Anoche estuve viendo una película estadounidense en la televisión, que se desarrollaba en los años sesenta del siglo pasado (casi anteayer) en plena segregación racial.
La historia narraba la vida de una mujer de raza negra que trabajaba en la NASA (la de las naves espaciales); esta señora era una fenomenal y genial matemática haciendo cálculos para el despegue y aterrizaje de la primera nave espacial americana en orbitar alrededor de la Tierra.
A esta eminente dama, aparte de ningunearla laboralmente con sueldos más bajos que los de sus compañeros blancos, tenía que hacer sus necesidades fisiológicas a un kilómetro de su puesto de trabajo en unos váteres reservados sólo para negros dentro de la oficina. Mal disponía de una vieja cafetera rotulada: sólo para negros. Además de todos estos atropellos, la prohibían asistir a las reuniones de trabajo. Ella reclamaba y exigía explicaciones, argumentando su eficiencia laboral y su correcto comportamiento social, a lo que todos sus jefes y compañeros le respondían con idéntica frase: «ESTO ES LO QUE HAY…».
Hace muchos años, muy poco antes de morir el dictador Franco, yo trabajaba con categoría de ayudante en una empresa de 125 empleados. Las condiciones laborales por aquel entonces se las pueden imaginar (el enlace sindical de los trabajadores era el jefe de personal), no les cuento más. Un grupo de trabajadores tuvieron una entrevista con el dueño, con el fin de solicitarle una mejora general de salarios. A nuestra petición él decidió, de manera rotunda, adjudicar esa pequeña subida de sueldo únicamente a los de categoría «de oficial», argumentando con displicencia: «ESTO ES LO QUE HAY…».
En un acto de deliciosa solidaridad, los oficiales rechazaron la oferta si ésta no se extendía también a los ayudantes. El patrón, con saña opulenta, se negó (argumentando de manera física sus testículos). Todos los trabajadores decidimos en un acto de temeraria valentía y una pincelada de inconsciencia, declararnos en huelga. Nos encerramos en una parroquia durante 48 horas hasta que la patronal cedió a nuestras reivindicaciones.
La misma empresa, en las navidades siguientes a la huelga, tuvo la maliciosa gentileza de obsequiar, con la tradicional cesta de Navidad, tan sólo a aquellos empleados en los que el dueño creía depositar su confianza. Estos, en otro acto de abnegación increíble, fueron depositando pública y ceremoniosamente sus cestas en la puerta de la empresa, para acto seguido ofrecérselas a Cáritas.
El epílogo de esta solidaria historia no ha variado nada con el tiempo transcurrido. El fulano, al cabo de unos años, «recogió las capas y se pegó el piro». Un día llegamos a la empresa, y esta permanecía cerrada, nadie respondía al timbre ni al teléfono. Nos dejó a todos en la calle y la empresa pasó a ser propiedad de los bancos con dos hipotecas. El tío ca…, se solea en la actualidad en su lujosa mansión mallorquina.
Hace algunos años, estuve empleado en otra empresa, con numerosa plantilla y muy consolidada en el sector. Un gran número de los trabajadores declarában en nómina la mitad de la jornada, y diariamente laborábamos ocho horas. Como es de justo derecho, le pedimos que fueran legales con nosotros y con el Estado y cumpliese con la ley. Respuesta del patrón: «ESTO ES LO QUE HAY…». Pedíamos accesorios, facilidades y repuestos para desarrollar nuestro trabajo. Se encogía de hombros y decía: «ESTO ES LO QUE HAY…». Nos obligaban a utilizar nuestros propios vehículos como coches de empresa, recitando la misma letanía: «ESTO ES LO QUE HAY…». Requeríamos los obligados exámenes médicos; nunca nos los hicieron, porque: «ESTO ES LO QUE HAY…».
No podíamos movilizarnos, nos tenían humillados y aterrorizados, con un sueldo precario, sin sindicatos que te protegiesen. España en ese tiempo sumaba unos números de desempleados muy elevado y una muy creciente falta de solidaridad; estábamos obligados a jodernos y callarnos. ¡Ah!, y no me vengan ustedes, benditos lectores, con demagogia de bisutería, exponiendo soluciones legales, fáciles y cándidas, que todos sabemos en las que por desgracia tenemos todas las de perder en este grave atropello laboral.
Si sacan la cabeza del ordenador, de la tele, del móvil y del fútbol y se preocupan (que es su obligación) de saber qué hacen los señores del castillo con sus impuestos; de no desfallecer en denunciar públicamente las mentiras y desmanes que perpetran sus políticos más cercanos, y de practicar con más ganas la solidaridad que la caridad. Sólo con estos condicionamientos y alguno otro más, no iremos regresando a la Edad Media.
El señor Serrat y un servidor nos despedimos hasta pasadas las fiestas. Les deseo buena suerte para el próximo año.
La canción que ofrezco hoy puede parecer un manual de instrucciones para un supersticioso, y una diversión para su charnego autor; un poco arriesgada para su repertorio y agradó poco a los puristas del señor Serrat. «Toca madera» (1990), pertenece al disco «Utopía». Sostengo que al asunto del artículo de hoy le acompaña.
Nada tienes que temer,
al mal tiempo buena cara,
la Constitución te ampara,
la justicia te defiende,
la policía te guarda,
el sindicato te apoya,
el sistema te respalda
y los pajaritos cantan
y las nubes se levantan
Cruza los dedos,
toca madera.
No pases por debajo de esa escalera.
Y evita el trece
y al gato negro.
No te levantes con el pie izquierdo.
Y métete en el bolsillo,
envuelta en tu carta astral
una pata de conejo
por si se quiebra un espejo
o se derrama la sal.
Y vigila el horóscopo
y el biorritmo.
Ni se te ocurra vestirte de amarillo.
Y si a pesar de todo
la vida te cuelga
el «no hay billetes»
recuerda
que pisar mierda
trae buena suerte.
Toca madera,
toca madera.
Cruza los dedos,
toca madera.
Nada tienes que temer…
Arriba los corazones…
Nada tienes que temer,
pero nunca están de más ciertas precauciones.
Cruza los dedos,
toca madera.
No pases por debajo de esa escalera.
Y evita el trece
y al gato negro.
No te levantes con el pie izquierdo.
Que también hacen la siesta
los árbitros y los jueces.
Con tu olivo y tu paloma
camina por la maroma
entre el amor y la muerte.
Y vigila el horóscopo
y el biorritmo.
Ni se te ocurra vestirte de amarillo.
Y si a pesar de todo
la vida te cuelga
el «no hay billetes»
recuerda
que pisar mierda
trae buena suerte.
Toca madera,
toca madera.
Cruza los dedos,
toca madera.
Y ajústate los machos,
respira hondo,
traga saliva,
toma carrera
y abre la puerta,
sal a la calle,
cruza los dedos,
toca madera.
Toca madera,
toca madera.
Cruza los dedos,
toca madera.