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Autopsia a un político Artículo de Óscar de Caso

Este escrito, en su lectura, no se debe entender como una venganza velada de mi persona hacia los políticos, lejos estoy de ello, estaría sobrevalorándolos, sin duda. Tampoco se puede decir que lo haya escrito desde la amargura o la desesperación, ¡no qué va!, cada día que pasa soy más optimista y convencido de que la situación de desamparo en que vivimos la mayoría, se terminará el día menos pensado cuando alguien, alguna buena persona, logre que todos aquellos pobres federados salgan a la calle y reciban la parte justa de la herencia que les corresponde.

He diseccionado al político sin acritud; basándome sólo en las noticias contrastadas de los periódicos, en sus declaraciones a los mismos medios, a las sentencias judiciales, a mi limitada veterana experiencia, a través de la asistencia a los plenos municipales, a los comentarios de mis vecinos, paseando por la calle.

Yo creo que el principal y más común defecto de un político es mentir. Mentir de forma insistente y descarada al pueblo que lo ha elegido, al pueblo que lo tiene como jefe, que voluntariamente ha decidido que él sea el líder; sin duda, es un mal pago.



Mienten, porque es conveniente colocar cortinas de humo, no decir toda la verdad o decir media verdad, con lo cual se dice media mentira, y así se encuentran más escudados. No hay que olvidar que la información es ya un poder, y el poder no se le puede dar del todo a los informados, a los que deberían estar informados, sino que se reserva para el poderoso.

El abuso del poder sin duda corrompe, y el poder está siempre a dos dedos de pasar del uso al abuso. El poder aísla irremediablemente. El poder primero alegra, después marea y luego ya, si se bebe sin tasa, nos pone como una cuba.

Las cualidades que debe tener un buen gobernante son: la honestidad, la previsión, la humildad, la sobriedad -no confundir con austeridad- en el gasto, la ejemplaridad y la serenidad. Lo que debe causar admiración en un político es la disponibilidad de ser utilizado, o de ser sustituido, no por su partido, sino por su pueblo. Esa gallardía de decir: «Aquí estoy y, mientras os sirva, me tenéis; y, cuando no, me despedís».



Un político debe dar buen ejemplo. Él está arriba y todo el que está arriba tiene como condición ser ejemplar, ser un modelo. ¿Cómo no va ser ejemplar, imitable y modélico el político? Debe serlo, por encima de todo. Como reseña, el imprescindible señor Anguita, don Julio: «El político no puede tener vida privada, tan solo debe tener intimidad».

El político está obligado a estudiar, debe entender de los últimos acontecimientos científicos, saber las últimas posiciones en el tema del arte. Porque el político está tratando de influir con sus ideas en una sociedad en la que se da todo eso. Y que no me vengan con el cuento chino de: «yo soy un trabajador». Que se acuerden de Pablo Iglesias (el líder de Podemos no, el otro). La política es estudio, reflexión, la política es dolor de cabeza y un gran valor cívico. De la falta de conocimientos y cultura viene ese atornillamiento al cargo que se produce cuando algún político se niega a dimitir ante una grave mentira descubierta o un delito fehaciente; ¿en qué empleo se va a ocupar si lleva media vida viviendo del cargo y no tiene oficio ni carrera?

Un político debe evitar a toda costa la guerra interna, triunfar en la externa y garantizar el reparto de las ventajas de la vida en común.



Ya lo he escrito alguna vez: en España, la de político debe ser una de las escasas profesiones para las que no hace falta tener estudios primarios ni superiores. Saben que nadie les pide cuentas. Se atreven a todo porque todo lo ignoran, y porque le han cogido el tranquillo a la impunidad en este país casi miserable, bastante cobarde, que nada exige a sus políticos pues nada se exige a sí mismo.

Tras la añada de políticos admirables que tanta esperanza nos dieron, ha tomado el relevo esta generación de trileros profesionales que no vivieron el franquismo, la clandestinidad ni la Transición, mediocres funcionarios de partidos que tampoco han trabajado en su vida, ni tienen intención de hacerlo.

Salvo escasas y dignísimas excepciones, la democracia española está infestada de una gentuza que, en otros países o circunstancias, jamás habrían puesto sus sucias manos en el manejo de presupuestos o en la redacción de un estatuto. Pero ahí están ellos: oportunistas aupados por el negocio del pelotazo autonómico, poceros de la política. Los nuevos amos de España.



Escribamos acerca del tema: «carisma». Detesto el carisma en política. Porque el carisma se dirige no a la razón, nunca al cerebro, sino a otras vísceras menos respetables. El carisma no me convence, intenta arrastrarme y eso no me gusta. A mí me gusta lo que verdaderamente se reflexiona, se decide con conciencia, con conocimiento de lo que se trata. Los carismáticos no suelen terminar bien; cuando el carisma se cae al suelo, la gente se venga de todos los engaños. Porque la gente no está convencida, está simplemente seducida por el carisma. Les suena de algo esto, verdad…

Vayamos a la paradoja: los populares no son populares, los socialistas no ejercen, los liberales son conservadores… Como dicen en mi pueblo: «Esto es el coño de la Bernarda».

Yo sigo creyendo que existen las derechas y las izquierdas, y que España es de izquierdas desde hace varias décadas. Derechizada o no, pero de izquierdas. Creo que sigue existiendo esa izquierda que aspira a la justicia social, a la redistribución de la riqueza. Y sigue existiendo la derecha, de otra manera, medio camuflada, pero aspira a lo mismo que aspiraba… Lo que sucede, es que, en este momento, los hombres honrados no debían de contentarse con ser honrados. Tendrían que salir a la calle a pregonarlo: mírenme aquí están mis papeles, aquí mis cuentas, aquí mis ganancias y aquí lo que pago.



De algún modo, seguimos siendo súbditos de la dictadura. Se dictan órdenes sin demasiadas aclaraciones, no se exponen las causas del cambio de opinión de decisiones trascendentales, de comportamientos insólitos y de programas electorales incumplidos. No hay a quien reclamar la verdad. Todo es una confusa burocracia. No se nos dice en serio la verdad. Se les hacen preguntas concretas para obtener respuestas concretas y se salen «por los cerros de Úbeda»; se les vuelve a repreguntar lo mismo varias veces, y en tono chulesco se cierran con un: «hoy eso no toca». No se nos convence de las decisiones, y nadie dimite. ¿Se han fijado, benditos lectores, en que hay políticos que deberían haber dimitido ya dos o tres veces, y no ha dimitido todavía?

El pueblo español podrá no estar bien informado y podrá no estar bien formado, pero tiene una naturaleza congénita, y tiene un sentido por encima de todos los demás: un olfato magnífico. Y si huele a podrido…


Dejemos el tema de los políticos y hablemos de algo mucho más lindo; se trata de la canción del poeta Serrat «Especialmente en abril» publicada en julio de 1987 en el disco «Bienaventurados». Tengo que declarar que es una de las canciones que más me emocionan. Debe ser un despilfarro de los sentidos poder disfrutar de dos primaveras al año, como puede suceder si viajas en octubre al cono sur. Al parecer, es lo que viene haciendo este gran poeta desde que tuvo el placer y la suerte de visitar esas tierras hace ya muchos años.

Contiene esta canción un verso de Pablo Neruda perteneciente al poema de amor titulado: «El nuevo Soneto a Helena» donde escribe: «que las nieves son más crudas en abril especialmente».

 

Especialmente en abril,
se echa a la calle la vida.
Cicatrizan las heridas
y al corazón, como al sol,
se le alegra la mirada
y se abre paso entre las nubes.
Al paisaje se le suben
los colores a la cara.
Y apetece ir donde cubre
a nadar contra corriente.
En abril especialmente
– en Buenos Aires, octubre -.

Se ruega al señor «fulano de tal»
– dice la voz de la conciencia malherida- –
que haga el favor de personarse
urgentemente en la salida.

Que el día más insospechado
y de cualquier manera,
en el lugar más imprevisto
se puede aparecer la primavera.

Especialmente en abril,
la razón se indisciplina
y como una serpentina
se enmaraña por ahí.
Van buscando los rincones,
sofocadas, las parejas.
Hacen planes y se dejan
llevar por las emociones.
Sin atender, imprudentes,
el consejo de Neruda:
«que las nieves son más crudas
en abril, especialmente».

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas