Había comenzado un escrito, para esta semana, sobre la corrección política extrema. A causa de que leo muy lenta y atentamente el interesante libro de Ángel Antonio Herrera titulado «España salvaje. Retrato de la nueva modernidad», he encontrado en la página 232 un artículo sobre el feminismo integrista: una prolongación aproximada del que publiqué semanas atrás. Ya mismo se los transcribo.
A una bodega, en un pueblo de León, le pide el Ministerio de Igualdad que retire una valla publicitaria, porque cosifica a la mujer, y a un panadero de empresa, en Barcelona, le caen siete mil euros de multa porque solicitó en un anuncio «maestro pastelero» y «dependiente», y esa petición les resulta sexista, según el Ministerio de Trabajo. Vamos llegando ya a un virtuosismo de represión entre patético y bárbaro, donde los anuncios de vino tienen que resolverse con un retrato de frasco con poca curva, y las ofertas laborales explicadas en varios idiomas, no vaya a ser que la policía de la tontuna, normativa en mano, nos pida las ganancias de medio año.
Estos dos ejemplos, el de la bodega y el obrador, deberían sobrar para convencernos de que alguna preceptiva de la igualdad de la mujer empieza a incluir una estulticia cósmica. No figura la estulticia en el papel perceptivo, eso no, pero se cumple sin rubor en la práctica. La valla publicitaria de León es un fragmento de una acuarela donde se ata un mar de brochazo y una media bañista de espaldas, y esa viñeta de veraniega inocencia, más allá de que toda acuarela arrastra algo de inocencia, es la estampa promocional de la marca de vinos apercibida, desde ya bastantes años. Pero ahora resulta que cosifica, y hay que llevarse el cartelón al desván, aunque uno en el anuncio solo aprecia un bikini y un horizonte, y un poco más.
A este paso, que es más bien galope histérico, hay ya que retirar todos los anuncios de perfumes, los videoclips de reguetón, los desfiles de corsetería y los planes de «campanadas» de Cristina Pedroche. Y cito en corto, porque se me va acabando la página. En cuanto al panadero, pues sirve lo que ha dicho el hombre, que él solicitaba un puesto de trabajo bajo el título de oficio, y que en su empresa tienen contrato más mujeres que hombres. Yo mismo se lo pregunté, durante la mañana de Susanna Griso. Y contestó como si eso importara a los demandantes. Estamos a dos jueves de la demencia, más la multa, porque en el sitio de la sensibilidad hemos admitido el de la demonización, y en el de los derechos un puritanismo homicida.
Para consolidar aún más el artículo del señor Ángel Antonio Herrera, coloco un poema del señor Benedetti, don Mario: «Una mujer desnuda y en lo oscuro», que forma parte del libro «Preguntas al azar» (1985-1986). Los signos de puntuación, se ha atrevido a colocarlos un servidor, para una mejor comprensión del poema; don Mario hacía muy poco uso de ellos. Aprovechar pronto su lectura, benditos lectores, antes de que el ministerio de la tontuna lo denuncie, como poema cosificador y sexista.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra,
de modo que, si ocurre un desconsuelo,
un apagón o una noche sin luna,
es conveniente y hasta imprescindible,
tener a mano una mujer desnuda.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza,
entonces, dominguea el almanaque,
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos,
miran y de mirar nunca se cansan.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos,
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro.
Una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende,
el cielo raso se convierte en cielo,
y es una gloria no ser inocente.
Una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.