El lídel del Partido Socialista, Pedro Sánchez, parece, por el momento, incapaz de centrar sus decisiones políticas. Su propio partido empieza a estar harto de esa zozobra que causa el querer quedar bien con todos, pero sin saber cómo hacerlo. Para ello, está sumiendo a su partido en un terreno de arenas movedizas de donde, a veces, es muy difícil salir.
Ya lo hizo Zapatero, y no pudo acabar su mandato. Pedro Sánchez está abriendo muchos frentes y le van a faltar mangueras para apagar todos los fuegos, especialmente los que empieza a encender en su propia casa.
Después de que en 2011 apoyase la reforma del artículo 135 de la Constitución para proporcionar un marco de estabilidad presupuestaria, algo indispensable para la recuperación económica y para evitar nuevos desastres en el futuro, ahora cree que aquello fue un error. Tras aquella reforma, Pedro Sánchez dejaba por escrito: «La estabilidad de las cuentas es un principio de buen gobierno». ¿Qué ha cambiado para que ahora no le parezca bien?
En el PSOE parece ser que están poco menos que aterrorizados con Podemos, la rama más extrema de Izquierda Unida. Y en el PSOE se han echado al monte en busca de «puntos de unión» con Pablo Iglesias, lo que viene a significar, en definitiva, «en busca de votos». Pero el problema viene cuando hay que pasar por encima de ideas, proyectos y militantes para conseguir el claro objetivo a corto plazo de ganar una elecciones. Entramos en el sempiterno problema de lo lícito con lo moral, y lo ético, aunque el PSOE no es un grupo de unos miles de militantes, sino que representa a varios millones de españoles que esperan más responsabilidad de sus dirigentes. ¿Cómo puede explicarles ahora Pedro Sánchez que se puede gastar más de lo que uno tiene, que pagar lo que se debe no es prioritario o que el dinero público no es de nadie, como decía la ministra socialista Carmen Calvo? ¿Quiere volver al inicio de la crisis para poder gobernar España?
Pedro Sánchez también quiere quedar bien con el señor Arturo Más, aunque más bien (y volvemos a lo mismo…) quiere quedar bien con los potenciales votantes catalanes. Para ello, utiliza un lenguaje en clave que todavía no se ha podido descifrar, ni siquiera por él mismo. Si antes el PSOE abogaba por un «federalismo asimétrico», ahora se inclina por el «federalismo simétrico». Mediante el PSC se propone y alienta de nuevo la «bicapitalidad», para que Barcelona y Madrid compartan la responsabilidad de ser capital de España, y trasladar alli el Senado, como «regalo» a Cataluña para que de esta forma no quiera independizarse… Es decir, gastar unos cuantos miles de millones de euros en crear nuevas e innecesarias instituciones, cargos políticos, burocracia… como solución a los desafíos soberanistas. Los independentistas catalanes no quieren nada de todo esto, que no es más que un intento por «parecer» mucho más dialogante que el gobierno de Rajoy, pero que se queda a mucho menos de medio camino.
Uno de los problemas de todos estos sintentidos es el peligro de hacer la risa ante el mundo. Porque, hoy en día, hacer la risa ante el mundo supone mucho más que antes: supone poner en riesgo, precisamente, esa estabilidad económica de nuestro país que tanto necesitamos. Y es que cuando a los niños del cole les pregunten por la capital de España y tengan que responder con varias ciudades, sí que podremos afirmar, sin ningún género de dudas, ¡Spain is diferent!
Miguel Llorens