Etapa 11 – 03 de mayo de 2018
Antes de las ocho ya estamos preparados. Desayunamos estupendamente en el albergue, por muy buen precio, y damos inicio a una nueva etapa. Hemos decidido llegar a Ribadiso da Baixo.
Empezamos a ser conscientes de que estamos llegando al final… Quizás por eso, las últimas jornadas llevamos un paso un poco más lento. Como saboreando más lo que queda de aventura…
El día de hoy tiene un claro protagonista: el pulpo. «Casa Ezequiel», en Melide, tiene la culpa. Supongo que habrá muchos más sitios donde comer pulpo en Melide, pero este establecimiento tiene justa fama entre los peregrinos. Y allí nos plantamos los Cinco Magníficos.
En «Casa Ezequiel» no hace falta ni que pidas. Ya saben a lo que vas. Es una sala grande, con mesas de madera, y las tablas de pulpo se distribuyen constantemente por todas partes. Y el vino, también. El sitio está, prácticamente, abarrotado.
Hay que decir que el pulpo está delicioso. Recién hecho delante nuestro, con un poco de pimentón y sal gorda… Nos hemos puesto las botas y, para redondearlo, el camarero nos pone unos orujos de café… No he llevado la cuenta, pero los vasos se han llenado varias veces…
Con semejante combustible, nombramos a Alicia nuestra meiga particular, y ella conviene en preparar una queimada cuando lleguemos al albergue. ¡Ni más ni menos! Total, que compramos todos los ingredientes en un supermercado, y nos vamos contentos y felices de Melide. ¡Contentísimos, diría yo!
Por el camino, Alicia nos pasa a los móviles el conjuro que habremos de recitar a la hora de la preparación de la queimada. Es muy importante el conjuro para que todo salga bien.
Los últimos kilómetros hasta llegar al albergue se hacen duros, como tantas otras veces. Muchas cuestas, en algunos casos muy duras. El cansancio se hace presente en todos, pero con un último esfuerzo conseguimos llegar al albergue municipal de Ribadiso.
Está lleno, pero a pocos metros hay otro privado, donde nos alojamos. Hay muchísimos peregrinos, porque ya hemos llegado al punto donde el Primitivo se une al Camino Francés.
Una vez nos duchamos, buscamos un lugar tranquilo detrás del albergue, y Alicia dirige la creación de nuestra queimada con ayuda, sobre todo, de Martín y José, que trocean la fruta. Eso sí, yo aporto la navaja, elemento imprescindible en esta delicada operación…
Llega el momento supremo, y lanzamos el conjuro todos a la vez, a la vez que intentamos prender fuego al orujo.
«Mouchos, coruxas, sapos e bruxas.
Demos, trasgos e diaños,
espritos das nevoadas veigas.
Corvos, pintigas e meigas,
feitizos das menciñeiras.
Podres cañotas furadas,
fogar dos vermes e alimañas…»
Pese a todo, aquello no arde. O no vemos que arda…
Martín padre hace grandes esfuerzos por prender la queimada, pero parece que, de momento, el brebaje se niega a arder. Medio kilo de cerillas flota por entre el orujo y los pedazos de fruta, pero ni por asomo vemos llama alguna por ningún sitio…
Tras un rato, por fin, una llama azul, casi transparente, empieza el proceso… ¿Y no será que no veíamos la llama porque aún era de día cuando empezamos…? No lo sé, pero el caso es que la pócima sigue su curso.
Al final, la queimada está buenísima. Nadie ha podido resistirse a probarla, ni siquiera Marianela y su pareja, que nos han descubierto y se han unido al akelarre.
No ha quedado ni una gota, y dormimos de un tirón… ¡Claro!
La Amistad
Si algo queda tras hacer el Camino de Santiago, es la amistad. Está muy bien el sentimiento de fuerza, de paz y de sosiego con el que vuelves, pero nada comparable al sentimiento de haber hecho amigos auténticos.
La solidaridad, el compañerismo, la preocupación por el otro… son constantes. Todos los peregrinos comparten el sentimiento de querer ayudar, de ser útil al resto de compañeros. Todos procuramos dejar nuestros defectos atrás, y comportarnos de forma amable. Es una especie de renacimiento, pero con la experiencia que ya atesoras. Ahí te das cuenta de que sabes, perfectamente, cómo ser mejor persona. ¿Por qué eso se nos olvida cuando volvemos a nuestra vida normal…?
Siempre vas formando un grupo alrededor con las personas con las que estás más a gusto, eso es inevitable. Muchas veces influye el idioma, como es normal, pero compartir algo más que el idioma es imprescindible para estar a gusto.
Es verdad que lo peor del Camino es tener que separarse de los amigos que has hecho a lo largo del viaje. Pero tampoco tiene por qué ser una separación para siempre, puesto que tiempo habrá, incluso, para coincidir en otro Camino, ¿quien sabe…?