Los niños tienen pene. Y las niñas tienen vulva. Estas dos frases, en un mes de marzo del año 2017, son una incitación al odio y a la intolerancia, un peligro desparramado por los cuatro costados de este bendito país. Esas dos frases terribles son el acabose. ¡La fin del mundo!, que diría mi abuela.
Aún hay cosas que me siguen haciendo gracia de nuestra España, esta España que, cada día más, es de botijo y pandereta. A veces, de tanta gracia, da pena. Porque tenemos tantos y tantos complejos, que de tanto querer ser lo más de lo más, pasamos al ridículo de una manera demasiado facilonga.
La transexualidad es un conflicto entre la identidad de género del individuo y la identidad sexual (biológica) que se le atribuyó al nacer. Una persona con atributos sexuales masculinos puede sentirse mujer, o viceversa, y desarrollar un deseo de cambiar sus características sexuales externas para sentirse plenamente identificada consigo misma. Esto es algo que ocurre en un determinado porcentaje de personas, y los problemas que sufren no son pequeños, ya desde la edad infantil: en las escuelas, en el ámbito de los amigos, en la propia familia… La mayoría de las veces, los problemas vienen causados por la desinformación y por el desconocimiento de una realidad que hay que asumir con naturalidad.
Por eso, están bien los esfuerzos para evitar la discriminación de los niños por cuestiones relacionadas con su sexualidad. Estos esfuerzos son sencillamente imprescindibles para evitar cualquier tipo de problema o sufrimiento a los pequeños. Pero también opino que en este tema hay que ser muy cuidadosos, especialmente en los colegios. Y, sobre todo, evitar algunos disparates imperdonables, como mezclar la política con los niños. O como tratar de imponer ideologías, sean del tipo que sean. Una cosa es el respeto, la integración y el tratar de forma natural la identidad sexual, y otra muy distinta tratar de forzar ideas, incluso comportamientos. Ya hay demasiadas denuncias por parte de padres en este sentido, algo que debe encender una luz de alarma en la sociedad y preguntarnos si todo se está haciendo bien.
Lo que me preocupa del famoso autobús de HazteOir no es su mensaje en sí, sino el que no se puedan expresar libremente. Pese a la enorme presión mediática, política y de una parte de la sociedad, los jueces han tenido que admitir que eso de incitar al odio unas frases como las citadas… pues que no. Aqui se pueden quemar banderas, fotos del rey, entrar desnudos a las iglesias para provocar a los creyentes, se pueden representar alegorías terroristas delante de los niños, por poner un mínimo ejemplo, y no ocurre nada. Y, sin embargo, en este caso todo el mundo se ha rasgado las vestiduras. ¿De verdad no somos lo suficientemente maduros para que frases como «los niños tienen pene» no nos saquen de nuestras casillas, pese a la idea que trata de transmitir?
El mensaje de esta asociación puede ser radical en su planteamiento, pero es su opinión. Ellos tienen sus argumentos, los defienden y tratan de transmitirlos. Como hacen todos los grupos políticos o sociales de este país. Una de sus reivindicaciones es que los colegios no se conviertan en lugares donde se «eduque la sexualidad» en función de una determinada ideología. Ellos siempre se refieren al «lobby LGTB». La cuestión es si sólo son admisibles las ideas de unos o de otros, o si todos tenemos derecho a la libertad de expresión. Porque si es ilegal lo que dicen, ¿por qué no se cierran sus sedes, o sus páginas web…? ¿Por qué no se les da de baja como asociación? No lo entiendo.
Desde luego, los derechos de todas las personas, sea cual sea su orientación o condición sexual, han de estar garantizados en todos los sentidos. Por fortuna, van quedando atrás actitudes retrógradas que todavía hoy no se han erradicado completamente, pero que cada vez son menos. El peligro es el de siempre, que se pase del respeto y la normalidad, a la imposición en cualquiera de los sentidos. Tan malo es lo uno como lo otro, porque se genera un enfrentamiento inútil.
Lo que sí ha conseguido HazteOir ha sido repercusión mediática. Creo, sinceramente, que era el objetivo… Ya veremos si esto se disipa pronto como el humo o se convierte en el culebrón de la primavera.