Las elecciones de ayer, contra todo pronóstico, dejan el panorama político de España mucho más definido que en diciembre. El Partido Popular ganó con contundencia y fue el único partido que subió de manera incontestable en votos y en escaños respecto a las anteriores elecciones generales.
El PSOE obtuvo 5 escaños menos, consiguiendo empeorar sus ya de por sí malos resultados anteriores, y la coalición IU-Podemos no alcanzó, ni de lejos, ni el famoso «sorpasso» a los socialistas, ni un resultado cercano a sus expectativas. De hecho, el resultado de Unidos Podemos es un tanto engañoso, pues aunque consiguen la misma suma de escaños, han perdido por el camino nada menos que 1,2 millones de votos. Ciudadanos también pierde 8 escaños, algo que para un partido «emergente» tendría que ser muy preocupante. El resto, prácticamente, ha quedado en posiciones parecidas a las que ya tenía, si bien es destacable la pérdida de un diputado por parte del PNV.
En el Senado, el PP también consigue una holgada mayoría, y por comunidades autónomas destaca por encima de todas la victoria popular en Andalucía, donde Susana Díaz, que se planteaba como el posible «recambio» de Pedro Sánchez, ha obtenido un mal resultado y, por lo tanto, escasas credenciales para ascender en el escalafón.
Los españoles hemos asistido atónitos desde el pasado 20 de diciembre a toda una serie de maniobras, escenificaciones, pactos, gestos, enfados, amores y divorcios entre nuestros políticos. Y estas elecciones han sido nuestro momento para dar nuestro veredicto y nuestro parecer a todo ello. No hay más. El pueblo es soberano y libre, y ha votado en consecuencia. Ésa es la grandeza de la democracia. Cada cual por sus razones, los millones de españoles que votamos ayer hemos dibujado un nuevo mapa político que facilita, por fin, la formación de un gobierno en nuestro país.
Aritméticamente, nos encontramos con que nadie tiene la mayoría absoluta para una investidura, pero la realidad es muy tozuda, y no creo que ningún líder político pretenda comenzar de nuevo con el teatrillo. En un contexto político tan complicado, que el PP se haya destacado con tanta diferencia no deja lugar a dudas respecto a quién debe ser presidente, independientemente de que luego se tenga que negociar para conformar un gobierno estable. Si Ciudadanos cumple con su discurso, negociará con el PP y llegará a acuerdos, y el PSOE, en mi opinión, se abstendrá en la investidura de Rajoy, pues lo contrario sería una gravísima irresponsabilidad hacia todos los españoles.
Si el 20 de diciembre dije sin temor a equivocarme que habría nuevas elecciones, ahora creo que Mariano Rajoy será investido presidente del gobierno y que el Partido Popular gobernará junto a Ciudadanos. Dudo mucho que el PSOE entre en la coalición que siempre he defendido, que es la única verdaderamente posible y que daría un impulso a nuestro país: PP-PSOE-Ciudadanos. Si el PSOE prefiere su estrategia actual, con los resultados negativos que le está generando, es su problema, pero intentar gobernar en coalición es la única oportunidad que tiene para aportar una parte de su programa electoral a la sociedad española.
España ha optado por la estabilidad política y por continuar con una trayectoria económica positiva. Eso no quiere decir que los españoles perdonen o dejen de condenar la corrupción, verdadero cáncer del PP, o que no estén dispuestos a reclamar políticas sociales más justas. Hay mucho por hacer, y la exigencia al gobierno por parte de los ciudadanos, incluídos los casi 8 millones que han votado al PP, tiene que ser constante. El que vota a un partido no tiene por qué comulgar con todo, ni mucho menos, porque lo que suele ocurrir es que se vota al que uno considera el menos malo. Eso quiere decir que la crítica de los propios votantes siempre tiene que ser nítida, porque sólo así se consigue mejorar.
Lo importante ahora es que nuestro país disponga de un nuevo gobierno que empiece a trabajar lo antes posible. Hemos perdido 6 meses, y eso es algo que, en nuestra situación, no nos podemos permitir.