vecinos

De cómo sobrevivir en una comunidad de vecinos Artículo de Óscar de Caso

Debido a mi extensa participación y práctica en vivir en comunidades de vecinos, en distintas localidades patrias, compartiré dicha experiencia con ustedes, benditos lectores. No tengo duda de que, para su desgracia, demasiada gente se verá muy reflejada y sufridora de los salvajes que conviven con ustedes en el edificio.

Algunos de nuestros vecinos puede que hayan pasado su infancia en alguna cueva, rodeado de trogloditas, por la manera tan salvaje que tiene su comportamiento vecinal. Como han vivido como salvajes, en justa herencia y correspondencia, educan a sus vástagos como a salvajes, animándoles a patinar por los pasillos de su vivienda o a jugar al fútbol en el salón, a figuración del Camp Nou.

En su afán expansionista, estos brutos utilizan los rellanos como una prolongación de su vivienda, almacenando bicicletas, carritos de bebé, mobiliario vintage descatalogado o cualquier trasto que les sobre, tal que un mercadillo. No se desprenden de nada, se lo muestran a la vecindad.

A consecuencia de haber habitado cuevas, carecerían de puertas, adivino que mantas. Debido a su falta de hábito, cuando ahora las cierran, con todo su ánimo y furia, la cristalería tintinea en los muebles.

Tengo la sensación de que los muebles que decoran su casa se asemejan a troncos de árboles, palets o menhires, por el inevitable estruendo que se produce cuando los arrastran de manera constante y a cualquier hora. Interiorismo continuado.

Considera, con fe ciega, este rebaño, que la propiedad de su casa comienza tan solo de su puerta hacia el interior de su vivienda. La puerta del portal, el zaguán, las escaleras, el ascensor y, en general, todo el mobiliario comunal, lo maltratan sin piedad. En ocasiones, parece territorio comanche. Como si a ellos no les correspondiese la reparación y el pago de los desperfectos que ocasionan.

Hacen uso del ascensor, máquina que en su tribu no poseían, de una manera despiadada, se amontonan en su interior familias enteras con enseres incluidos, arañan las paredes, saltan y dejan los escupitajos pegados en el cristal. Simulan la escena del camarote de los Hermanos Marx. Observarles salir del mismo es un espectáculo lamentable.

A consecuencia de su más que probable dificultad para juntar letras, las notas informativas con avisos que se colocan en distintos lugares no les agradan, por su poca solvencia lectora. Los bestias se enfurecen, las arrancan, hacen tachones y, mientras intentan leerlas, con la punta de las llaves perforan un agujero en la pared. Cabreo muy consecuente.

Cuando ellos tienen obligación de madrugar, los demás vecinos tenemos que acompañarles en su desvelo, pues se acompañan con la tele o la radio a todo volumen y gritan como si fuera una verbena.

En su marcha diaria hacia el colegio, sus hijos salen todos los días, todos, todos, he escrito todos, verdad, como una turba enloquecida. Estos papás y mamás no se preguntan si hay vecinos enfermos descansando, bebés durmiendo o trabajadores con turno de noche. Sin duda, salvajes.

En su desmesurada alegría, convierten su vivienda en la discoteca Pachá, con sus potentes altavoces y su infinita necesidad de juergas constantes a discreción.

Como son muy amigos de sus amigos, disponen de su casa las noches de fin de semana, tal que un after, para invitarles a solazarse hasta altas horas de la noche. Muy sociables ellos.

Consideran el cargo de presidente de la comunidad como si se tratase de un conserje, en nómina de la misma. Nunca asisten a las reuniones de propietarios, momento en que se deciden los presupuestos, se cambian los cargos, se aprueban derramas. En el caso de que se precise subir las cuotas, estos energúmenos corren al administrador de la finca, enfurecidos. En ocasión de alguna avería en su domicilio, después de pernoctar en el mismo durante varios años, no tienen la menor idea de en qué lugar se hallan los contadores o las llaves de paso. Muy interesados ellos.

Al tratarse de personas muy afables, saludan, charlan, hacen chistes con aquellos vecinos morosos federados, que deben innumerables cuotas, sabiendo que estos disfrutan de muchos vicios conocidos por todos.

Tratándose de seres muy confiados, deseosos de conocer gente, le abren la puerta del portal, a través del telefonillo, a cualquiera, sin preguntar nada. Se conoce que no tienen nada que perder, ni nada que temer. Desahogados que son.

Remataré con algo muy generalizado. Si les increpas por su intolerable comportamiento, ellos braman: ¡que te vayas a vivir al campo! Cuando lo procedente es que ellos, animales salvajes, se instalen en el monte.

ANEXO.- Si por lo que fuere, se toma la incierta decisión de morar en un dúplex, de esos con más escaleras que El Corte Inglés, habrás de observar que tan sólo te libras del vecino de arriba y del que tienes debajo. En fatal cambio, te puede suceder que el vecino pareado contigo, sea socio numerario del PACMA, acogiendo en su casa y diminuto jardín a varios perros, gatos y demás animalario. Así, estarás torturado todo el día con los propios gritos de cada especie.

En el dúplex pareado del otro costado, con mala suerte, disfrutarás de un vecino con tarjeta VIP-Platino de Leroy Merlin. Equipado en su totalidad de herramientas y maquinaria que le hacen orgasmar los fines de semana al completo, practicando el más diverso bricolaje.

Los que habitan enfrente, parterre frente a parterre, se han construido en dicho mini jardín una piscina-bañera de dos metros por dos metros, donde durante todo el estío chapotean y gritan, día y noche, toda la familia y sus amigos, en turnos rotatorios, procurándote unas siestas y noches inolvidables. A este maldito placer se le suma perfumar tu casa de un intenso olor a barbacoa desde el desayuno hasta la cena.

En el colmo de los infortunios, los hijos del vecino de al lado se han inscrito en la escuela de fútbol municipal. Esto te obliga a devolverle la pelota que se les cuela en tu jardincito unas diez veces al día. Estarás obligado a ahorrar para colocar una alambrada de tres metros de altura, para evitarte paseos.

No tengo por menos que desearte la mayor parte de la buena suerte, si tomas la decisión de sobrevivir en algún sitio similar a los que te he descrito.


Acompaño el escrito de hoy con un tango creado por el argentino Enrique Santos Discépolo titulado «Cambalache», del que me consta que al cantarlo el catalán se siente muy feliz. Lo grabó en el disco «Serrat en directo» de 1984. Una gran parte de los argentinos consideran este tango como el verdadero Himno Nacional; y, otros, por contrario, el antihimno.

Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé…
En el quinientos seis
y en el dos mil también.
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé…
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente
ya no hay quién lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en un mismo lodo todos manoseaos…

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!…
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!…
¡Y todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Que uno vive en la impostura
que otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que si es cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!…

¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y «La Mignón»,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín…
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
vi llorar la Biblia
contra un calefón…

¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril…
El que no llora no mama
y el que no roba es un gil!
¡Dale nomás! ¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
se vamo a encontrar!
¡No pienses más séntate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Que es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de las minas,
que el que roba, que el que mata
o está fuera de la ley

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas