Hay dos temas que ya aburren mucho: el independentismo catalán y el Brexit. Curiosamente, dos temas estancados, sin aparente solución, como aquella famosa pregunta de imposible respuesta: ¿qué ocurre cuando una fuerza imparable choca con un objeto inamovible? Aún hay mucha gente que busca esa respuesta…
Pero no. No hay una respuesta posible, puesto que en un mismo universo no pueden existir ambas cosas a la vez. Y si con la búsqueda de la independencia en Cataluña nos encontramos con contradicciones irresolubles, al menos de momento, con el Brexit ocurre algo parecido. Una decisión teóricamente imparable, como es el resultado de un referéndum, choca con algo parecido al sentido común, especialmente en un país como Reino Unido que está integrado en la Unión Europea desde 1973, y que ha contribuido sustancialmente a lo que hoy en día conocemos como Europa. Porque yo, ciudadano español, puedo tener dudas respecto a la UE, pero nadie habría dicho que Reino Unido, defensor del europeísmo, pese a sus peculiaridades, se diese de baja del club.
¿Por qué le está costando tanto al Reino Unido consumar el Brexit? Yo creo que hay varias razones, aparte de las que, obviamente, ni yo, ni la mayoría, conocemos. Pero el hecho de que la sociedad británica esté perfectamente dividida en dos mitades (el referéndum lo ganó el Brexit por el 51%), es algo que dice mucho al respecto. Otro aspecto muy importante es que durante la campaña a favor de la salida del Reino Unido se utilizaron multitud de datos falsos y datos sin contrastar que apoyaban los supuestos beneficios de la salida de la UE. Ahora, se ha demostrado que esos datos fueron muy manipulados, y muchos políticos de los que apoyaban el Brexit, han reculado.
John Le Carré, famoso novelista británico, asegura que “el Brexit es la mayor idiotez perpetrada por el Reino Unido”. Es posible, pero la cuestión ahora no es calificarlo, sino estudiar qué hacer para que la consumación de la supuesta sandez sea lo menos dolorosa posible. Y, como estamos viendo cada día, no parece nada fácil. Cuando Boris Johnson quitó de enmedio a Theresa May, parecía que lo tenía todo bien previsto, que nada podría detenerlo con ese ímpetu cansino que le caracteriza.
Pero no ha sido así. Ahora pretende hacer suyos los planes de May, básicamente, pero el tic-tac sigue sonando, y el 31 de octubre se acerca. Ese día, Johnson dice que el Reino Unido estará fuera de la UE, con o sin acuerdo, puesto que fue su compromiso. Incluso se niega a pedir una prórroga: prefiere verse «muerto en una zanja» antes que tener que pedirla. ¿Realmente es porque piensa que es lo mejor para su país, o es una cuestión meramente política y de credibilidad personal?
En estos momentos, sólo un nuevo referendum podría detener el Brexit. Pero, ¿en qué lugar quedaría la democracia, que tiene en este instrumento una de sus bases?
Mientras tanto, durante meses todos los países de la UE ultiman planes para hacer frente a los diferentes escenarios que se presentan en el horizonte, ahora ya muy cercano. El impacto va a ser real, sea cual sea la decisión, tanto para los británicos que vivan en la Unión Europea, como para los europeos que vivan en Reino Unido. Si todo se consuma, el año 2020 será el último en el que se puedan pedir permisos de residencia en aquel país, en caso de que no haya acuerdo, un problema importante para estudiantes o trabajadores. Para viajar a Reino Unido también será necesario un visado temporal, hasta que el país disponga de normativa oficial para ello.
Con respecto a la economía (empresas, intercambios comerciales, operaciones financieras digitales,…), todavía existe poca información real sobre qué ocurrirá, puesto que la complejidad de los cambios deja muchas variables en el aire, y será la experiencia de los primeros meses la que permitirá ajustar a los operadores la multitud de parámetros que intervienen en los procesos comerciales. El Canal de la Mancha, por ejemplo, por el que cruzan 5 millones de camiones al año, se está adaptando a marchas forzadas con dispositivos inteligentes para minimizar el impacto que supondrá el Brexit. Un funcionamiento inadecuado en estos sistemas podría causar pérdidas abultadas en las empresas, por lo que la preocupación en sectores tan importantes como el del transporte es comprensible.
Pero lo peor de todo, es la incertidumbre. No saber qué acuerdo se adoptará finalmente, si es que hay acuerdo, o en qué términos, provoca invariablemente ese nerviosismo que impide trabajar de forma sólida sobre estrategias concretas.
De hecho, mientras a los ciudadanos de a pie simplemente nos aburre el Brexit, para miles de empresas y corporaciones supone un terremoto que aún no saben cómo podrán controlar sin morir en el intento.
Caudete Digital