La COP21 (Cumbre del Clima de París) afronta la recta final con sabor agridulce. Ésta parecía una cumbre destinada a poner freno a los desmanes de los humanos contra su casa común. Sin embargo, el acuerdo, siempre difícil, vuelve a estar sorprendentemente en peligro.
Es sorprendente porque a pesar de que se tienen las evidencias científicas de que nos estamos cargando el planeta, algunos países siguen empeñados en poner por delante los intereses económicos a la salvación de todos a medio plazo. Arabia Saudita, segundo productor de petróleo del mundo por detrás de Venezuela, es el país que más problemas, barreras y bloqueos está poniendo en esta cumbre. Otro de los clásicos en esto de bloquear cuestiones climáticas es China, a pesar de estar sufriendo a diario el padecimiento de una contaminación extrema. Pero también los republicanos de EEUU están en contra de medidas que afecten negativamente a las grandes corporaciones norteamericanas, lo que ata de pies y manos a Obama. Y también India pone muchos problemas a la hora de afrontar responsabilidades para luchar contra el calentamiento global.
El aparente egoísmo de estos países tiene una base económica, por supuesto. Unos quieren ser considerados «países emergentes» y, por tanto, que se les exijan menos compromisos tanto a la hora de limitar sus emisiones de CO2, como a la hora de aportar dinero para frenar el desastre medioambiental que hemos causado en menos de un siglo. Otros, como pueden ser China o EEUU, ven peligrar su crecimiento económico si se aplican las medidas necesarias para cumplir con las cuotas de emisiones. Otros países, sin embargo, son pobres y realmente hay que compensarlos para que todos disfrutemos de un planeta menos contaminado. Porque si antes los países industrializados hemos talado nuestros bosques, hemos esquilmado los recursos naturales y hemos contaminado hasta la saciedad para convertirnos en el «primer mundo», ¿cómo decirles ahora a los países pobres que quieren hacer lo mismo que ahora ellos no lo pueden hacer? ¿Con qué derecho?
La solución es ayudarles económicamente para que puedan crecer de una manera más civilizada que lo hicimos nosotros, con energías limpias y con industrias menos contaminantes. Claro, todo esto cuesta una pasta gansa: unos 100.000 millones de euros al año, que se dice pronto. Hay semanas que yo no gano eso…
La cuestión es que no se sabe muy bien quién tiene que pagar esa factura. ¿Los países que más contaminan? ¿Todos a partes iguales? ¿Según la extensión y los habitantes de cada país? Claro, no va a pagar lo mismo EEUU que Andorra, pero de ahí a saber cómo distribuir esos 100.000 millones… va un trecho. Pero aparte de ese esfuerzo económico, la parte más complicada es limitar las emisiones de la industria más contaminante a nivel mundial, e iniciar un proceso de cambio hacia energías más limpias. Coches eléctricos, energías eólica y solar, disminuir la necesidad energética en los procesos tradicionales, reducir plásticos y materias contaminantes, etc. Muchas cosas, y todas complicadas a corto plazo.
Un ejemplo de lo que está ocurriendo en la Tierra es el café. Sí, el café, eso negro que tomamos después de comer. El café ha salido a la palestra en la cumbre porque esta planta se cultiva a cierta temperatura y, por lo tanto, a cierta altura en los países productores. Como consecuencia de la variación de temperatura media, el café se estima que se va a tener que cultivar unos 500 metros más alto que hasta ahora. Ya se empiezan a estropear grandes plantaciones que durante décadas han estado produciendo con normalidad, y el problema es que apenas quedan terrenos para producir. Esto, que parece una simple anécdota, porque todos podemos vivir sin café, no les parece tal a los que lo cultivan, lo transforman y lo venden. Una ruina para millones de personas. Es decir, el café viene a ser un ejemplo de cómo el cambio climático puede afectarnos de mil maneras, no sólo con una inundación o un huracán.
En España tenemos varias cosas que podemos plantearnos y reflexionar sobre ellas. Algo positivo ha sido la eliminación de una parte importante de las bolsas de plástico en grandes superficies, como en Mercadona. Poner precio a la bolsa y hacer que el comprador se la lleve de casa ha supuesto la eliminación de muchas toneladas de plásticos y, por consiguiente, emisiones de CO2. Sin embargo, la desaparición de las ayudas por parte del gobierno hacia las energías renovables, como la eólica o la solar, ha provocado que de estar a la cabeza en estas energías, estemos a la cola. Es inadmisible, y es algo que los europeos no entienden, aunque las razones tengan que ver con los recortes para afrontar una situación de crisis. Urge un cambio drástico energético en España que apueste por este tipo de energías de las que, además, podemos hacer un uso masivo.
Luego están las cuestiones más locales, y que son comprensibles, como el enfado y las movilizaciones en España cuando se habla de carbón, por ejemplo. Es lógico que los trabajadores que se ganan la vida sacando carbón tengan que defender lo suyo, pero también es normal que los gobiernos velen por el bien general. El carbón, como fuente energética, está destinado a desaparecer, de la misma forma que lo hará el petróleo en su momento. Pero el carbón mucho antes. Los procesos de extracción, manipulación y explotación de este mineral han mejorado mucho, pero su futuro se evidencia cada vez más corto. Todo lo que se invierta en carbón es para mantener unas ayudas a empresas y trabajadores que temporalmente tendrán que sobrevivir, pero que irán a menos hasta desaparecer. Y es que el uso del carbón contamina, y mucho, y usarlo sin que contamine resulta tan caro, que es inviable.
Espero que finalmente del COP21 pueda salir algo positivo. Estamos hablando de que los efectos de este cambio climático que empezamos a sufrir ya (alta contaminación en las ciudades, calentamiento global, inundaciones, sequías extremas…) serán más acusados a partir del año 2050. Muchos no estaremos para verlo, pero sí nuestros hijos y nuestros nietos. No falta tanto, no hablamos de la desaparición del sol, dentro de millones de años. Hablamos de unos pocos años.
Nuestro planeta se resiente ya, y se revuelve contra nosotros cada vez con mayor violencia. O lo cuidamos, o nos pasará como a los dinosaurios.