Comienza uno de los juicios más esperados de los últimos tiempos sin la expectación que se presumía en principio. De los treinta y seis asientos destinados al público en el juicio por el caso «Nóos», hoy han sobrado veinte. Y los bares de las cercanías, que venden el bocadillo «Infanta», no han hecho de momento su agosto.
La gente ya estamos hastiados de corrupción. Lo que queremos es que haya un cortafuegos definitivo entre el «hasta ahora» y el «desde ahora». Que se limpie la era, que dicen en mi pueblo, y que empecemos a ver resultados. Algo que va a resultar difícil, desde luego, porque la corrupción es una condición de las personas, no de siglas políticas, aunque siempre hay lugar para la esperanza y quizás algún día comprobemos que somos capaces de cambiar para bien.
El Caso Nóos es otro ejemplo de codicia, de corrupción y de maquiavelos de tres al cuarto. De ladrones y sinvergüenzas, para decirlo más claramente. Y demuestra que el veneno está en todas partes, hasta en aquellos a los que les sobra el dinero y los títulos nobiliarios. O que precisamente ellos, a los que les sobra todo, parece no saciarles nada.
Este caso en particular tiene ilustres protagonistas: la Infanta Cristina y su marido. No están solos, por supuesto, porque en esto de la corrupción siempre hace falta algún político que maneje dinero de todos para poder repartir el botín. Y precisamente a Botín, y a su doctrina, apela la defensa de la Infanta para evitar que ésta sea juzgada. La «doctrina Botín» se basa en «limitar la acción de las acusaciones particulares y no darles entidad suficiente para pedir la apertura de un juicio oral cuando la Fiscalía y los perjudicados hubieran solicitado el sobreseimiento de la causa.»
La cuestión es que Iñaki Undargarín no se va a salvar de la quema, y sus ilustres huesos van a dar, casi con toda seguridad, en la cárcel. Pero la Infanta Cristina está en el filo de la navaja, y si bien es muy difícil que termine en la cárcel, se pretende evitar que incluso sea juzgada, para evitar el «real espectáculo». Pero claro, querer eludir el juicio no es lo mismo que querer eludir la cárcel. No querer ser juzgada puede marcar definitivamente a la hermana del Rey, que no podría demostrar su inocencia y siempre tendría la etiqueta de «presunta».
En mi opinión, si la Infanta es inocente, vale más que lo demuestre. Que de ejemplo, y haga válida esa frase que dice que «todos somos iguales ante la Ley». Si tiene que tragarse el juicio, a los periodistas y los comentarios de todo tipo, que se los trague, pero lo contrario va a dejar la sensación de que los poderosos son impunes, algo que terminaría por tocar y afectar a la Corona, una institución que Felipe VI está llevando con razonable tino, y que ha logrado dotar de una mayor dignidad que la heredada de su padre, que se la dejó en mínimos históricos.
Y si Doña Cristina resulta que después de todo ha cometido algún delito, tendrá que pagar por ello. Ni hermana de Rey, ni hija de Rey, ni gaitas… La Justicia es uno de los pocos pilares que nos queda a los españoles en pie, aquello que sostiene nuestra libertad y nuestro Estado de Derecho. Estoy seguro de que seguirá siendo así, y en estos casos extremos es donde debe brillar por encima de todo.