Millones de páginas web pueblan la red de redes, y cada día crece en un número indeterminado, pero que se estima entre 100.000 y 300.000 nuevas páginas diarias. Sin embargo, el acceso a toda la información existente no es tan fácil como pudiéramos creer.
De todas las páginas, información y datos que se albergan en el mundo virtual, sólo el 10%, aproximadamente, es directamente accesible por los usuarios habituales de Internet. Son las páginas indexadas por los buscadores, digamos, normales. El resto está ahí… pero convenientemente protegido. Y no es que esa protección sea infranqueable, ni mucho menos, pero el acceso a la misma sí que implica utilizar herramientas y métodos de navegación que se salen de lo habitual. En ciertas circunstancias, también implica riesgos de distinta índole que el navegante tiene que conocer. Como muchos sabrán, hablamos de la Deep Web (Internet Profundo). Un inciso: vamos a hablar de la Deep Web, aunque englobando la Dark Web, la parte más extrema, para hacer más fácil la comprensión del artículo.
Desde los inicios de Internet, existen proyectos para salvaguardar el anonimato y la privacidad de los usuarios más celosos de su intimidad. Con técnicas en las que primaban la seguridad sobre la velocidad, se desarrollaron aplicaciones destinadas a navegar sin dejar rastro. Aunque esto no es estrictamente así, porque existen medios muy avanzados para poder hacer seguimientos y rastreos en determinados casos, es cierto que el nivel de seguridad que ofrecen estas aplicaciones es muy alto. Simultáneamente, se fue albergando mucha información en Internet que, por unas u otras razones, no convenía que fuese directamente accesible, por lo que se utilizaban dominios especiales, no se permitía su indexación por los buscadores, o utilizaba puertos y protocolos poco habituales, por lo que sólo a través de su dirección exacta era posible llegar a ella. La unión de ambos conceptos, navegación anónima e información anónima, facilitó el nacimiento de la Deep Web.
Como suele ocurrir, el uso criminal en un sistema que ofrecía la cuasi inmunidad en las comunicaciones no tardó en aparecer. De hecho, la Deep Web alberga una ingente cantidad de contenidos sin filtrar o, si se prefiere, sin censurar, que puede impresionar a más de uno. Las ofertas de drogas de todo tipo, armas, dinero falso, o incluso sicarios, son accesibles a través de este inframundo digital, esa capa más profunda de la cebolla de las comunicaciones. Edward Snowden la utilizó para filtrar los documentos de la NSA, y proliferan también sitios de grupos radicales o terroristas. Por si fuera poco, el tipo de moneda que se utiliza en el Internet Profundo también es virtual: el bitcoin.
Pero, ¿es todo malo en la Deep Web? No, ni mucho menos. Existe mucha información valiosa que, por las razones que sean, quedan sólo al alcance de los verdaderamente interesados. No se prohíbe el acceso, pero no se pone en un escaparate… De hecho, en ningún caso es delito navegar de forma anónima, ni visitar cualquier página web que tenga libre acceso. Otra cosa es la actividad delictiva que se pueda llevar a cabo con ellas.
Personalmente, no aconsejo «bajar» a las entrañas de Internet, salvo en los casos en que el usuario lo considere absolutamente necesario. Hacer una utilización de las herramientas de navegación para tener un plus de seguridad y privacidad, es una cosa. Pero navegar por ciertas páginas, es, cuando menos, muy poco recomendable. Tengamos en cuenta que el cibercrimen, como hemos dicho, se mueve en este ambiente poco controlado y de dificilísimo rastreo. Hay muchas páginas repletas de malware y virus que pueden arruinar nuestro ordenador en pocos segundos, por ejemplo. Algunos datos: si un virus o malware entra en nuestro ordenador, seguramente esté programado para acceder a nuestros datos. El número de la seguridad social se vende por 1 dólar, el historial médico se vende por más de 50 dólares y la tarjeta de crédito, por 60 dólares. Todo se vende aquí, como los ataques DDoS a páginas web o servidores, desde 7 dólares la hora, o el SPAM por email, por 50 dólares los 500.000 correos enviados (como hemos dicho, las transacciones, generalmente, se realizan en bitcoins). ¡Todo un negocio!
Pero, además, hay otros riesgos no menos peligrosos. El modus operandi de las aplicaciones para navegar por la Deep Web se basa en el paso de la información por múltiples nodos, de modo que nuestra dirección IP va quedando invisible. Este paso por diferentes nodos va enlenteciendo nuestra navegación. Un modo de acelerar la velocidad es, por ejemplo, configurar la aplicación para convertirnos en «nodo de salida», una opción que a veces utilizan algunos usuarios, pero que implica algunos riesgos. Uno importante es que si en un nodo de paso anterior un usuario ha cometido un delito, y nosotros estamos configurados en «modo salida», seremos nosotros los responsables del delito cometido, ya que será nuestra dirección la que quede registrada. Al menos, a priori, ya que luego dependerá de las investigaciones policiales, las pruebas y otras variables. Pero es un riesgo a tener en cuenta.
Para los usuarios avanzados que quieran realizar alguna prueba, tienen que informarse primero sobre el proyecto TOR. Una vez tengáis claro que queréis acceder a este tipo de navegación, y conociendo los riesgos y las ventajas, os recomiendo encarecidamente que instaléis un antivirus profesional (ojo con los gratuitos, ofrecen funcionalidades limitadas) y que evitéis páginas de contenido sospechoso. A partir de ahí, la responsabilidad de cada cual, en el disfrute de su derecho al acceso a la información, pondrá las barreras.