Estos adjetivos y, quizá, precisara algún otro más, podrían descubrirnos la poesía. Es, sin duda, la que se encuentra situada al final de la literatura. Es a modo de un ensayo de dolor para el que la escribe. Peleas por componerla, pero en muy pocas ocasiones lo consigues. Tratas de adornar, con mucho entusiasmo y bellas metáforas, las cosas y lugares más comunes y casi siempre pierdes.
Poesía es mucho más que lo que se escribe en los libros dejando amplios márgenes blancos a los lados de la página. Para calificar una obra, del tipo que sea, como arte, tiene que subyacer la poesía en su interior; se puede asegurar que la contiene sólo si te emociona.
Un servidor sostiene, a diferencia de un buen número de lectores de poetas, que aquél que tiene el coraje y ánimo de escribir poesía, no tiene que poseer una desmesurada imaginación. A mis poetas contemporáneos preferidos, siempre los he escuchado afirmar que para escribir versos de calidad hay que ofrecerles tiempo y trabajo en cantidad. Se debe tener la certeza de lo que uno escribe merece la pena; para conseguirlo debemos alejarnos del aburrimiento del oficio y poseer una refinada delicadeza observadora.
Rechazo, de manera firme, que todos los poetas excelsos aparenten ser bohemios extravagantes e incluso pendencieros. Lograr escribir estrofas dignas les deberá emplear muchas horas. Tengo la sensación de que aquellas personas que tengan la ilusión de ser unos buenos poetas, no lo sean por vocación, más bien estoy casi convencido que antes se han puesto a escribir y les ha gustado lo que han escrito.
Los poetas que se inician estos días en la profesión, padecen un hándicap en relación a los otros tipos de literaturas: no hay críticos competentes que los valoren en sus comienzos. Los editores han ocupado ese puesto, y todos sabemos que, para éstos, lo esencial es la rentabilidad económica y, también, todos sabemos que la poesía se defiende con dificultades en ese campo. Una gran parte de los que tienen la ilusión de alimentarse de la poesía, sufren penalidades, sobreviven de la solidaridad de los amigos y del cariño de sus compañeros de vida, y sirviendo bebidas. Algunas personas entendidas en este asunto vienen a decir que convirtiendo la poesía en prosa y ver qué ocurre, se puede adivinar la calidad de la misma. Aquí puedo dejarlo…
A la poesía la han maltratado: el Día de los Enamorados y las citas empalagosas e hiperbólicas de internet. «En la juventud de hoy, asegura el imprescindible señor Herrera, don Ángel Antonio, se lleva el verso epiléptico y de sosería.» La moral de la época no debe prevalecer por encima de la poesía.
Se puede contribuir a popularizar la lectura de poesía con la ayuda de la poesía musicalizada. Ahora bien, el empuje decisivo y obligatorio tiene que llegar vía Ministerio de Educación y Cultura, que debe formar parte de un país que se aprecie como tal.
Yo, me atrevo a ofrecer ayuda a aquellas personas que tengan la inquietud de comenzar a disfrutar de la poesía; que comiencen escuchando canciones que les provoquen dulces sentimientos, que se les pierda alguna lágrima de felicidad al escucharlas; que consigan las letras de estos temas y las lean despacio. Mi experiencia, casi un defecto, me niega escuchar poesía, me es preciso leerla. Otra cosa más, benditos lectores: la poesía nunca se pasa de moda, y añadiré: los libros Debolsillo de antologías poéticas suelen ser muy económicos.
El escrito de hoy lo finalizo con unas palabras de Ramón María del Valle Inclán: «Los poetas tienen derecho al alfabeto y en virtud de su dominio las palabras, la facultad de rebautizar la realidad. Los poetas tapan para descubrir, miran en ángulos inverosímiles para enseñar lo sencillo. Los poetas verdaderos rara vez habitan en las zonas grises de las dictaduras. Son reos de cárcel y exilio, agradecidos invitados en la corte.»
Es obligado alcanzar el final de estos papeles intentando descubrir las bondades de la poesía, y no hacerlo con el poema-canción de Joan Manuel Serrat, compuesto en 1971 en un pequeño hotel de la localidad de Calella de Palafruguell, Girona. Una canción que, en sus primeros borradores, empezó llamándose «Amo el mar» e «Hijo del Mediterráneo» y que terminó titulándose «Mediterráneo».
El mar de su infancia, de sus amores, el mar en que desea ser enterrado. Nos lo revive con un gusto delicioso, de la misma manera que cualquiera de nosotros nos sentiríamos al recordar los espacios de nuestra juventud donde creímos gozar de felicidad.
Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa.
Escondido tras las cañas duerme mi primer amor.
Llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya.
Y amontonao en tu arena,
tengo amor, juegos y penas, yo,
que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno.
Que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul
para que pintes de azul tus largas noches de invierno.
Y a fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.
Y a tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino.
Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino.
tengo alma de marinero.
¿Qué me voy a hacer?, si yo,
nací en el Mediterráneo.
Nací en el Mediterráneo.
Y te acercas y te vas después de besar mi aldea,
jugando con la marea, te vas pensando en volver.
Eres como una mujer perfumadita de brea,
que se añora y que se quiere,
que se conoce y se teme, ay,
si un día para mi mal viene a buscarme la parca
Empujad al mar mi barca con un Levante otoñal
y dejad que el temporal desguace sus alas blancas.
Y a mí enterradme sin duelo,
entre la playa y el cielo,
en la ladera de un monte más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.
Mi cuerpo será camino, le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.
Cerca del mar, porque yo,
nací en el Mediterráneo.
Nací en el Mediterráneo.
Nací en el Mediterráneo.
