Aunque a veces creamos vivir en una película, ponernos delante de un toro de verdad enfría mucho los ánimos. Escocia ha tenido que escoger entre Braveheart, y la estabilidad social y del bolsillo. Y ahí, por guapo que sea Mel Gibson, no hay color.
Yo añadiría que en Escocia ha triunfado el sentido común. Lejos está la opresión de Eduardo I de Inglaterra sobre tierras escocesas, lejos están aquellas batallas que hoy los nostálgicos esgrimen como baza para una independencia más cinematográfica que práctica. Si Wallace tenía razones contundentes para enfrentarse a los ingleses, la historia se ha encargado de ir acomodando a unos y otros en un país moderno, próspero y sin enfrentamientos. Escocia ha votado sí a seguir creciendo, sí a la unidad de los pueblos para afrontar los problemas comunes, y ha dicho no a la intolerancia, no a la separación y no al enfrentamiento vano.
Escocia aún tenía motivos para un referéndum, la consulta ha sido legal y era algo que desde hace tiempo todas las partes habían pactado. Sin embargo, la aventura sin sentido de los partidos radicales catalanes poco tiene que ver con esto. Aquí se plantea una independencia basada sólo en ideas y montajes políticos. Los partidos nacionalistas sólo desean una Cataluña independiente para perpetuarse en el poder, para mantener la casta de unos reyezuelos que, de hecho, se han perpetuado desde tiempos de los Pujol, quienes estamos viendo que tenían a Cataluña como una mera máquina de hacer dinero para uso propio.
La supuesta mayoría independentista catalana no creo que sea tal. Sí es la más ruidosa, pero no creo que sea la más numerosa. La mayoría de catalanes son gente honrada a la que poco o nada le interesan estos temas, y mucho menos quieren oir hablar de una separación del resto de España. Naturalmente, y hacen bien, se callan. No quieren polemizar con los radicales. No hay ninguna razón para ese debate abierto, porque muchos son amigos, clientes, jefes o familia. ¿Para qué debatir con el sinsentido? ¿Qué iban a ganar con ello? La sociedad catalana ha sufrido profundas agresiones del discurso nacionalista, han sido invitados una y otra vez al odio hacia el resto de españoles de una manera casi criminal, y continuamente se reciben mensajes directos hacia el enfrentamiento. Es difícil luchar contra ello, máxime cuando la juventud catalana ha salido de las universidades con ideas irreales de una Cataluña inexistente.
Arturo Más debería ser juzgado no por querer la independencia de Cataluña, sino por manipulación, incitación al odio hacia una parte de la sociedad y por frustrar las aspiraciones de los catalanes a convivir en paz con el resto del mundo. Y una cosa muy importante: aún no he oido una sola razón coherente por la que Cataluña debería ser independiente.
Repito: ni una.