Debido al largo transcurso de tiempo en que la clase media ha permanecido en la sociedad, me atrevo a desarrollar un perfil, más o menos objetivo, de los individuos que engrosan este colectivo social, eso sí, siempre generalizando. Suelen ser gente mansa, serena y poco proclive a levantar pasiones. Evitan involucrarse en causas justas, tampoco apoyan las ilícitas. Viven en esa «zona de confort» (otro eufemismo ridículo) con su inevitable y vitalicia hipoteca, sus créditos de auxilio, y unos empleos progresivamente precarios, aunque ellos no lo perciban así. Acostumbran a reunirse y conversar con personas de su mismo grupo social desarrollando comportamientos muy afectivos y ceremoniosos. La clase media está compuesta de un grupo heterogéneo de personas con un común denominador: son consumidores voraces.
En gran parte de los países, la clase media se vino a formar por una seducción de los ricos poderosos hacia los menesterosos, para tratar de arrimarlos hacia ellos y separarlos de los sectores de la ira popular.
Resultaron ser las clases medias de los países occidentales las que más han sufrido la deslocalización de las fábricas. Las mismas que, en venganza, ahora votan las ideas populistas que, a la desesperada, les prometen soluciones fáciles a problemas muy difíciles.
Los adolescentes pertenecientes a este grupo social desarrollan una pasión desenfrenada hacia «las marcas», conducidos por los medios de publicidad a modo de rebaño. La globalización ha aupado a estos jóvenes al podio de los poderosos.
Con esta montaraz y exponencial dinámica que mueve el capitalismo de última generación, parece que se va a llevar por delante cualquier tipo de clase social que esté situada entre los capitalistas y los trabajadores. Afirmación que sostengo, benditos lectores, porque, visto lo visto, se está convirtiendo en irrefutable. Un individuo es capitalista o trabajador no por su propia percepción, al contrario, más bien por el puesto en que está colocado en el sistema económico capitalista.
El obrero de clase media con reconocida especialidad en su oficio aspira a ser un burgués; está molesto a consecuencia de sentirse mal pagado. En el caso de que no pueda dar el paso de ser el dueño de su propia empresa, lo aduce a la mala suerte como única responsable de su desdicha.
Los recién llegados a la clase media admiran a los ricos, aunque les hayan explotado sin misericordia. No quieren que a los poderosos les obliguen a pagar más impuestos, con la creencia real o ficticia de que, si no les molestan a los que se encuentran por encima de ellos, a ellos, clase media, también les respetarán su status recién adquirido. Sueñan fantasías, se autoengañan, nunca han dejado de ser clase trabajadora, poseen esa subjetiva lógica porque ellos mismos carecen de conciencia de clase trabajadora. Necesitan ascender a una clase media superior, aspiran a más porque hay gente que tiene más; en el caso de no conseguirlo, permanecen jodidamente frustrados. Para ello, no parecen tener escrúpulos en dejar víctimas por el camino.
Paulatinamente, la clase media ha dejado de ser burguesía (nunca lo fue). Se ha de reconocer que el ascenso de la clase media ha sido el cambio más importante en la distribución de la renta en las últimas décadas del siglo pasado.
En una cama hospitalaria que él mismo inauguró, había muerto hacía un par de años, por la gracia de dios, el dictador Franco. Tiempos muy agitados para todos, especialmente para los de siempre. Reforma o ruptura. Monarquía o república. Democracia o más de lo mismo. El cantautor asturiano Víctor Manuel escribió la canción que os presento. La tituló «La canción de la esperanza» en 1978 dentro del disco «Soy un corazón tendido al sol». En ella relata las esperanzas, los miedos, la proximidad de las urnas, los fusilamientos, los atentados terroristas.
Tanto imaginarnos una muerte digna en ti
y tú salpicabas la pared.
Fuimos una oreja, un latido, un transistor:
mientras salpicabas la pared.
Esperábamos con miedo la ruptura
tú bien sabes el porqué;
cuántas gentes no dormían en sus casas
tú ya sabes el porqué.
Siempre sospechamos que la vida no eras tú,
tú la vieja historia fantasmal;
eras la costumbre, la pistola y el altar,
un espejo roto en el desván.
La imposible y desgraciada pesadilla,
la campana de cristal.
Algún día nos dirán que no exististe
más que en sueño en realidad.
Que no cese la esperanza acorralada
con un voto no cambiamos casi nada;
que no cese la esperanza acorralada
muerto el perro no se fue con él la rabia.
Era casi fácil rebelarnos contra ti
en el sindicato, en un papel;
toda la política se hacía contra ti.
eras el resumen a vencer.
Ahora todo es más complejo
todavía lo difícil es crecer
y aceptar que otros decidan por tu cuenta
con el voto que les des.
Siempre había soñado que se irían de una vez
nunca había soñado con un Rey.
Es muy desigual esta partida de ajedrez
ellos tienen votos y el poder.
Prosigamos con la lucha siempre viva
en la oficina o el taller,
que la historia nos empuja maldiciendo
en una mesa de un café.