Cataluña vive sus peores momentos desde hace casi un siglo. Con un gobierno que ya no cumple las leyes desde hace tiempo, ni siquiera las leyes catalanas, y con una ruptura social muy importante, Puigdemont se encamina por el camino que le llevará en breve al precipicio.
El, de momento, presidente catalán no consiguió con el simulacro de referéndum lo que había calculado. Ni él, ni su gobierno, fueron capaces de hacer un pronóstico aproximado de la jugada, y ahora se encuentran abocados al suicidio político, y a punto de asumir consecuencias personales importantes. Pese a que intentaron hacer mucho ruido mediático a costa del uso de la fuerza policial, pensaron que habría mucha más, y que no sería necesario echar mano de las mentiras para aumentar el impacto internacional. Su éxito en ese sentido fue solamente parcial, tal y como se ha visto posteriormente.
Porque los pillaron en esas mentiras, como se pillaron las urnas llenas de votos antes de colocarse. Un esperpento. En estos últimos momentos, Puigdemont se afana, desesperado, en buscar apoyos en la iglesia católica (tipo Colombia), para que algún obispo haga de ¿mediador? en el conflicto que ha generado. Es su último recurso, toda vez que no cuenta con ningún apoyo internacional, ni siquiera de organizaciones de cierto peso específico que pudieran aportarle algo de aire, pero es que hasta el Papa acaba de anunciar que no reconoce los movimientos secesionistas… Incluso la gran mayoría de la prensa mundial le ha dado la espalda y se posiciona, como es lógico, del lado de la democracia española y su estado de derecho.
Por desgracia, no son momentos para que nadie apele al diálogo. Es del género tonto pensar que en estos momentos puede haber diálogo entre quienes defienden la Democracia, y quienes quieren dinamitarla. El gobierno catalán ha pisoteado los derechos de, especialmente, los catalanes, pero también del resto de españoles, a los que quiere arrebatar su libertad y las leyes que la sustentan.
Poco, o nada, le importa a Puigdemont el daño que está haciendo a Cataluña. Si la fractura social es enorme, el impacto económico es, a cada hora que pasa, brutal. Sin contar con las tremendas consecuencias penales que recaerán sobre muchas personas a las que ha engañado y que, en estos momentos, creen, ingenuamente, que todo esto es una fiesta. Y es que si el gobierno actúa saltándose la ley, ¿cómo no van a hacerlo ellos?
Como digo, apelar al diálogo en estos momentos ya no tiene sentido alguno. Ahora nos enfrentamos a un problema de grandes dimensiones. Ante la inminente declaración unilateral de independencia, sólo cabe una respuesta. Y tras esa respuesta, el independentismo sólo cuenta con la calle. Puigdemont, además de la calle, cuenta con 17.000 Mozos de Escuadra… Con esto quiero decir que veo muy capaz al presidente catalán de exigir la defensa de Cataluña a los Mozos de Escuadra, como hizo Lluís Companys el 6 de octubre de 1934. Esa sería su ilusión, convertir Cataluña en un campo de batalla. Pero claro, eso no va a ocurrir, para su desgracia, y será la cárcel, seguramente, su destino para los próximos años.
El horizonte cercano en Cataluña es bastante negro. Las huelgas, las protestas, la violencia,… Pero, al final, todo eso queda en Cataluña. Es como patalear en las arenas movedizas: a cada movimiento, te hundes más. Por eso, el independentismo radical está desmoronando la sociedad catalana.
Las palabras de Felipe VI fueron duras, pero constataban una realidad nada dulcificada. En nuestro país, el Rey es el Jefe del Estado, y es el símbolo de su unidad. Por lo tanto, se hacía ya imprescindible su presencia en un momento de suma gravedad, máxime cuando es el mando supremo de unas Fuerzas Armadas que, quién sabe, quizás tengan un papel en este conflicto en un futuro próximo, especialmente en el control de instalaciones estratégicas.
No me gusta el pesimismo, pero la situación me parece muy preocupante. El próximo lunes puede ser un día tristemente histórico.