Desde el grupo político Podemos terminó formándose un partido con dos líneas de actuación. Una muy jerárquica, basada en elecciones internas, con unos líderes muy mediáticos, con muchas prerrogativas. El otro sector, con una espontaneidad fresca, intelectual e igualitario, tomaron como algo esencial evitar las fricciones dentro de los «círculos» adscritos; para ello, convocaron primarias abiertas para cualquiera que se inscribiese.
En 2015, cuando hubo que elegir secretarios generales en las comunidades autónomas y en los municipios, volvió a repetirse la reiterativa fractura que siempre ha caracterizado a los partidos políticos de izquierdas, provocando la primera gran crisis de Podemos, que ocasionó la destitución del secretario de Organización en la primavera de 2016.
Se trataba de escoger entre un partido con un liderazgo muy poderoso de arriba abajo; o bien un partido más transversal y sociopolítico, dedicado a la construcción de mayorías, olvidando las luchas pasadas, corriendo el riesgo de sucumbir a la tentación de convertirse en otra élite política.
Podemos, en un corto espacio de tiempo ha hecho varias cosas importantes: ha puesto el concepto «casta» encima de la mesa, es decir, que el adversario de la derecha no es la izquierda y viceversa; sino algo más evidente: que el enemigo de los de arriba, no es ni más ni menos, que los de abajo, y así mismo, viceversa. Han logrado que las nuevas generaciones hayan tenido en Podemos un instrumento político representativo; también ha formulado una nueva forma de criticar al verdadero poder y un modo nuevo de expresarse. Hicieron envejecer, de pronto, a los demás partidos políticos en España. Y algo que a mí me agrada mucho: «ha alborotado el gallinero».
Además de lo expresado en el párrafo anterior, hay algo más evidente que nos ha destapado Podemos, y que parecía oculto: La gente no milita en los partidos. Los partidos políticos son los medios de comunicación. La gente es militante de la Cope, otros de la SER, de Onda Cero, de El País, de La Razón, de la Sexta, etc. Podemos, desde que se crea, ataca a la izquierda, recriminándola, de que se ha repantigado en obtener un ocho por ciento de los votos, y no da más de sí. Nos ratifican que «los partidos de cartel» no se distinguen ideológicamente unos de otros, que cada vez se unen más y que han creado una gran coalición furtiva.
En las elecciones de 2016 se produjo un hecho singular (según el CIS): las clases populares no votaron ni a Podemos ni a Izquierda Unida; el voto se lo concedieron personas altamente cualificadas, jóvenes y mayores, algo que es de uso en los votantes de extrema derecha, esos mismos votantes con expectativas insatisfechas con la democracia o con la situación económica. El populismo de Podemos es un hecho singular en Europa, ya que este fenómeno sólo veía luz en los mítines de la ultraderecha. Los desempleados, jubilados, trabajadores del ámbito «servicios» votan el bipartidismo, de manera especial al Partido Popular.
Sostengo, benditos lectores que, leyendo la historia, en este país, las fuerzas radicales o anticapitalistas nunca han sido el reflejo de las clases populares.
¿Fue la unión con Izquierda Unida lo que hizo que, en vez de sumar, se restase? Casi seguro que sí; además de las negociaciones con otros partidos en el Congreso tras el 20-D y su gestión sobre la (no) investidura de Sánchez; incluyendo el miedo que difundieron y que les produjo a los poderes económicos y mediáticos la fusión de estos dos partidos políticos. Como dato curioso (también, cifras del CIS), la coalición Unidas Podemos perdió más votos en las provincias donde anteriormente habían cosechado un mejor resultado. Como hecho empírico, se concluye que la formación morada es desplazada por los ciudadanos al rincón de la extrema izquierda, lugar, que de ningún modo pretendían ocupar sus responsables. Como escribo en el título del escrito de hoy, Podemos subió como un cohete, muy rápido, y como todo cohete, después de explotar, tomó tierra.
Para finalizar el escrito, transcribo la opinión del periodista catalán Arcadi Espada: «Desde 2017 los círculos podémicos empezaron a embrutecer la convivencia española. Han logrado ser parte destacada del debate público y hoy participan en instancias diversas del gobierno de este país. No es, exactamente, que su presencia haya podemizado las instituciones políticas, la Justicia o los medios. El partido Podemos es la expresión de la previa deforestación intelectual y moral de una parte de la población española. Nadie ecuánime puede encontrar un serio signo positivo en su actividad parlamentaria o en el gobierno de grandes ciudades. Pero para eso los eligieron sus iguales. El partido Podemos ha basado su crecimiento en el bulo y es un bulo en sí mismo. La obligación de los demócratas, sin embargo, no es solo desmentir sus mentiras, sino desactivar las verdades, tan repugnantes como decisivas, de sus hechos alternativos».
He elegido un poema del poeta chileno Pablo Neruda para el escrito de hoy. Lo publicó en 1950, titulándolo «Los enemigos». El rotundo título explica la claridad y contundencia de sus versos.
Poema muy aplicable en nuestros días a los invasores rusos de Ucrania y a la masacre de civiles en Gaza a manos del ejército israelí.
Ellos aquí trajeron los fusiles repletos
de pólvora, ellos mandaron el acerbo
exterminio,
ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,
un pueblo por deber y por amor reunido.
Y la delgada niña cayó con su bandera,
y el joven sonriente rodó a su lado herido,
y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.
Por esos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.
Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.
Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.
Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo.
Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.
Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.
No quiero que me den la mano
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.
No los quiero de embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados
en esta plaza, en este sitio.
Quiero castigo.