Tras la tormenta, vuelve la calma. Poco a poco, Cataluña irá volviendo a la legalidad, arrebatada por aquellos que hoy mismo se encuentran en Bélgica pidiendo asilo.
El llamado procés parece disolverse después de 5 años, durante los cuales se ha tratado de enfrentar por todos los medios posibles a los catalanes y al resto de españoles. Por fin, se pone de manifiesto que una parte muy importante de catalanes no se ha dejado engañar por unos delincuentes que ahora huyen despavoridos, y que dejan en la estacada a quienes creyeron sus patrañas.
No sería justo que Puigdemont no pagara por el daño inmenso que ha causado a Cataluña. No sería justo que él, y quienes han tratado de romper un país a base de enfrentar a sus ciudadanos, no pagasen por sus actos delictivos.
Aún así, la prioridad es decir a Cataluña, ya libre de tiranos, que estamos con todos los catalanes. Con todos aquellos que respetan la democracia y desean la convivencia pacífica entre todos, piensen como piensen. Con todos los que consideran que el Estado de Derecho es la base de nuestras libertades, y que sin ley no puede haber democracia. Estamos con todos los catalanes de bien que no desean la dictadura del extremismo y la xenofobia, que no desean el aislamiento internacional, ni el adoctrinamiento, basado en el odio, que en muchos ámbitos de Cataluña se impuso hace años.
«Cataluña somos todos», decía el lema de la manifestación del domingo en Barcelona, cuando un millón de personas mostraba al mundo la falsedad de un proyecto excluyente, el del secesionismo, empeñado en afirmar que todos los catalanes deseaban la independencia, apropiándose así de la libre opinión de una parte importantísima de Cataluña. Y es verdad, Cataluña somos todos, y nuestra obligación es respetar y apoyar a todos aquellos que luchan ahora por liberarse de las garras supremacistas del independentismo.
El artículo 155 no parece, al menos, de momento, nada tan terrible como muchos se temían. Es una herramienta de corto recorrido, con final en unas elecciones libres y, éstas sí, democráticas. Es la forma que tiene la Constitución de evitar disparates como el que se intentó el pasado viernes, y como el que se viene produciendo en Cataluña en los últimos tiempos, especialmente desde aquellos 6 y 7 de septiembre, fechas infames para la historia de nuestro país y de la democracia en general.
Ahora, queda muchísimo por hacer. Volver a la normalidad va a ser un esfuerzo muy grande, pero habrá que hacerlo por parte de todos. Los independentistas, obviamente, siguen en Cataluña, y de ellos, o de buena parte de ellos, tendrá que partir la solución. Lo deseable sería que muchos hubiesen aprendido la lección de que por la imposición, no se avanza, y que la radicalidad conduce a la frustración.
Las elecciones del 21 de diciembre no serán la solución, pero pueden ser parte de ella. Cataluña tiene que volver a ser la que fue, y hay que echar abajo los muros que los cobardes que ahora se quieren esconder, levantaron por doquier. Los mismos cobardes que ni siquiera fueron capaces de votar a cara descubierta la independencia, para no sufrir consecuencias, pero que piden a los funcionarios que cometan ilegalidades, y que las sufran ellos.
La pesadilla llegó a su fin. Pero los monstruos andan sueltos, y el fantasma del fanatismo seguirá dando sustos… Al menos, sabemos que vivimos en un país que no se deja amedrentar y que defiende sus valores, por grandes que sean los desafíos, como ha sido el caso.
Y propongo que dejemos de mirar si un producto es, o no es, catalán. Los productos son, o no son, buenos. Y ya hemos visto que la mayoría de empresas no han comulgado con el órdago independentista. Por supuesto, las empresas no tienen otro fin que ganar dinero, pero, aún así, podían haber apoyado la causa. Además, en una economía tan globalizada, es casi imposible boicotear productos de un lugar sin dañar también a otros. En definitiva, el boicot nunca trae nada bueno, y en este caso, menos todavía.
Es el momento de reflexionar y esperar a ver las consecuencias de todo esto. Es muy pronto todavía, pero la convocatoria de elecciones en un lapso tan corto de tiempo puede tener efectos positivos, porque van a centrar la atención de la mayoría. Porque ya nadie, prácticamente, se acuerda de la república catalana, un fiasco digno del desastre que lo gestó.