Estudió la carrera de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Con sus cuarenta y cinco años de profesión médica a sus espaldas, es un testigo privilegiado de la transformación del sistema sanitario de nuestro país. Orgulloso del sistema de salud público universal y de calidad, no da crédito cuando contempla cómo la Administración, que debería velar por la protección de este sistema, que debería defenderlo con orgullo, se dedica a sabotearlo, a desmontarlo para ponerlo en manos de empresas privadas que nada tienen que ver con la salud, en detrimento de la calidad de la asistencia, con el único fin de obtener beneficios.
Les transcribo, benditos lectores, sus vivencias: «Fundamentalmente, como toda iniciativa privada, lo que buscan es tener rentabilidad. Ofrecerían un servicio que, aunque no hay controles rigurosos, tendría que ser de calidad. Además, el personal sanitario es como todo el que se ha formado en nuestro país, gente competente… pero el fin, es puramente económico. Lo que pasa es que se introduce un nuevo elemento en la relación al ciudadano con el profesional. La calidad de la atención no es el único criterio, ahora tiene que ser un servicio rentable para la empresa que lo está financiando. Por lo tanto, tiene un incentivo que puede ser perverso, porque es económico. Tengo que hacer menos radiografías, o tengo que dar menos medicamentos… Eso choca con la ética profesional, con la deontología.
Primero puede haber una oferta para hacer el hospital. Y el sector público lo que hace es alquilarle o comprarle durante treinta o cuarenta años las camas hospitalarias, las infraestructuras. Ellos aportan la inversión inicial, con ayudas, evidentemente: hay que ir dándoles dinero para que haya una ganancia desde el principio, incluso en el proceso de financiación. Además, si el personal sanitario depende de ellos, ofrecen un servicio de cobro por asistencia al ciudadano. Normalmente se establecen unas tasas: ‘Si usted me atiende al personal de este territorio, que son ciento cincuenta mil ciudadanos, le voy a dar por cada ciudadano y año seiscientos euros‘, de acuerdo a lo que establece el presupuesto general, que se calcula con las contabilidades de los servicios sanitarios. Se estaba hablando, más o menos, de seiscientos y pico euros por ciudadano. El dinero que recibe esa compañía lo puede usar con el personal que considere necesario.
Ellos decidirán el tipo de personal, el número de enfermeros, el número de médicos, las especialidades. Ellos decidirán cuántas cosas pueden hacer. Tal es el terreno en el que pueden obtener beneficios. Ahí pueden hacer todos los trucos posibles para obtener ganancias. Ellos defienden que su eficiencia es grande, que es superior a la del servicio público, porque tienen relaciones diferentes con el personal, o sea, contratos distintos. Dependiendo del número de servicios que preste, obtendrán o no los beneficios que dan lugar a que las empresas que estén interesadas en el sector –como los fondos de inversión de riesgo- se metan en este negocio. Por ejemplo, Sanitas, que parece que es una compañía española, está absolutamente captada, cien por cien, por Bupa que es una gran compañía inglesa del sector sanitario.
Por lo tanto, hay grandes lobbies del mundo internacional de las finanzas que se meten en este negocio para conseguir partidas presupuestarias. Y no sólo eso. Lo que quieren es que el sistema público vaya deteriorándose. Por eso esta política está unida a la de recortes, para que la sanidad pública pierda legitimidad y dé lugar a que la gente diga: ‘Yo me voy a buscar una aseguradora‘. El aumento del sector privado en la sanidad de nuestro país coincide con el deterioro planificado y estratégico del sector público. En los tratados internacionales de comercio se hace todo lo posible para que en sanidad, educación, dependencia, servicios sociales, cada vez sea menos fuerte el sector público.
Queremos que nos digan qué sistema de control de calidad deben tener las clínicas concertadas. Que sepamos, no existe. No se hace. Y si se hace, no es con transparencia. No tenemos información sobre el índice de mortalidad en los hospitales privados. No sabemos si la calidad de las prestaciones que se dan en los centros a los que se derivan enfermos tienen algún tipo de control, una inspección que exija unos baremos de cumplimiento. No digo que no exista, sino que no tenemos información para poder afirmar que lo que se está haciendo tiene un nivel de garantías y de calidad suficientes. Hay una falta completa de transparencia.
El hospital de Alzira fue uno de los primeros en que se aplicó esta iniciativa. A una empresa le dan una cuantía, a la empresa no le sale rentable, y dice que lo deja. Cierran el concurso y el convenio, le pagan una deuda de unos cuantos millones –sesenta me parecen que eran-, y automáticamente sacan otro concurso, donde incorporan otra partida y lo aumentan la cantidad que pagan por ciudadano. Se la queda la misma empresa, ya con una aportación económica que le garantiza unos beneficios considerables. Eso es una demostración de que en este modelo siempre está detrás el sector público, la financiación de las administraciones públicas, y si le va mal a la empresa privada no faltará el político o el sector político al que le interese que la empresa privada siga estando en este negocio, porque, además, está dentro de su marco ideológico y neoliberal. Vaya como vaya, le aportarán más cantidad de dinero».
Así mismo, cierro este escrito con otro admirado poeta uruguayo, Jorge Drexler. La canción data de 2017 y está contenida en el disco «Salvavidas de hielo». Está dedicada a su buen amigo Joaquín Ramón Martínez Sabina.
Fuimos cerrando uno a uno cuatro bares.
Montevideo, ya hacía rato, amanecía,
vos me augurabas oropeles y ultramares,
y al regresar del baño, ¿Quién no te creería?
Desorientado y confundiendo vocaciones
yo estaba preso en mi alegría diletante.
Me fui a Madrid con mi guitarra y mis canciones
haciendo caso a tu consejo delirante.
Y hoy que pasaron veintidós diciembres ya
de aquella noche loca que selló mi suerte,
esta canción, más vale tarde que jamás,
la escribo para agradecerte.
Y aunque sé bien que con tu empaque de ala triste
te da pudor la confesión de borrachera,
creo que sabes que el regalo que me hiciste
me cambió la vida entera.
Te quiero mucho más de lo que te lo cuento,
te veo mucho menos de lo que quisiera,
y como yo, una jauría de sedientos
que fuiste recogiendo por la carretera.
Te debo la milonga del moro judío
y otra turné por el Madrid de los excesos
donde aprendí a domar más de cien desvaríos
y a robar más de mil besos.
Tengo el detalle de camuflar tu apellido,
y quién lo quiera adivinar, que lo adivine
para nombrar a quien estoy agradecido
pongamos que hablo de Martínez.
Y aunque sé bien que con tu empaque de ala triste
te da pudor la confesión de borrachera
creo que sabes que el regalo que me hiciste
me cambió la vida entera.
Creo que sabes que el regalo que me hiciste
me cambió la vida entera.