El escrito de hoy está relacionado no con los vulnerables, ni con los desfavorecidos, tampoco con los desheredados. Todos estos adjetivos despreciables e inoportunos que con el tiempo han tratado de imponer en el lenguaje popular cada gobierno de turno que hemos padecido, y que han intentado camuflar el adjetivo real, el contemporáneo, el que mejor define la situación en que se hayan estas personas: la pobreza. Son pobres federados porque se alimentan con mucha escasez, porque les resulta casi imposible pagar su vivienda, porque padecen mucho frío o calor, porque malcomen en los servicios sociales, porque se les niega un jornal, porque todos los políticos intentan esconderlos en el trastero, porque, en definitiva, pretenden hacerles invisibles.
Estoy convencido de que, para entender la pobreza, tan sólo se puede conseguir habiendo estado inmerso en ella. Supongo que te debes sentir tan acobardado que te desprendes de parte de tus derechos y deberes como ciudadano. Si no fuese así, no comprendo porque no reaccionan, siendo tantísimos y llevando la razón.
Escribamos un poco de la necesaria historia. En el siglo pasado, en la década de los ochenta, el pobre venía a ser una persona mayor que había cotizado muy poco en su vida laboral (ya imaginan por qué). En estos días, el enorme y creciente grupo de pobres lo componen: parejas de jóvenes y no tan jóvenes con vida en común, personal de tropa con empleos muy precarios y discontinuos, jubilados con exigua paga, desempleados de larga duración, inmigrantes forzosos y forzados.
En aquellos años en que un servidor era un chaval, y, como juguete, disponíamos poco más que de una pelota de fútbol multirremendada, la pandilla de amigos futboleros debíamos de desplazarnos hacia los extrarradios de la ciudad, obligados a atravesar a pie extensos poblados de chabolas, muy comunes y extendidas por los arrabales. Ninguno de nosotros teníamos ni miedo ni reparos en caminar entre aquellas personas, jamás hubo conflictos. Tan sólo eran pobres… En estas fechas, a los pobres se les teme, se les rehúye, nos producen vergüenza ajena, desviamos su mirada, desconfiamos de su penosa situación, algunos estúpidos ignorantes pensarán para sí: «algo malo habrán hecho». Estos pobres actuales no malviven en chozas; duermen, en el mejor de los casos, hacinados en mini habitaciones realquiladas, rebuscan por la noche en los contenedores de basura de los supermercados, soportan horas de colas por una ayuda social, si sus hijos pasan hambre, roban…
El umbral para poderse federar como pobre no es el mismo en Suiza que en Senegal, obvio. Según opinan los estudiosos que se preocupan por este asunto aseveran que: el umbral bajo el que se puede estar en riesgo de pobreza coincide con el 60% de la renta media del país. Sírvanse, benditos lectores, coger papel y lápiz y hagan números…
Permítanme que, con mucho respeto, haga una sencilla semblanza de los pobres, pobres, entiéndase. Son secos, sobrios en palabras, desprenden poco ánimo, no conversan debido a que su única y desgraciada obsesión es la misma pobreza que sufren. Una vieja característica de los pobres son los madrugones a quemarropa que están obligados a practicar; estos últimos años se precisa de otro madrugón añadido para poner una lavadora, obligado por las aleatorias y sorpresivas tarifas de la luz que perpetran los oligarcas del ramo. Los pobres no van a los grandes almacenes para comprar en época de rebajas, sino a poder beneficiarse del gratuito frío o calor que allí se derrocha; se ilusionan contemplando escaparates, que viene a ser la forma de consumir de los que no pueden consumir. Debe existir y existe una dignidad de la pobreza; si por lo que fuere, perdiesen ese sentimiento de dignidad, la vida se volvería aún más cruel para con ellos.
Observemos la diferencia que existe entre la juventud y la vejez en el apartado de la pobreza. En la vejez, adivino que la carencia de recursos pudiera ser más llevadera, practicas menos vicios, eres sensiblemente conformista. En la juventud, les supone una desgracia porque la falta de dinero les aumenta la quimera de la vida (piénsenlo un poco).
Los pobres, por lo general, no suelen acudir a votar. El desprecio que practican hacia la política, sostengo que es muy justificado. Razono: una persona con hambre, que se enfrenta a un posible desahucio o bien muy desesperado por la crónica falta de empleo; bastante tiene cada día con tratar de subsistir y no pensar en tirarse por la ventana. No seamos crueles echándoles en cara su más que razonado desprecio. De los argumentos expuestos sobre la ausencia de los pobres para introducir su voto en la urna pudiera desprenderse la fatal causa de la subida al poder de Trump en USA y de la niña Ayuso en Madrid. Posible pregunta para una encuesta del CIS…
Para los que poseen un carácter muy visceral, los enemigos comunes de los pobres podrían ser, a groso modo, el Partido Popular o bien el Partido Socialista; cuando para mí, los responsables son todas aquellas personas que permiten que la desigualdad siga creciendo, y de qué manera, empobreciendo a la población. El gerundés, señor Josep Pla escribía en sus «Notas dispersas»: «Las naciones pobres son aquellas en las que el pueblo es pobre; aquellas en las que los pobres aún lo son más, son ricas». (añádanle otro pensamiento).
A fecha de casi hoy, en los Estados Unidos la victoria de Trump, en parte, la han proporcionado con su voto aquellos pobres que, siendo las víctimas de sus verdugos, encumbran a éstos. Admiran a los triunfadores que les están machacando; en su sinrazón, les aúpan al poder para tratar de no parecer los condenados de la tierra. Tornarán a repetirse los gobiernos fascistas de los años veinte y treinta del pasado siglo. Esta terrible situación se repetirá mientras el personal no tome conciencia de la clase a la que pertenece y sea rechazado cuando quiera ascender.
Concluiré con unas letras de un libro del que he finalizado su lectura la semana pasada, escrito por el señor Josep Pla donde proclama esta inquietante aseveración: «Una de las cosas más curiosas que tiene este país es la enorme cantidad de pobres que tienen la misma alma que los ricos; que desprecian a los demás pobres como les desprecian los ricos».
Los versos del argentino Facundo Cabral (1937-2011) ponen fin al escrito de hoy con la canción «Entre pobres».
Entre pobres yo nací, entre pobres me crie,
entre pobres voy viviendo y entre pobres moriré.
Yo siempre quise vivir y porque quise yo vivo,
solo diciendo que sí se cumple nuestro destino.
Yo vengo de donde el diablo perdió la categoría,
el conquistador la fuerza y la inocencia María.
Vengo de donde Francisco se casa con la Teresa
todas las noches del año y casi todas las siestas.
Suelo pasar el invierno con la leña que recojo,
no soy esclavo ni amo para vivir de los otros.
El hornero hace su nido como yo hago mi canción,
cada cual, con cada uno, es ley de la creación.
Tal vez mañana me vaya si se me ocurre partir,
y si no me da la gana me quedaré por aquí.
No será más pobre el mundo el día que yo me muera,
otro canalla andará agitando por la tierra.
No pierdo tiempo en cuidarme, la vida es bello peligro,
del peligro del amor mi madre tuvo siete hijos.
Si ella se hubiese cuidado de mi padre y su fervor,
a la reunión de esta noche le faltaría un cantor.