Anoche falleció Pedro Agulló, tras pelear muchos meses con su terrible e implacable enfermedad. Se nos ha ido un amigo, y algo más, porque Pedro siempre estará presente entre los caudetanos no sólo con su recuerdo, sino con sus hechos, plasmados a través de su trabajo, entrega y amor hacia su pueblo.
No hace falta enumerar cuánto tiempo dedicó a sus queridas Fiestas Patronales, todos los cargos que desempeñó a lo largo de su vida, todo el trabajo callado y bien hecho que desarrolló durante tantos años… Nunca podremos agradecerle bastante lo que nos aportó con tanta generosidad, y sin esperar jamás la recompensa de un simple gesto de agradecimiento. Pedro hacía las cosas por convicción, nunca por notoriedad. Él era así.
No puedo dejar de mencionar nuestros «Episodios caudetanos», porque formaban parte indivisible de su vida. Pedro los vivió con intensidad desde todos los ángulos posibles, y de hecho fue su director, tras Juan Huesca, hasta que tuvo fuerzas, ya enfermo. También fue un gran Embajador, y fue el responsable de la comisión que consiguió la denominación de Bien de Interés Cultural para nuestros «Episodios caudetanos», algo que con el tiempo se valorará en toda su dimensión. El mejor homenaje que podemos hacer a Pedro es, precisamente, mantener viva la pasión que dedicó a nuestra Embajada.
Pedro era un hombre profundamente familiar, su mujer y sus hijos eran su vida, y así me lo manifestó más de una vez, aunque no era necesario que lo dijese: se percibía a simple vista. Era de esas personas que desprenden buenas vibraciones cuando estás a su lado, de las que inspiran confianza, de las que te hacen sentir a gusto. Era, nada más y nada menos, una buena persona.
Descansa en paz, Pedro…