El proyecto europeo tiene, cada día, más detractores. A partir de ayer, millones de españoles empiezan a plantearse para qué pertenecer a un club donde no se protegen entre sí unos socios cada vez más insolidarios.
Todos confiábamos en Alemania, ese país serio y pragmático donde la captura de Puigdemont garantizaba, a priori, que se respetase el ordenamiento jurídico español. Pero ni así: los delincuentes españoles pueden gozar de inmunidad hasta en Alemania.
El putrefacto puzzle jurídico europeo ha dado al traste, incluso, con la Euroorden, un modelo que ayer, prácticamente, quedó finiquitado por inoperante. Europa se ha convertido, de hecho, en un nido de delincuencia que pugna muy seriamente en convertirse en el paraiso mundial en este terreno. Y no lo digo sólo por delincuentes como Puigdemont o el resto de sus secuaces, sino porque Europa acoge, desde hace años, la mayor parte de los criminales «de élite» del mundo. Es decir, aquellos que manejan poder y dinero, y que se acogen en muchos países bajo el manto de la persecución política, pero que no deja de ser una operación de simbiosis perfectamente orquestada.
Y es que de países como Bélgica o Suiza, nada se puede esperar en cuanto a solidaridad. Y cuanto más ricos son los países, menos todavía. Pero Alemania es el timón europeo, la referencia. Y lo de ayer, sin duda, puede considerarse una traición en toda regla que destroza la confianza mutua.
Volviendo a nuestro país, queda claro que no pintamos nada en Europa, ni tenemos el menor peso específico. Que nadie dude de que si esto hubiese ocurrido al revés, España no habría traicionado a Alemania. Por lo tanto, y desde esta perspectiva, nuestro país debe actuar de acuerdo a sus leyes, sin que le tenga que importar ni un ápice qué piensan sobre sus decisiones sus socios comunitarios. Ni siquiera la opinión pública internacional, a la que parece que tenemos mucho miedo, pero que ningún país toma en consideración cuando debe actuar según sus criterios.
Es decir, dejemos de hacer el ridículo. Es la primera condición para que alguien nos tenga en cuenta.
Si el hecho de querer romper un país comunitario por las bravas, como ocurre con Cataluña, no es un hecho lo suficientemente grave para Europa, creo que Europa, simplemente, no existe. España, por lo tanto, tendrá que tomar sus propias decisiones al margen de ese club decadente, y espero que, de una vez por todas, sean las correctas.
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