wt

Consejos de Josep Pla para cuidar el corazón Artículo de Óscar de Caso

Ahora me gustaría formular, a toda prisa y pensando en las personas que se salvaron del estrago del infarto, algunas cosas que yo acostumbro a practicar para evitar que se repita la catástrofe.

En primer lugar, hagan lo imposible para no tener deuda alguna. El corazón no tiene nada que ver con los bancos ni con los establecimientos de crédito. En Cataluña hay una tradición contraria a los bancos. Aquí, las personas que han hecho algo positivo han tenido dinero líquido. La abundancia de bancos significa que hay una enorme cantidad de billetes en circulación –o sea, de miseria-. Estos últimos años hemos visto cómo el Estado daba dinero a paletadas y cómo se producía una inflación fabulosa. Es una forma de demagogia como cualquier otra, practicada y meditada involuntariamente. Eso ha sido posible por la ignorancia existente en esta tierra sobre la moneda y su precio es vastísima. ¡No tengan deudas!

No coman demasiado –sin llegar a destruir las reservas naturales. Yo siempre he comido poco y con resultados admirables. Después del infarto, lo he acentuado en todos los aspectos. Van a decirme que he escrito sobre cocina. Es verdad. En muchos períodos de mi vida, la cocina de este país me ha resultado tan espantosa que he procurado, con una literatura de andar por casa, que resultaría más agradable.



No entren jamás por gusto en una farmacia. Entren si no les queda más remedio –para arreglar un dolor desagradable-. Las farmacias actuales se parecen mucho a las zapaterías comerciales y corrientes. Contienen productos envasados, que los facultativos no recetan. Las hay a miles. Si les recetan algún producto sobre una víscera cualquiera (que les curará o no les curará), pueden estar seguros de que el producto va a dañar las demás vísceras. Si disponen ustedes de un temple apreciable, piensen en ello, permanezcan dubitativos. No hagan nada. Descansen. Túmbense en la cama. En la cama no cojan frío. En la vida lo más importante es la cama, dormir. Si su cuerpo tiene alguna reacción –quiero decir el corazón-, reaccionará. Si no tiene ninguna no habrá droga farmacéutica que lo pueda salvar. La especulación existente en España sobra la salud humana –a través de las farmacias- es enorme. Los productos farmacéuticos aún no son libres (1973).

Procuren tener alguna forma de riqueza, pero no conviertan esta monstruosidad en una locura. Si la convierten en una locura, sus preocupaciones aumentarán y su vida será más miserable. Hacer una fortuna va bien. Saber conservarla es difícil. Si poseen alguna forma de riqueza, aprovechen los destellos de libertad que la vida podrá darles. Lo importante es todo lo demás –la habitualidad vulgar-. Si disponen de algún dinero, aprovéchenlo para hacer un viaje a Grecia. La persona que ha ido a Grecia, que ha visto las ruinas de esta inmensa civilización y que no vuelve con la idea y la voluntad de conservar lo que se ha hecho en el mundo, es que es un verdadero imbécil.

No tengan trato alguno, ni físico ni mental, con ninguna mujer. Me refiero ahora especialmente a las personas que han entrado en el retour d`âge, que es la época más peligrosa de la vida. En la juventud, que todo el mundo haga lo que le venga en gana. Si aciertan o no aciertan es cosa suya. Al llegar a la vejez, el corazón quiere ascetismo y calma, aunque a esa edad el erotismo mental sea literalmente escandaloso. En esta época, siempre es preferible que los viejos ricos hagan negocios desgraciados a que le aflojen el dinero a cualquier mujer. De un mal negocio siempre se acaba salvando algo, del erotismo monetario, jamás se ha logrado salvar un chavo – ni un miserable céntimo-.



No se depriman. No se amilanen. Hagan la vida que han heredado: la vida de la civilización, que es la antinatural. Aféitense todos los días. Vistan con naturalidad, conserven las cosas de casa, no malversen, nunca gasten más de lo que tienen realmente. Dialoguen con la gente, tengan curiosidad. No se abandonen, no se recluyan. Lleven una vida normal. Desde el punto de vista de los intereses generales, en los países pobres como este, siempre es preferible un avaricioso a un manirroto. Cataluña es un país de eróticos corregidos por la avaricia. Es una forma de salud nacional apreciable.

Descansen. Hagan reposo. Túmbense en la cama. Miren el techo, lean algún libro aburrido que se les caiga de las manos. Esto yo lo he cumplido, y mi gusto por la lectura ha aumentado. Duerman, pero trabajen. Después del infarto, he trabajado tanto como el resto de mi vida o más. El cultivo del hombre, su máximo placer, su consuelo, es trabajar. El trabajo lento, persistente, ordenado, duerme el corazón. La cultura o la incultura le es igual. Hay muchas clases de cultura. La más alta es el trabajo.

Al salir de la clínica los médicos me dijeron: «Pasee por el campo, en un terreno llano». No lo he hecho. No lo he hecho. No he dado ni un paso. No he tenido tiempo ni de mirar el paisaje, -que tanto me gusta-. Me dijeron: «No fume». He fumado mi tabaco habitual: Ideales. Con mi papel, de cada cigarrillo he hecho dos, y un paquete me ha durado dos o tres días. Jamás fumen puros, ni que sean los mejores de la Habana, ni cigarrillos americanos, ni ingleses, ni los del país, que queman solos, están llenos de química y hacen tanto daño. Los puros de hoja están llenos de nicotina, de ahí que de joven me resultaran tan agradables. Ahora no los fumaría ni aunque me pagaran por ello. Que estos puros sean más agradables que estos cigarrillos de papel de picadura mala pero normal, es completamente falso. También me dijeron: «Tome un poco de whisky, pero con calma». Es lo que he hecho. El fumar y el whisky son elementos indispensables de mi trabajo. De no haber podido disponer de ellos, es muy posible que no hubiera tenido ni el ánimo ni la paciencia de escribir lo que he escrito –que, por otra parte, no tiene ninguna importancia.



Tuve el infarto en 1972, en agosto. Ahora, en 1973, me encuentro bastante bien, excepto, claro, los achaques de mi edad. Los años empiezan a pesar. Por fortuna, tuve el infarto de viejo, y fue, pues, flojito. Pero como fue dramático –todo lo referente al corazón produce un miedo cerval-, aproveché la lección.


Mi casi amigo, Javier Krahe, (algunos de ustedes, benditos lectores, ya sabrán el porqué del apelativo «casi amigo»: un honor indiscutible, sin duda), nos coloca una canción. Esta canción, nos hace partícipe de una conversación del tío Marcial, cuando viene a visitarle la muerte. La editó en 1988. La tituló «El tío Marcial», del disco «Elígeme».

Tan pronto por aquí,

dijo el tío Marcial,

con un gesto de asombro

cuando la vio venir

con su blanco sayal

y la guadaña al hombro.

Tengo mucho que hacer,

no me puedo morir

vete a cortar el césped.

Al contrario, Marcial,

te debieras sentir

feliz de ser mi huésped.

Has trabajado bien,

hora es de descansar

bajo losa de mármol

para quien como tú

al mundo ya dejó

un hijo, un libro y un árbol.

El árbol que planté,

benemérita acción,

porque ya quedan pocos

en mi pobre ciudad,

era un sauce llorón

llorón, pero sin mocos.

Pero resulta que

tenían otro plan

las urbanizaciones,

pobre sauce llorón

ya secó el alquitrán

tus verdes lagrimones.

El libro que escribí

y que a nadie plagié,

era un grueso volumen

donde con ilusión

puse todo lo que

guardaba en el cacumen.

Pero resulta que,

sopesando el papel

de muy mala manera,

dijo el inquisidor:

a la pira con él,

y pereció en la hoguera.

Y el hijo que me dio

mi adorada mitad,

nos salió inconformista

o quizá intelectual

o emigrante quizá

o, en fin, quizá turista,

porque resulta que

nacido en un país

de gritos iracundos,

tuvo que abandonar

y ahora vive en París,

se fue por esos mundos.

Y la próxima vez,

te juro que seré,

oh patria, algo más práctico.

Te dejaré un borrego,

una fotonovela

y una flor de plástico.

Te dejaré un borrego,

una fotonovela

y una flor de plástico

No habrá próxima vez

déjalo ya, Marcial.

Le respondió la muerte.

La guadaña zumbó.

Así que, menos mal,

hemos tenido suerte.

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas