Ada Colau protagonizó ayer otra de sus muchas poses para los medios de comunicación. En el Salón de la Enseñanza de Barcelona, les dijo a los soldados que informaban sobre las carreras militares que, libremente, pueden realizar quienes estén interesados en ello, que no eran bienvenidos allí. Les dijo que en su ayuntamiento preferían que no hubiese presencia militar en el Salón.
Los militares, como es lógico, se mostraron educados ante la imbecilez que, delante de público y cámaras, no pretendía más que humillarlos. Aguantaron sin ningún problema la impertinencia, pese a que de inmediato les dió la espalda para redondear su faena.
Respeto que la alcaldesa no quiera al ejército, y que sea pacifista. Sin embargo, llama la atención que el mismo ayuntamiento que se declara pacifista, respalda y financia la página web de las FARC colombianas (Agencia Prensa Rural), una guerrilla declarada como grupo terrorista desde 2001 por la Unión Europea, Estados Unidos, Chile, Perú o Nueva Zelanda, aparte de la misma Colombia. También Amnistía Internacional o Cruz Roja han condenado a este grupo terrorista, que tiene en su haber actos de violación de los derechos humanos contra civiles, ataques a ambulancias de la Cruz Roja, secuestro de civiles, reclutamiento y tortura de menores, entre otros, y las FARC está considerado el mayor sembrador de minas antipersonal del mundo.
Pero no es mi intención centrarme en las FARC, ni en sus reivindicaciones. El motivo del artículo es la hipocresía de Ada Colau. El ejército español le parece indeseable, siendo, como es, una institución que actualmente tiene la misión de defender la libertad de los españoles y participar en misiones, especialmente humanitarias, en todo el mundo. Es el mismo ejército que acude cuando ocurre una desgracia, y es el mismo ejército al que le suplicaría su ayuda si, Dios no lo quiera, Barcelona sufriese una catátrofe. Nadie está libre de esa amenaza, ni siquiera Cataluña.
Pues a esta misma Colau sí que le parecen bien las FARC. Y los contribuyentes de Barcelona, lo quieran o no, ayudan con su dinero en la promoción de este grupo armado, al que Colau sí apoya, y al que sí le parece respetable. También los apoya el sindicato independentista Intersindical CSC y «L’Associació Catalana per la Pau» (ACP), curioso nombre para designar a quienes apoyan a grupos armados de su ideología de extrema izquierda. Yo, sin embargo, pienso que con el nombre de la PAZ no hay que jugar, y mucho menos abanderar en su nombre proyectos terroristas.
No me merecen ningún respeto quienes dicen ser solidarios, pero sólo con los de su ideología. A esos los llamo sectarios. Los independentistas catalanes, muy «solidarios» también, y muy atentos a la emergencia social que se vive en todas partes, tienen un plan de choque para paliar la situación. Han elaborado un protocolo para decidir a quiénes ayudar, y en uno de sus primeros puntos se exige que los destinatarios de ayuda tienen que hablar catalán… ¡Olé, viva la solidaridad! Lo llaman «Obligaciones Sociales Básicas». A los demás, que los zurzan. Y es que entralazar la política extrema con la pobreza extrema, y con los extremadamente desfavorecidos, es una táctica que muchos desaprensivos no dudan en utilizar impunemente.
Las FARC tienen sus seguidores, pues se trata de un grupo marxista-leninista, y hay muchos comunistas que comulgan con sus ideas y su forma de lucha. Yo eso no lo discuto, allá cada cual con sus ideas. Pero esa hipocresía, esa demagogia estúpida de la señora alcaldesa me resulta bastante babosa. Porque ella, amante de los escraches, de ocupar edificios o de colocar a su familia y conocidos en puestos del ayuntamiento, hace luego lo contrario de lo que predica. Y que no se autoproclame pacifista, sino solamente que apoya a los ejércitos de su cuerda. Colau… ¡no cuela!
Pero, ante todo, que a nadie se le ocurra insultarla, o hacerle un escrache a ella, o una huelga, porque puede acabar mal… ¡faltaría más, Colau! Porque ella está en el bando de los buenos, y todos los demás están para dormir y callar.
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