Europa, y el mundo entero, se ha levantado hoy sobresaltada de nuevo por la barbarie terrorista. De momento, más de treinta fallecidos y dos centenares de heridos es el balance del primer atentado yihadista perpetrado en Bruselas.
Varias explosiones en el aeropuerto y en el metro, en horas punta, han sembrado de muerte y dolor Bélgica. De nuevo, soy consciente de que cada día se producen matanzas parecidas en muchas partes del mundo, con mucho menor seguimiento por parte de los medios. Pero también es cierto que la cercanía, el compartir tantas cosas, entre ellas, los valores democráticos y de libertad, con los países europeos, nos acerca mucho más a las víctimas.
Compartimos un espacio común, Europa, que está siendo golpeado con cada vez más insistencia. El fanatismo y la criminalidad yihadista han de ser combatidos con determinación. No es el momento de justificaciones, sino de supervivencia. Pura y dura. Nos están matando en nuestra propia casa. Hombres, mujeres, niños… Los terroristas en general, y los yihadistas en particular, no tienen otro afán que el de causar el máximo daño posible, y detenerlos antes de que ataquen es una tarea tremendamente complicada, porque su fanatismo loco les empuja a morir matando. ¿Cómo detener a alguien que es una bomba andante sin que cause una masacre?
En estos momentos de dolor y rabia, se desatan sentimientos que conviene templar y calmar, aunque suponga un esfuerzo. Muchos ponen su punto de mira en los refugiados, porque en otros atentados actuó alguno que llegó desde Siria. No es el momento de añadir odio al sufrimiento de miles de personas que, sin culpa ninguna, aguardan en las fronteras, a expensas del frío, de la lluvia o la nieve. Personas que no quieren más que sobrevivir, y que huyen de los mismos asesinos que han atentado hoy en Bruselas.
Bruselas nos es cercana, como lo es París, y por eso tenemos la sensación de que la pesadilla se podría haber desatado aquí. Pero la lección que puede dar Europa tras este atentado es la de la unidad. La fortaleza de la democracia enloquece a los yihadistas, porque supone un freno a su ansia expansionista, a su ansia de poder. Porque no nos engañemos: ésta no es una guerra religiosa, ni muchísimo menos. Se trata de un gran negocio económico para un nutrido grupo de millonarios que utilizan la religión para radicalizar a sus peones y conseguir poder. Más poder económico, más poder territorial, más poder mediático y más poder político en las regiones que conquistan.
La solución se pospone y se pospone, pese a que cualquiera sabe en su interior que llegará. Será irremediable, como ocurre desde el inicio de los tiempos. La guerra acompaña al hombre desde siempre, y posiblemente acabará todo vestigio del hombre en una guerra. Ojalá eso no ocurra, o que tarde mucho tiempo a llegar, pero a corto plazo sí estamos abocados a un nuevo conflicto importante que llegará más pronto que tarde.