El título que coloco en el escrito de hoy corresponde a la distinción, a la escala o el valor que el imprescindible señor Pla, don Josep, concede a la amistad entre los humanos, y en una gran parte de países; afirmación que tiene como garante, el haber residido largo tiempo en otros lugares además de España.
Las distinciones de conocidos y saludados no requieren, a mi juicio, demasiado interés para desarrollar alguna circunstancia reseñable, pues me atrevo a reducirlas a una simple y discreta relación de cordialidad. La amistad sí que merece toda mi atención.
Escribiré acerca de mi persona. Poseo, creo, una virtud estrechamente adosada a un probable defecto: a los que catalogo como amigos numerarios, les quiero mucho, quizá en exceso. ¿Qué ocurre cuando descubro que ellos, por lo que fuere, no complementan su amistad con la mía? Sufro, de verdad. Con el tiempo, he discurrido una prueba que me permite incluir o excluir a estas personas como tales amigos: «la prueba del nueve» la he titulado, era una prueba aritmética que hacíamos los críos para cerciorarnos que una división estaba bien hecha. Anécdotas aparte, dicho experimento consiste en no llamarle por teléfono, no mandarle un email, carta o visita personal durante un tiempo aproximado de varios meses. Si al cabo de los cuales no tengo noticias de él, personal, email o epistolarmente, de inmediato, lo incluyo en la lista de conocidos. Lo que pueda parecer perverso de esta situación se produce el día que me telefonea o me visita dentro de estas fechas de prueba; es entonces cuando le hago saber que ha sido expuesto a «la prueba del nueve», y la ha pasado con nota. Si se cabrea o no, me da lo mismo, es mi amigo y le digo que le quiero, sin más. Hasta el otoño de hoy, ninguno de los examinados ha abandonado mi fraternidad. Nos sabemos, pero no estamos todo el día juntos.
A esta cualidad de amigos federados que he descrito en el anterior párrafo, cuando, por suerte, nos encontramos con ellos, debemos de achucharles con un abrazo. Es imprescindible abrazarlos, ya que estrechar la mano sólo puede ayudarnos a cerrar un trato o bien, saludar a un «conocido o saludado».
Tengo comprobado y leído, que nunca, nunca, le tienes que dejar dinero prestado a un amigo; arriesgas demasiadas posibilidades de que pierdas, al amigo y al dinero. Si estás en posesión de tesorería, a un verdadero amigo le regalas el dinero que necesite; si tú lo has incluido en el prestigioso ranking de amigos, él te lo devolverá en cuanto pueda. Si tenéis posibilidad, probadlo, benditos lectores. «Un buen amigo tiene que contar contigo no hasta dos o hasta cinco, sino contar contigo». (J.M. Serrat).
Otro procedimiento, más simple, directo y un poco brusco de calibrar amigos, consiste en encajar, mantener y disfrutar de amistades duraderas con personas que manifiestan ideas, acerca de la política, opuestas a las que tú defiendes. Esto sí que parece difícil…
La amistad en la juventud la considero muy poco comparable con la de la madurez. Tú y tus amigos, cuando derrochabais esa joven amistad de grupo, de pandilla; padecíais y disfrutabais de casi las mismas inquietudes: divertirse, follar, beber más de la cuenta. En la madurez la amistad es más sólida, estructurada, diversa, entrañable. Jamás de debe manejar la amistad en la época final de la vida como un trueque o intercambio de favores. ¡Qué despreciable!
La amistad en el trabajo me atrevo a calificarla de compadreo. Para adoptar amigos en el campo laboral tienes que apartar, sin remedio: el dinero, la categoría, la responsabilidad. Por estas razones la he denominado compadreo. Puede parecer que son tus amigos, pero están bastante lejos de serlo…
La amistad dentro de la familia tampoco es una amistad con denominación de origen, ¡qué va!; es de manera rotunda una obligación contractual. Un deber impuesto por tu esposa hacia su hermano, por el servicio de mesa y mantel que muchos domingos te regala tu hermana, por el apartamento costero que pone a disposición tu cuñada.
Es el momento de escribir acerca de la insensatez que te cuentan ridículos papás o mamás en el andamio o en la cafetería, con esta estúpida frase: «Yo soy muy amigo de mi hija/o», los más estultos, la complementan: «Mi hijo/a me lo cuenta todo». ¡Imbécil! ¿Te cuenta cuándo ha faltado a sus clases para irse de juerga? ¿Te cuenta cuándo José Luis ha intentado pegarle un polvo? ¿Cuándo le dio mucha risa probar aquel cigarrillo liado? ¡Nunca! Te dice lo que a ella le interesa para conseguir de ti algo. Si no lo ves, es porque no quieres verlo…
En 1974, Serrat graba un disco sin título, incluyendo la canción «Decir amigo». Un canto de amistad y de recuerdos, de los lugares de su juventud. Nos los devuelve con cariño y ternura.
Decir amigo
es decir: juegos, escuela, calle y niñez,
gorriones presos
de un mismo viento
tras un olor de mujer.
Decir amigo
Es decir: vino, guitarra, trago y canción,
furcias y broncas
y en los tres pinos
una novia pa los dos.
Decir amigo
me trae del barrio
luz de domingo
y deja en los labios
gusto a mistela
y a natillas con canela.
Decir amigo
es decir: aula, laboratorio y bedel,
billar y cine,
siesta en las ramblas
y alemanas al clavel.
Decir amigo
es decir: tienda, botas, charnaque y fusil,
y los domingos
a pelear hembras
entre Salou y Cambrils.
Decir amigo
no se hace extraño
cuando se tiene sed de veinte años
y pocas penas
y el alma sin media suelas.
Decir amigo
es decir: lejos
y antes fue decir adiós,
y ayer, y siempre,
lo tuyo nuestro
y lo mío de los dos.
Decir amigo
se me figura que
decir amigo
es decir ternura.
Dios y mi canto
saben a quién nombro tanto.

