Hay muchas formas de hacer el Camino de Santiago. Tantas, como motivaciones para hacerlo. Este es el relato de mi Camino, realizado entre el 23 de abril y el 5 de mayo de 2018.

¡Buen Camino! es la frase más repetida a lo largo del viaje a Santiago de Compostela. Y Buen Camino fue el mío, sin duda alguna.

Alicia y su padre, Martín, de Aranda de Duero, y Martín y José, de Argentina, aunque viven en Alicante, han pasado a engrosar mi lista de familiares. Hubo más amigos a lo largo del Camino, pero nosotros cinco fuimos formando una pequeña familia que será ya para siempre. Juliana, de Venezuela, pero asturiana de residencia, y Francois y Alejandra, de Francia, también fueron parte importante de esta aventura, y nunca los olvidaré. Y siempre estuvieron cerca Eva, de República Checa, Olga y su marido, de Ukrania, Ágata y Teresa, de Polonia, Ela y su compañera, también de Polonia, Marianela y su pareja, de Argentina, Benedetto y Marione, de Italia, la pareja de americanos, el danés, el alemán, el filipino, y hasta el hombre de verde… Todos formaron parte de mi vida a lo largo de dos semanas absolutamente irrepetibles.

El Camino es un compendio de todo lo que vives desde que te decides a hacerlo, hasta que regresas a tu casa. Es una burbuja en tu existencia en la que tu día a día cambia drásticamente. Atrás quedan las comodidades, las preocupaciones cotidianas, la compañía diaria de tus seres queridos, el trabajo… Es como empezar una nueva vida, que dura sólo unos días. Breve, pero muy intensa.

El recuerdo de lo vivido es imborrable, a pesar de que no siempre es todo bueno. Pero es una experiencia que recomiendo vivir, al menos, una vez en la vida. Y aunque el aspecto humano y emocional es fundamental, tampoco hay que olvidar la belleza de los paisajes, la carga cultural y, para muchos, también la religiosa.

Advierto también que este texto no muestra lo más importante: los sentimientos que surgen cada poco, las vivencias con mis compañeros, las sensaciones… Eso no se puede escribir. Sólo se puede vivir.

Que nadie busque tampoco en mi narración un compendio de nombres de lugares, ni referencias culturales. Para eso, hay muchísimas guías del Camino, donde uno puede encontrar toda esa información. Lo que trato de trasladar es un resumen de mi diario de bitácora, de lo que me impactó, o lo que me sucedió. Faltan muchísimas cosas, pero es un ejercicio de recuerdo, una ayuda para que aún con el paso del tiempo, cuente con las pistas necesarias para no olvidar algunos detalles.

Comienzo, pues, la narración de mi segundo Camino de Santiago Primitivo. El mismo recorrido, y tan distinto al anterior…


El 22 de abril, sobre las dos y media de la tarde, sale el vuelo de Volotea desde Alicante hacia el aeropuerto de Asturias. Ahí voy yo, con cierto nerviosismo por la aventura, siempre incierta, que empiezo al día siguiente.

Yol, mi mujer, me acaba de despedir en el control de seguridad un rato antes, y ella será quien se encargue de Caudete Digital en mi ausencia. Con la confianza de que todo irá bien, hago un rápido repaso mental de todo lo que queda atrás, y trato de adivinar qué pasará en los días venideros.

El vuelo es cómodo, e incluso elegí asiento para ir en ventanilla y disfrutar de las vistas. Es espectacular contemplar desde el aire los Picos de Europa, todavía con muchísima nieve.

Poco antes de llegar, el comandante avisa de que apaguemos todos los móviles y demás dispositivos electrónicos. Nada de «modo avión»: apagarlos totalmente. La razón es que el aeropuerto de Asturias se encuentra sumido en una profunda niebla, y será necesario realizar un aterrizaje «de alta precisión»…

Se percibe un ligero murmullo entre el pasaje, y yo no pierdo de vista la ventanilla, aunque lo único que se ve es… nada. El avión desciende poco a poco, parece planear, sin apenas ruido, entre la densa niebla. Me fijo en que voy agarrado a los brazos del asiento un poco más fuerte de lo normal, aunque tengo la certeza casi absoluta de que todo irá bien.

Por fin, el avión aterriza sin novedad. Un autobús me traslada hasta Oviedo.

Una vez en tierra, cargo con mi mochila, compañera inseparable a partir de ahí. Pesa alrededor de 9 Kgs., y en ella llevo todo lo que considero necesario para subsistir los próximos 15 días.

Tras algunos titubeos por Oviedo, llego al albergue de El Salvador. La chica que hace las funciones de hospitalera es muy amable. Le doy los datos, pero no hace falta que me entregue la credencial: la traigo de casa, ya que mi buen amigo Joaquín Requena, presidente de la asociación de Caudete, tuvo el bonito gesto de entregármela el día anterior a mi partida, ¡y con el primer sello de mi pueblo!

La chica me enseña las instalaciones y me señala una habitación como mi primer alojamiento, que comparto con un danés, un filipino y un alemán. Es la primera ocasión en mi periplo en que echo de menos no saber inglés… Aún así, logro comunicarme con los tres, y compruebo enseguida que hay feeling entre todos.

No me acuesto hasta realizar una visita ligera por Oviedo. Llego hasta la catedral, y busco las conchas en el suelo que marcan el inicio del Camino hacia Santiago. No tardo en encontrar la primera…

Será el punto de partida para mañana.


 

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