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APODERAMIENTO POR PARTE DEL ESTADO DE LA LIBERTAD EN LA CULTURA Artículo de Óscar de Caso

NOTA PRELIMINAR DE UN SERVIDOR: En los escritos que transcribo o resumo no revelo con anterioridad al texto transcrito el nombre de su autor para evitar en su inmediata lectura sesgos primarios que condicionen dicha lectura y sus razonamientos. En esta ocasión, transgredo mi norma debido a que lo creo justificado.

Es un texto extraído del libro “Joven, no me cabree” escrito por Albert Boadella. Trata de un joven alumno que está realizando su tesis doctoral sobre el arte del teatro. Acude, por tanto, al señor Boadella para que le aconseje y le instruya sobre el arte de Talía. El texto que transcribo es el razonamiento final que hace el maestro al alumno sobre la situación actual del teatro manipulado por los distintos gobernantes que hemos padecido. Les paso el texto.

Hace sesenta y dos años, que actuaba por primera vez en un escenario muy distinto a este. La madera del suelo se movía y chirriaba de forma irritante, las cortinas albergaban el polvo de decenios, la iluminación era exigua y estar situados donde estamos ahora significaba un riesgo mortal porque las vigas que sustentaban el telar eran el gran alimento de la carcoma. Les hablo de algo habitual en aquel momento. Hoy aquí, todo está perfecto y ustedes disfrutan de este formidable escenario pagado por los contribuyentes. Hace sesenta y dos años también era tan joven e inexperto como ustedes, pero, sin ánimo de molestarles, les voy a confesar que me animaba un entusiasmo y una pasión mayores que la suya. La carencia de medios tiene esa ventaja. Penuria, arte y esfuerzo eran inseparables de los inicios. En cierto modo, lo han sido siempre. Me atrevo a decir que es casi obligado empezar así para obtener un resultado eficaz. Todo esto se lo cuento porque ahora están ustedes rodeados de una profusión de medios y posibilidades. Son las ventajas de estar bajo el amparo de las administraciones públicas. No obstante, la contrapartida previsible es una vida artística de calidad inferior a la que tuve en mis inicios, a pesar de vivir y trabajar en una dictadura…

Sí. sí, no pongan esas caras… Actualmente estamos en una situación de menor libertad. Cuando les hablo de libertad no me refiero a las normativas legales que las actuales democracias protegen ampliamente. Me refiero a su libertad personal, condicionadas ahora por el gozoso sometimiento de nuestro gremio a la cultura de Estado. Esta desatinada concesión al poder por parte de los artistas significa un gran impedimento para que pueda aflorar lo fundamental de nuestro oficio…

¿Me pregunta que es lo fundamental?… Pues mire, la libertad de expresar sobre la escena nuestra propia verdad sin condicionantes, ni prejuicios ni servidumbres…

¿Me está diciendo que ustedes son libres?

No se ofendan si les digo que solo en parte. Quizá no lo perciban ahora, pero están sometidos a un sibilino tributo de vasallaje hacia quien aporta los medios. Los grandes teatros públicos, sus festivales, las subvenciones, las normativas técnicas y administrativas, los premios y un sinfín de aparentes beneficios que hoy distribuyen y regulan los Estados forman la gran tela de araña en la que estamos cautivos. Ellos nos han metido en ese afectado revoltijo que llaman “cultura” y nosotros nos hemos amoldado a su sopa boba a cambio de una supuesta seguridad. Deberían entender que la seguridad es algo incompatible con el artista. La demagogia populista ha vendido el arte que se produce hoy como una competencia del Estado, a imagen y semejanza de los que son y han sido los regímenes comunistas. La consecuencia inmediata es que a nuestra profesión se la ha situado en su totalidad bajo esos hábitos, convertidos ahora como los más progresistas. Seguro que todos ustedes son gente de esta tendencia, pues lo contario significaría enfrentarse a la mayoría del gremio.

¡Por favor! No se cabreen… Estoy describiendo la realidad estadística de una profesión en la que todos se sitúan en el mismo segmento… No se vayan, que no he terminado todavía…

Resulta evidente que el Estado tiene que ejercer una función protectora en lo que se considera patrimonio, pero no es prudente hacerlo sobre los contemporáneos que están realizando sus obras. Las artes parten de una necesidad íntima y personal. Son una sección privada que busca transmitir la propia intimidad a lo público. Las manos bajo las cuales se transmite esta intimidad son decisivas. El marchante Paul Durand-Ruel lo fue para que a los impresionistas se les conociera en el mundo entero. Lo mismo que los artistas que trabajaron bajo Lorenzo de Médicis. Estos hombres, mecenas o empresarios, eran apasionados entusiastas de lo que promocionaban y vendían. Hoy no es así. Los Estados se han convertido en reguladores de esta transmisión pública. Para tal finalidad se ha organizado una compleja y costosa burocracia y un sinfín de leyes y normativas tan complejas que llegan a condicionar los productos.

Bajo este criterio, han decidido tratar las artes como un bien público. No estoy en contra, pero para tal fin, la administración ha llevado a término una política basada en vender las artes escénicas por debajo de su coste real. La razón de este proceder, aparentemente magnánimo, es que ellos aportan el dinero que falta para que todo ciudadano tenga acceso a ellas. La administración se convierte así en intermediaria entre el artista y el espectador, regulando materialmente la relación entre los dos. En definitiva, eso determina que los artistas se amoldan a la estructura política dominante del momento. Una política que reglamenta en nuestro tiempo las directrices culturales de una nación. En el caso del teatro, el contrasentido de este sistema de tutelaje es que la mayoría del público podría pagar el precio real de las obras, pues así lo hace en otros terrenos como el deporte incluso los musicales.

Pero lo que mueve a los gobiernos en esta cuestión proteccionista no son tanto las razones sociales como su propia publicidad política y el control de la trayectoria cultural. Ciertamente, hoy los ciudadanos no tienen que hacer esfuerzo alguno para entrar en un teatro. Es el precio de lo que cuesta tomar unas copas. Por la misma razón, la obra tampoco será más trascendente que las copas. La propia facilidad de obtener la entrada disminuye el interés sobre el producto. Es un principio básico del comercio. El descrédito popular de nuestro oficio es la consecuencia de ser un producto escasamente valorado. Por eso se habla comúnmente del teatro como algo afectado de una cierta minusvalía. No somos capaces de valernos por nosotros mismos y establecer una relación directa público-artista que garantice nuestra libertad. La administración se harta de llenar los patios de butacas con sus invitaciones y el gremio persigue a escolares, jubilados y toda clase de asociaciones para que la sala no esté medio vacía, una situación endemoniada, asentada sobre la gran falacia de esta sociedad tan simuladora. Una sociedad que busca encorsetar a los artistas para que no se desmadren fuera de los ámbitos establecidos. Hemos penetrado en la era del gran triunfo de los mediocres. Ellos exigen tener unas estructuras de protección que les sitúen en el mismo lugar que la excelencia y de aquí el éxito de esta fórmula de intervención pública…

Hoy pongo un bolero romántico y un poco canalla (como exige el señor Sabina a todo bolero que se precie como tal). Lo interpreta la negra cubana La Lupe (1936-1992). Se titula “Lo tuyo es puro teatro”. Compuesto por el portorriqueño, Tite Curet Alonso.

Igual que en un escenario,

finges tu dolor barato.

Tu drama no es necesario,

ya conozco ese teatro,

fingiendo,

que bien te queda el papel.

Después de todo parece

que es esa tu forma de ser.

Yo confiaba ciegamente

en la fiebre de tus besos.

Mentiste serenamente

y el telón cayo por eso.

Teatro.

Lo tuyo es puro teatro.

Falsedad bien ensayada,

estudiado simulacro.

Fue tu mejor actuación

destrozar mi corazón.

Y hoy que me lloras de veras,

recuerdo tu simulacro.

Perdona que no te crea,

me parece que es teatro.

Teatro.

Lo tuyo es puro teatro.

Falsedad bien ensayada,

estudiado simulacro.

Fue tu mejor actuación

destrozar mi corazón.

Y hoy que me lloras de veras,

recuerdo tu simulacro.

Perdona que no te crea,

me parece que es teatro.

Perdona que no te crea,

lo tuyo es puro teatro.

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas