Todos tenemos que alegrarnos de que este hombre estuviese donde estaba, en aquel momento tan delicado para la historia de nuestro país. Su inteligencia, su fuerza, su valentía y su espíritu de unir, y no de excluir, fueron determinantes para que España iniciase la senda de la democracia.
Con él, sin embargo, acabó ese espíritu de concordia, esa política de consenso que protagonizó su mandato. Parece como si una vez aprobada la Constitución, y una vez se sentaron las bases para una convivencia pacífica, fuese obligatorio el agrio enfrentamiento político, la pérdida del respeto al contrario, la incapacidad para mantener cierta elegancia, incluso la educación más elemental. La degradación de la política desde Suárez hasta nuestros días ha sido progresiva, y poco ha quedado de aquel sentido de Estado de los políticos que les permitía negociar y llegar a consensos entre partidos de muy diferente signo.
Hoy en día, las consignas de los partidos son las que dirigen a sus representantes, y los políticos no son más que meros portavoces de lo que los departamentos de marketing de sus organizaciones les ordenan, sin opción a la propia iniciativa. Se trata de desprestigiar al contrario, no de resolver las cuestiones de los ciudadanos. Eso ya vendrá más adelante, como segundo plato. Lo primero, machacar al rival.
Una lástima la pérdida de Suárez, y una lástima que no haya cuajado su espíritu moderno y su manera de entender la política. Con unas prioridades inamovibles, con una responsabilidad intachable, es el político que hoy, sin duda, necesitaría España