado, como me sonroja ver cómo algunos se quedaron petrificados, sin mover un pie en el baile. Los primeros sabían que no iban a ninguna parte, pero pensaban que ahora, en la campaña oficial, les serviría de argumento electoral. A los segundos, desde luego, les vale la misma campaña que para el 20D, porque pocas novedades hay en el frente desde entonces. Pero que nadie se eche flores encima, ni que cargue contra los demás: la responsabilidad de este fracaso es general. Nadie ha estado a la altura.