Hubo un tiempo en que escribían los anónimos para debatir y opinar. Pero no tenemos remedio. Ahora, cuando nos ponemos la careta, la mayoría de las veces sólo es para mostrar nuestro lado más oscuro.
Por eso, estoy de acuerdo con aquellos que piensan que el anonimato en las redes sociales no debería estar permitido. La experiencia es un grado, y sirve, fundamentalmente, para aprender. A veces, a base de darse algún trompazo, como me ocurrió a mí hace años, cuando en mi afán por dar voz a la gente para que pudiese debatir, siempre terminaba escaldado. El resultado siempre fue el mismo: el anonimato, inexorablemente, era la autopista al infierno, que dirían los de AC/DC.
Mi opinión es clara: si quieres decir algo, lo dices, y lo dices en tu nombre. Si no te atreves a decirlo con tu nombre, por algo será. Y si quieres insultar a alguien, hazlo con tu nombre. Y asume las consecuencias, si ha lugar. Pero esconderse para insultar, manipular o calumniar es, simplemente, de cobardes. De sinvergüenzas. Y, al final, destruye al mensajero. En este caso, las redes sociales, que, de seguir así, perderán toda su utilidad y credibilidad. Habrá, quizás, que inventar otra cosa.
En gran parte, las redes sociales se han convertido ya en un estercolero por culpa de los anónimos, de los que se esconden para difundir impunemente su bilis. La moda es burlarse de quienes acaban de fallecer, con sus familares aún en el tanatorio. O desear que a quienes no piensan como ellos les ocurran las cosas más terribles. O engañar a niños para violarlos. O difundir bulos y murmuraciones para atacar al compañero de trabajo… Bajo la careta caben muchas cosas, la mayoría increíbles.
Realmente, nadie es completamente anónimo. Basta con que se quiera cazar a alguien, para que no tenga ni la más remota posibilidad de escapar de la justicia. Da igual que se haya dado de alta en un ordenador situado a cien kilómetros de distancia, y luego escriba sus mensajes desde un locutorio o una biblioteca. Su rastro es claro y diáfano. Por eso, resulta todavía más inaudito que haya gente que piense que es realmente anónimo. Pero ésta no es la cuestión: el problema no es que a un tipo lo pillen y pague tresmil euros de multa, o que vaya a la cárcel, sino que exista la posibilidad real de cometer ese delito.
¿Estoy exagerando? Lamentablemente, no. El nivel de delincuencia a través de las redes sube cada vez más, en parte por la posibilidad de esconder nuestra identidad. Porque es verdad que nadie es anónimo completamente, pero enmedio de un océano inmenso, la delincuencia basa su estrategia en las leyes de la probabilidad… ¿y si no me pillan? Por desgracia, muchos se libran.
Quien difunde un meme por Whatsapp, difícilmente conoce al autor. Lo difunde sin más, porque le ha llegado por un grupo de amigos, y le hace gracia. Pero hay que llevar cuidado: a veces se utiliza para burlarse de gente cercana a nosotros, o que, simplemente, conocemos. ¿Quien no conoce algún caso? Yo conozco más de uno… Hay que tener claro que el fin último es el de hacer daño, y que no deberíamos contribuir a su difusión, porque se trata de un método «anónimo» de herir a alguien.
Contribuir a un mundo mejor es posible de muchas formas. Una de ellas, mostrando respeto hacia los demás. Conversando con educación en persona, chateando o a través de Facebook. En el fondo, las personas somos las mismas, aunque en algunos casos nos separe una pantalla. No vamos por la calle con una careta, ni debería hacernos falta para dar nuestra opinión.
Como en casi todo, hay excepciones. Utilizar un pseudónimo para hablar respetuosamente, lo admito. Es una opción aceptable si el uso es correcto, y si el pseudónimo está claramente identificado bajo unos datos que, en caso necesario, pondrían al descubierto su identidad. En esta misma página se utiliza ese sistema, al igual que en la mayoría de periódicos del mundo, un sistema que, además, permite la moderación de los mensajes, para que el contenido se ajuste a las leyes vigentes (que no sea insultante, racista, violento, etc.). Pero esto se utiliza, más que nada, para comentar noticias, y no es el objeto de mis críticas, que se dirigen, sobre todo, a las redes sociales como Twitter o Facebook, la reina de ese mundo, donde el administrador es el propio usuario que, en teoría, debería utilizar sus datos verdaderos para interrelacionarse con los demás, la mayoría de los cuales sí cumplen esas normas.
La bandera de la libertad de expresión no sirve para defender el anonimato y todo lo que salga a través del mismo. La libertad de expresión es de los individuos, con su nombre y apellido, y con su responsabilidad. Es un derecho fundamental que no todas las personas del mundo tienen, pero es un derecho que también nos obliga, indefectiblemente, a llegar, como máximo, hasta el límite de los derechos de los demás.
Que nunca se nos olvide esto.