Caudete se vio ayer sorprendido por unos hechos trágicos, con el resultado de una mujer muerta a navajazos. Ana Hilda se llamaba la víctima, una mujer trabajadora que deja tres hijos y que se fue de este mundo por la barbarie más deleznable.
Las fuerzas de seguridad estaban sobre aviso. La Policía Local dispuso agentes dentro del Centro de Mayores, porque la amenaza se cernía sobre Ana Hilda. A partir de las cuatro de la tarde, la Guardia Civil toma el relevo en el Centro de Mayores, según me informa la Policía Local, y se organiza un dispositivo de búsqueda del agresor con numerosos agentes de la Benemérita. Se busca con ahínco a alguien al que se le intuyen las intenciones y al que urge detener.
Pero son poco más de las cuatro y media de la tarde, y en cuestión de segundos la muerte se desliza dentro del Centro de Mayores, donde trabaja Ana Hilda. Se desencadena la agresión, y poco pueden hacer los jubilados que en ese momento están en la cafetería del centro, donde transcurren los hechos. El asesino, una vez ha herido de muerte a su víctima, emprende la huida, truncada a los pocos metros por los agentes de la Guardia Civil, que lo reducen y lo detienen.
Pero Ana Hilda yace en el suelo, moribunda, enmedio de un charco de sangre. Nada se puede hacer por salvar su vida: las heridas son mortales.
A toro pasado, todo es más fácil. Incluso preguntarse qué pudo fallar. Pero hasta ese momento, nadie habría imaginado que el sujeto, sabiéndose buscado por las fuerzas de seguridad, apareciese en ese lugar, probablemente el más vigilado de Caudete a esa hora.
Pero eso evidencia lo fácil que es matar. Unos pocos segundos bastan para acabar con una vida de la forma más miserable.
Al ciudadano le quedan preguntas en el aire, preguntas que, de momento, no tienen respuesta. Todos tenemos la extraña sensación de que algo falló en este caso, pero quizás sea el desconocimiento de todas las circunstancias lo que nos lleve a tener esa sensación. No lo sé.
Lo que es evidente es que desde mediodía se buscaba al hombre que luego mató a Ana Hilda. Que se vigilaba el Centro de Mayores, puesto que la Policía Local ya mantuvo agentes dentro del edificio. Y que la Guardia Civil, al parecer, no tenía orden de proteger a Ana Hilda, sino de buscar y detener a quien la había amenazado (por eso no habrían entrado agentes dentro del Centro de Mayores), aunque esto último no lo puedo afirmar categóricamente.
La cuestión es que hoy ya no cabe más que lamentarnos por la muerte de esta mujer… Y el único responsable es el asesino. No sé si el dispositivo o la actuación de las fuerzas de seguridad fue la más adecuada, pero yo supongo que se intentaría hacer lo mejor posible. Tengo plena confianza en ello. Pero repito: ni yo, ni nadie, conoce todas las circunstancias que se dieron en los últimos minutos de la vida de Ana Hilda, y por lo tanto, no es justo criticar sin conocer todos los datos.
Ahora son momentos de dolor, de rabia, pero no olvidemos quién asesinó a Ana Hilda. La furia asesina es un vendaval difícil de detener, y más cuando al criminal no le importa ser detenido después. Es como el caso de los yihadistas que se inmolan: el caso es hacer el daño, sin importarles las consecuencias.
Mi más sincero pésame a sus hijos, a sus familiares, a sus amigos… Hemos vivido en nuestras carnes la pérdida de una paisana a manos de la sinrazón más ciega, y a todos nos ha impactado. Como decía el alcalde tras los cinco minutos de silencio a las puertas del Ayuntamiento: ojalá sea el último asesinato que tenemos que lamentar.
Descanse en paz…