Hasta el próximo 21 de agosto se celebran los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, los primeros que celebra Sudamérica, y uno de los más cuestionados, a priori, de los últimos años.
Cuando Brasil presentó su oferta olímpica al COI era un país de referencia, al menos sobre el papel. Su economía no se cuestionaba y la corrupción no era visible, aunque, sin duda, existía. Conforme han ido pasando los años, Brasil ha ido entrando en una crisis brutal en muchos aspectos, especialmente en el económico, y se ha ido destapando una corrupción de niveles gigantescos. El país se encuentra ciertamente convulso, con una situación política muy crispada y una sociedad que en buena parte se ha posicionado contraria a la celebración de los Juegos Olímpicos, seguramente como forma de protesta hacia esos problemas políticos, sociales y económicos tan profundos.
Las críticas y la presión internacional tampoco han sido desdeñables en los últimos años. Se ha mirado con lupa cada avance o retroceso, cada avería, cada contratiempo en las obras, cada fallo y cada traspiés que Brasil ha sufrido en su carrera contrarreloj para llegar a tiempo y en condiciones a la celebración de semejante evento mundial. Se ha cuestionado la seguridad, la capacidad organizativa, la idoneidad de cada punto de competición, la calidad de las instalaciones o las condiciones de la Villa Olímpica.
Pero Brasil ha llegado en tiempo y forma, al menos en lo básico. La inauguración tuvo un coste muy ajustado y, sin embargo, fue muy digna, bonita y hasta espectacular en algunos momentos. No es necesario gastar el doble para hacerlo el doble mejor, o gustar el doble. Con un estilo colorista y muy brasileño, con muchas referencias al Medio Ambiente, el comienzo ha sido muy bueno.
Pero siguen las críticas. La Villa Olímpica, días antes de llegar los atletas, era muy criticada por la prensa y por distintos comités olímpicos. Sin embargo, a la llegada de los atletas casi todos han felicitado a la organización por los buenos servicios que ofrece o la comodidad de las instalaciones. Pero muchos no se contentaban: en seguida se han difundido noticias de robos. Hombre, la Villa Olímpica alberga a miles y miles de atletas, es una ciudad en sí misma, y robos ha habido y habrá siempre en un colectivo tan inmenso. ¿Por qué esa manía a ponerlo siempre todo tan negro?
Brasil ha hecho un esfuerzo muy importante para tenerlo todo a punto. Hay cosas que no se han podido terminar, pero las esenciales están ahí. También ha habido problemas con las condiciones laborales de los trabajadores que han participado en las obras olímpicas, pero ésas son cuestiones políticas y sociales que tendrán que solucionar, pero que no están relacionadas directamente con la Olimpiada.
Por otra parte, los ciudadanos brasileños han protestado por la situación del país hasta el límite, aprovechando los Juegos Olímpicos. Sin embargo, buena parte de estos mismos ciudadanos han dicho que protestarían antes y después, pero no durante la gran cita deportiva. No sé si lo cumplirán, pero sería un ejemplo de responsabilidad social dejar que el país celebre la Olimpiada en relativa buena armonía, algo que beneficiará a Brasil en general, aunque, como siempre, a unos más que a otros.
Ahora, lo que cabe esperar es que los Juegos Olímpicos se celebren en paz y que impere el verdadero espíritu deportivo. Y, por supuesto, que los atletas españoles consigan muchas medallas… Pero también dejemos que Brasil pueda lucirse, y que este acontecimiento les sirva para mejorar, dentro de lo posible, su delicada situación.