Etapa 7 – 29 de abril de 2018

Me despierto con un deseo urgente, tras una larga noche en la que sólo he dormido a última hora: tirar, cuanto antes, mis botas asesinas.

Tras un breve desayuno en el bien equipado albergue de Grandas de Salime, procedo a tirar mis botas en un contenedor. Un vídeo da cuenta del acontecimiento…

A partir de ahí, se abre una nueva etapa, que no sé si será mejor o peor. Hoy me he puesto la camiseta que me regalaron mis hijos, Gracia y Jorge, porque seguro que me da suerte. La voy a necesitar…

El caso es que empiezo a andar en compañía de José y Martín, que tratan de darme ánimos. Pero hoy también reparto órdenes, tipo Domingo: que nadie me espere. Necesito probar cómo reacciono a caminar con las chanclas.

El calzado que llevo ahora no está especialmente indicado para andar, pero tiene algunas características que podrían hacerlo factible. En primer lugar, la suela es bastante dura. Se nota que los cosidos de las partes que componen la chancla son fuertes, y los puntos de contacto con el pie son pocos. Podría funcionar…

Ando mejor que el día anterior. Podría decirse que mucho mejor. Pero no lanzo las campanas al vuelo.

Durante un par de horas, camino sin contratiempos. Me adelanta un grupo de tour-peregrinos, encabezados por una guía, y el terreno es cómodo. Sin embargo, llego a una zona de mucho barro, lo que me hace andar con cuidado, ya que sólo los calcetines protegen ahora mis pies.

Salvo sin novedad varios barrizales, pero llego a uno donde apenas encuentro por donde esquivarlo. Trato de llevar mucho cuidado, pero piso una zona que parecía ser más consistente de lo que realmente era, y meto mis pies hasta casi los tobillos.

Mis pies están completamente mojados y embarrados, y no puedo andar así. Me desespero, pero trato de calmarme rápidamente… ¡Nada de lloriquear! Me siento como puedo en un ribazo, y empiezo la operación post-barro. Se trata, primero, de quitar las chanclas y los calcetines embarrados. Pero… ¡maldición! Al quitar el pegote de barro que forman los calcetines, me he llevado por delante todo lo que me puso el médico para proteger las heridas, que quedan expuestas… Estoy incómodo, porque todavía hay barro por todas partes, y apenas puedo mantener el equilibrio sobre unas piedras, pero limpio y seco con pañuelos de papel el calzado y los pies. Luego, desinfecto las heridas, y las protejo con las gasas acolchadas, aunque no las puedo cortar bien y me queda una cura-churro que, no obstante, doy por buena. Finalmente, me pongo calcetines secos, y guardo en una bolsa los sucios. En veinte minutos todo solucionado.

Sigo andando. El dolor es muy tolerable. ¡De nuevo, contento!

Los paisajes son preciosos. Por mucho que los veas a diario, no deja de sorprender el verde constante, las montañas, los valles impresionantes… Hoy pasaré a Galicia, cuando alcance el Puerto del Acebo.

Antes de llegar a ese punto, me encuentro con Alejandra y Francois. Alejandra también tiene molestias, pero en la rodilla. Le doy unas pastillas de ibuprofeno, y poco después llegamos al punto de encuentro entre Asturias y Galicia. Una placa, y una fila de piedras que cruzan el camino, informan de ello.

Cuando llegamos a la Venta del Acebo, paramos a tomar algo sólido (y líquido, por supuesto). El bar está a tope de peregrinos. Algunos, como Olga y Vasilis, conocidos. Muchos ciclistas, que son de Cádiz, también han hecho acto de presencia en el lugar.

Tras el avituallamiento, parto yo primero, y dejo a Francois y Alejandra a su ritmo. El paisaje aquí lo protagonizan los acebos, que dan nombre a la zona.

El tiempo empeora. He vuelto a contactar con la pareja de argentinos, a los que advierto que va a llover enseguida. Y así es… Casi no da tiempo a ponernos la capa impermeable, porque aquí, cuando empieza llover, lo hace de golpe y porrazo. Y en abundancia.

Me aproximo a Fonsagrada solo, porque Marianela y su pareja se quedaron atrás. Llueve y graniza. Relampaguea, y truena de lo lindo. Una intensa y larga subida te deja a la entrada de Fonsagrada, en este caso bajo una intensa cortina de agua. Aunque mis pies han respondido mejor de lo esperado, ahora los llevo completamente mojados y helados, sin posibilidad de remediar la situación, ni de hacer otra cosa que no sea andar y esperar que el albergue esté cerca.

Llego al primero que veo, pero está cerrado. Abrirá en verano…¡pues qué bien! No hay nadie por la calle, ni veo indicación alguna. Fonsagrada es un pueblo bastante grande, pero con la tormenta todo el mundo está a cubierto. Todos, menos un servidor.

Al fin, un chico aparca, y cuando sale del vehículo, a cubierto de un balcón, le pregunto por los albergues. Me indica muy amablemente todas las opciones que tengo. Tras agradecer la información, decido probar en el municipal.

Bajo la intensa lluvia, llego por fin a mi objetivo. Al entrar, la hospitalera, una chica joven, exclama: «¡Por fin llegaste!». Asiento, y le doy toda la razón… «¡Por fin!».

La chica me informa, en primer lugar, de las carencias del albergue: no hay wifi, la calefacción sólo funciona unas horas,… «¿Hay agua caliente?», la corto rápidamente. «Sí», me responde. «¿Han llegado aquí dos argentinos?». «¡Si, hace un rato!». «Pues apúntame».

En el albergue están casi todos los que conozco. Aparte de José y Martín, están Alicia y su padre, Martín, Eva, Olga y Vasilis,… Cuando estoy en condiciones, le pregunto a Eva si quiere tomar pulpo… Octopus, para entendernos… No sabe muy bien lo que es, y nunca lo ha probado. Fonsagrada también tiene fama de buen pulpo, así que salimos Martín, José, Eva y yo a cenar, con pulpo incluído. Al final de la cena, llegan Alicia y Martín, y todos juntos nos vamos a otro bar, donde tomamos unas sidras y planificamos la etapa del día siguiente.

Los pies me duelen, pero soy optimista, ya que el dolor tiene mucho que ver con el frío y el agua que han soportado mis pies durante varias horas. Tal vez pueda llegar a Santiago…

Las formas de hacer el Camino

El Camino de Santiago está ahí, no pertenece a nadie, y es de todos. Por lo tanto, se puede hacer como uno quiera, aunque también es verdad que cada cual, en su fuero interno, tiene su visión particular.

Yo pienso que el Camino es mucho más que un recorrido turístico. Es cierto que los paisajes, sus monumentos, su gastronomía… lo hacen un viaje apasionante. Pero, para mí, hay mucho más. Sobre todo, los compañeros. En especial, esas personas que terminan siendo parte de tu familia para siempre, y que cuando acaba ese viaje mágico hasta Compostela, duele dejar atrás.

El Camino también es determinación, fuerza de voluntad, paz, pensar, disfrutar con cosas muy sencillas… Valorar cosas que parecen insignificantes, como las palabras de un lugareño, que te ilustra en un momento más que una enciclopedia. A disfrutar del sol, cuando después de granizarte encima, te da calor y te reconforta, y te pones de cara a él para que te lleguen bien sus rayos. Y ríes de felicidad en ese momento.

El Camino es solidaridad. Y preocupación por los demás. Es amistad. Sincera, de la auténtica, de la que cuesta encontrar en otro sitio…

Hay empresas que organizan el Camino de Santiago. Es otra forma de hacerlo, pero a mí no me gusta, porque pierde muchas cosas. No vas con tu mochila, tu compañera, y suelen llevar el agua y poco más. Si llueve, los recogen enseguida. Llevan un guía, que te explica todo, pero no deja que te equivoques, y que alguien salga corriendo de su casa para decirte por dónde es. No dejan que te pierdas, que da mucha rabia, pero tiene su encanto encontrar de nuevo la concha o la flecha amarilla. ¡Es un pequeño subidón!

Tampoco suelen ir a albergues, sino a hoteles, por lo que el contacto con otros peregrinos se reduce mucho. Como digo, es otra forma de hacerlo, muy respetable, pero que no es la mía.

Luego hay otras formas de ayudarse, como el servicio que ofrecen otras empresas, incluso Correos, de llevarte la mochila de un albergue a otro. Me parece estupendo, sobre todo si las fuerzas no acompañan mucho, o alguien tiene algún problema físico. Tampoco tengo la intención de utilizarlo, más que nada porque si llevas tu mochila, estás más libre. Eres autosuficiente. Pero nunca se puede decir de este agua no beberé.

Y, finalmente, está el taxi, y el bus. «El truqui», que diría algún italiano… Uno anda hasta que se cansa, y luego se sube a un vehículo. La opción más extrema es que lo lleven a uno de bar en bar, en taxi. Esta opción ya es para algunos elegidos…

 


 

 

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