Hace unos momentos, en un informativo de una cadena de televisión, entrevistaban a un boxeador de unos 25 años nacido en Cuba que había obtenido la nacionalidad española después de pasar muchos contratiempos sociales por varios países de Europa, finalizando en España y, tengo entendido, nos representará en las próximas olimpíadas.
En la interviú, la periodista le preguntaba a este púgil qué tipo de gobierno soportaban en la isla caribeña. La respuesta no fue inmediata; 3 o 4 segundos más tarde aseveró con contundencia y habitual parsimonia caribeña: «En Cuba hay un comunismo sucio». ¡No hay más que hablar! Creo que esta definición de gobierno, benditos lectores, se podía hacer extensiva en la opinión del pueblo cubano. He conectado la computadora y me dispongo a escribir sobre este asunto.
Quiero partir de una premisa particular para definir el gobierno de un país: si sus ciudadanos no tienen libertad, no hay democracia. Lo demás son «pañitos calientes y bobadas» de ministros y políticos que se la «cogen con papel de fumar» y les entran «sudaeras» cuando les piden que definan qué tipo de gobierno soportan los cubanos. El comunismo prometía igualar a todos los trabajadores; lo consiguió, pero igualándolos a la baja.
Originalmente, el comunismo pretendía emancipar a la clase obrera en el transcurso del tiempo; lo que verdaderamente ha ocurrido ha supuesto una situación entre capitalismo feroz y liberalismo gubernamental. Allí donde ha gobernado, la gente ha sufrido lo que nadie se pueda imaginar, atajando cualquier atisbo de insumisión con mano de hierro. Existen libros, posiblemente bien documentados, que aportan la cifra de cien millones de muertes; contándose las causas por fallecimientos, por la ausencia de alimentos, las deportaciones, los gulags, desapariciones masivas y demás.
Juan Carlos Monedero escribe: «hay tres cosas que al parecer no se deben decir: que Cuba es una dictadura, que la revolución ha fracasado si tenemos en cuenta el Manifiesto de Sierra Maestra, en el que prometían libertad, y que el embargo, que ha hecho mucho daño a Cuba y a la revolución, había servido también como excusa para tapar las cosas que no funcionan». ¡Amén!
En su momento, allá por los sesenta del pasado siglo, la revolución cubana y sus motivos llegaron a emocionar a mucha gente. Un mito. Con el paso del tiempo fue convirtiéndose en la marca blanca del comunismo de la URSS. Más tarde se transformó en quimera. Hoy ha culminado la revolución en una oficina con un negociado de la esperanza, cerrada por vacaciones indefinidas.
Cuando un pueblo donde la estructura social es muy débil y soportan un populismo basado en una identificación absoluta con el líder es muy difícil provocar cualquier tipo de reforma o rebelión en el Estado, transformándose éste en interino.
El esquema gubernamental se repite casi de manera sistemática en los países de Latinoamérica: una «posible» clase media que aún no se ha formado y que tiene tintes de corromperse por su proximidad a la jefatura; millones de personas en la pobreza o en la extrema pobreza; una gerontocracia zombi en las élites gobernantes; la concentración de riqueza en pocas manos; control severo de los medios de producción con férreo poder hacia los medios de comunicación ¡Todavía dudan algunos disfrazados de cándidos en rotular el sistema de gobierno en la isla!
Fidel Castro, maestro en jugar y cambiar el significado y los significantes tuvo mucho tiento en no aparecer como comunista. A poco de acabar la revolución, en la misma plaza de la Revolución preguntaba a los cubanos enfervorecidos: «¿os gusta que hayamos hecho esto, os gusta que hayamos nacionalizado las empresas americanas, os gusta que hayamos hecho el reparto de tierras? Pues bien, señores, esto es socialismo». Esa es la estrategia para instaurar un férreo comunismo camuflado.
Hay un mantra despreciable que mantienen con tozudez los dictadores. Franco aseguraba: «no meterse en política y aconsejar a sus ministros lo mismo». El portugués Salazar: «detestaba la política desde lo más hondo de su corazón». Fidel Castro mentía diciendo: «no tengo ambiciones políticas». Si algo se ha aprendido de la experiencia que nos han legado estos infames caudillos que han querido ser portavoces del pueblo sin aprovecharse de la política es que los ciudadanos a los que han aplicado su doctrina han pagado un altísimo precio por la ausencia de libertad y de bienestar social. El señor Iñigo Errejón en el Congreso de los Diputados espetaba (al parecer) a la bancada socialista: «Estamos caminando hacia un tiempo en el que los que se llaman revolucionarios no hacen revoluciones, y los que se llaman reformistas sólo hacen reformas para atrás».
El escrito de hoy pone fin con unas palabras que datan de 1983 del imprescindible señor Anguita, don Julio: «Un partido comunista para mí no puede presentarse a unas elecciones. Es un disparate. Porque su programa electoral estará condicionado. No, tiene que estar en otras instancias y apoyar el programa que más crea conveniente. Esto que digo es muy grave, porque le estoy negando al PCE esa posibilidad, pero creo honestamente que tiene que negarse a sí mismo si quiere pervivir».
El escrito de hoy viene al pelo de un poema del señor Benedetti, don Mario, al que Joan Manuel Serrat lo retocó y le puso música. Mejor combinado, casi imposible. Se titula «Habanera» del disco de 1985 «El sur también existe».
En el poema nos propone una visión excesivamente idílica de Cuba, donde tuvo su residencia entre 1967 y 1969 el poeta. Pensando que la revolución cubana encarnaba esa utopía. Creo que nunca se atrevió a reconocer lo equivocado que estaba. Lindo el poema, deliciosa la música.
Es preciso ponernos brevemente de acuerdo:
aquí el buitre es un aura tiñosa y circulante,
las olas humedecen los pies de las estatuas
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Los autos van dejando tuercas en el camino,
los jóvenes son jóvenes de un modo irrefutable.
Aquí el amor transita sabroso y subversivo
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Nada de eso es exceso de ron o de delirio,
quizá una borrachera de cielo y flamboyanes.
Lo cierto es que esta noche el carnaval arrolla
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Es preciso ponernos brevemente de acuerdo
esta ciudad ignora y sabe lo que hace.
Cultiva el imposible y exporta los veranos
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Aquí flota el orgullo como una garza invicta,
nadie se queda fuera y todo el mundo es alguien.
El sol identifica relajos y candores
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Como si Marx quisiera bailar el mozambique
o fueran abolidas todas las soledades.
La noche es un sencillo complot contra la muerte
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.