El Tratado incluía la cesión de la ciudad, el castillo, el puerto, la defensa y las fortalezas de Gibraltar. Hasta ahí, los ingleses llevan la razón histórica, mal que nos pese. Sin embargo, en el Tratado no se incluía mención alguna respecto a las aguas, y ahí es donde viene el problema, ya que España y Reino Unido lo interpretan como más le conviene a cada uno: nosotros decimos que las aguas no están cedidas (por lo tanto, son nuestras), y ellos dicen que tener costa lleva implícitas las aguas, por lo que establecieron unilateralmente tres millas de aguas jurisdiccionales, lo que representa la principal fuente de conflictos, especialmente con los pescadores españoles de la zona.
Una vez más o menos claros los antecedentes históricos, cabe preguntarse si unos y otros están respetando el Tratado, los acuerdos internacionales actuales, así como la legalidad vigente en la Unión Europea. Bajo mi punto de vista, España ha tragado tradicionalmente con todo lo que los distintos gobiernos brítánicos han hecho en Gibraltar. En la construcción europea, España ha sido uno de los paises de segunda, o de tercera, y los propios problemas internos, el aislamiento internacional y la precaria situación económica del último siglo nos dejó pocas ganas de abrir nuevos frentes que, por cierto, tampoco nos habrían llevado más que a enfrentamientos estériles. El Reino Unido fue evolucionando sus maniobras en Gibraltar, y hoy en día es una pieza clave para los ingleses, que han conseguido asentar un punto estratégico comercial y militar de primer orden, con entrada al Mediterráneo y acceso directo al continente africano.
El Tratado de Utrech dice literalmente en una de las partes que afectan a la cesión de Gibraltar:
«Pero, para evitar cualesquiera abusos y fraudes en la introducción de las mercaderías, quiere el Rey Católico, y supone que así se ha de entender, que la dicha propiedad se ceda a la Gran Bretaña sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra. Y como la comunicación por mar con la costa de España no puede estar abierta y segura en todos los tiempos, y de aquí puede resultar que los soldados de la guarnición de Gibraltar y los vecinos de aquella ciudad se vean reducidos a grandes angustias, siendo la mente del Rey Católico sólo impedir, como queda dicho más arriba, la introducción fraudulenta de mercaderías por la vía de tierra, se ha acordado que en estos casos se pueda comprar a dinero de contado en tierra de España circunvecina la provisión y demás cosas necesarias para el uso de las tropas del presidio, de los vecinos y de las naves surtas en el puerto.
Pero si se aprehendieran algunas mercaderías introducidas por Gibraltar, ya para permuta de víveres o ya para otro fin, se adjudicarían al fisco, y presentada queja de esta contravención del presente Tratado serán castigados severamente los culpados.»
Podemos ver que la interpretación que se hace del Tratado es interesada por parte británica. Naturalmente, aceptan la cesión, pero se apropian de las aguas y, además, desprecian absolutamente términos como los descritos anteriormente, ya que el contrabando es habitual y totalmente consentido por las autoridades, y la evasión fiscal es su gran fuente de riqueza. Reino Unido ha convertido el peñón en un paraíso fiscal, con miles de empresas fantasma que expolian directamente a España, y donde se practica el bunkering ilegal (gasolineras flotantes), el contrabando de tabaco y drogas, etc.
Todo esto se agrava con la provocación del gobierno gibraltareño al intentar ampliar su territorio de forma artificial, arrojando bloques de cemento en unas aguas que España considera suyas, y perjudicando a los pescadores de nuestro país.
Pero lo que más indignación está causando en los últimos días es lo que comentaba al principio: que Fabián Picardo, ministro principal, se permita insultar a España impunemente. Picardo no hace gala precisamente de esa legendaria flema británica, ese mantener la compostura hasta en los momentos más delicados. No, más bien es un especímen desagradable, maleducado y con menos gracia que un guiri bailando flamenco. Es un personaje que da la impresión de tener ganas de dejar el cargo (ojalá…), o de que lo echen (ojalá…). Igual se cree un superhéroe, o es un ser de ultratumba, uno de aquellos soldados de George Rooke que cree que aún sigue la guerra.
Sea lo que sea, ha conseguido algo importante: unir a todos los partidos políticos de España en torno a este tema… ¡hasta ERC! Con esto último, lo digo todo.