De nuevo, el pasado sábado asistimos a la gala de los Goya, ese acto político pagado por todos los españoles en el que, de paso, unos empresarios aprovechan para repartirse entre sí unos premios por su trabajo.
La gala fue, más o menos, como todas. Mucho esmoquin (salvo Pedro Sánchez), muchos vestidos imposibles, muchas joyas, mucho lujo. Y mucha tontería.
El IVA del cine no les parece bien a estos chicos. Ya lo sabemos, el año pasado, y el anterior, y el otro, ya nos lo dijeron en la misma gala. Sin embargo, los millones de sufridos autónomos que apenas llegan a fin de mes sí tienen que pagar su IVA correspondiente, pero como no tenemos los Goya a los mejores comerciantes del año, no podemos hacer una gala televisada para reivindicar nuestro malestar.
Dani Rovira, gracioso, pero menos, se sumó a las imbecileces típicas de la gala, como burlarse del ministro de Cultura, que tuvo la valentía de asistir con su mujer a sabiendas de que, siendo del PP, sería vapuleado con muy poco estilo y menos educación por la secta millonaria. No sé cuánto nos costaría en total ese acto, pero hay pocas cosas que salvaría del mismo. La mayoría del tiempo consiste en dedicatorias, como cuando en Radio Villena se dedicaban las canciones: a mi madre, a mi padre, a mi primo, a mi abuela, a mi vecino que me estará escuchando, a mi suegra….¡¡argggg!! Unas veces con lloros fingidos, otros con lloros de verdad, pero generalmente dedicatorias insufribles. Yo dedico un aplauso al que pensó en limitar con un tiempo fijo esas dedicatorias. Sin duda, lo mejor de la gala.
En esto del glamuroso mundo del cine pasa como ha pasado siempre: que siempre habla el que más tiene que callar. Resulta que en estos momentos hay nada menos que 44 películas españolas investigadas por un presunto fraude en las subvenciones que reciben. Vamos, de nuestro dinero, el de todos los españoles. El 20% de las películas subvencionadas, que no es moco de pavo, están bajo sospecha por el fraude de la autocompra de entradas, lo que les permitía recibir unas ayudas que para nada les pertenecían. Un escándalo que no interesa airear mucho. Ahora, eso sí, ellos son intocables, lloran mucho y son tremendamente buenos y solidarios. Al menos, frente a las cámaras. Claro, son actores…
De la calidad del cine español, es difícil opinar. Buena parte de las películas no llegan a exhibirse, puesto que una vez rodadas y cobrada la subvención, no llegan a los cines. Unas veces por falta de distribuidora, y otras… ¡para qué! Ya han recibido lo suyo… ¡A por otra! De las que llegan, es verdad que una parte tiene una buena calidad, y gracias a Dios, cada vez hay más de éstas. De hecho, 2015 fue un buen año de recaudación, lo que quiere decir que estos años atrás, los españoles no es que no fuésemos al cine porque le teníamos manía a los directores, sino porque no había donde escoger algo decente. Cuando nos dan calidad, vamos al cine. Para ver una birria, mejor quedarse en casa viendo «La que se avecina».
El productor Fernando López Mirones se ha atrevido a escribir públicamente su suicidio profesional. Sí, ha sido capaz de escribir en Facebook lo que piensa de todo esto, del mundo en el que trabaja, de la gala… de la «secta». Dice en su escrito que los actores que no demuestran aborrecer al PP, no trabajan… ¿Es esto posible? No es el único que ha destapado este sectarismo salvaje en el mundo del cine español. Sinceramente, no imaginaba que el séptimo arte estaba tan politizado. Es repulsivo que se llegue a estos extremos, y más cuando una parte importante del dinero que reciben es de todos los españoles.
Perdonad que sea tan duro. Pero me parece insultante que estos millonarios subvencionados, muchos de los cuales sólo vienen a España para esta gala, quieran abanderar la justicia en este país. Ser actor o productor es sólo un trabajo, y aunque sea un trabajo artístico, también lo es el de un pintor o un arquitecto. Que no se pasen de listos y, sobre todo, que no nos roben nuestro dinero.