Predispongo que la gran mayoría de ustedes no esconden ninguna duda al pensar y poder afirmar públicamente con rotundidad que el sistema judicial que sufrimos en España desde hace demasiados años es una catástrofe. Es muy lento, es partidista, es caro, es imprevisible, su funcionamiento de régimen interior es arcaico, muy complicado y tremendamente desigual según el status social de los encausados. Y alguna otra deficiencia más que no recuerdo.
Sostengo con firmeza que los ciudadanos no soportarían con la misma resignación que derrochamos con la ineficacia de la justicia si en un servicio público como pudiera ser el transporte, tuviera las mismas nefastas cualidades que el sistema judicial. Si se produjese esta circunstancia, la gente se indignaría con manifestaciones de casi sublevación pública.
La absoluta desconfianza que tiene la ciudadanía hacia la justicia en España reside, de un modo simple, en la falta de voluntad de los políticos en acatar los artículos contenidos en la Constitución.
En el ministerio de Justicia viene a suceder, de modo sistemático, lo que ocurre en los demás ministerios: cada nuevo ministro se empeña en redactar diferentes normas, aboliendo lo que los anteriores han elaborado. Sin que, con ello, se note en la práctica eficiencia alguna.
Escribía Montesquieu (que este tema lo dominaba): «Cuando en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistrados se reúnen la potestad legislativa y la ejecutiva, puede haber leyes tiránicas». En este enredo estamos metidos hasta el cuello…
Uno oye y observa con mucho estupor en las noticias, la cantidad de recursos que se interponen contra cualquier decisión judicial en su fase previa, retrasando durante años las celebraciones de los juicios y sus sentencias a causa de abyectas argucias pergeñadas por importantes bufetes de abogados.
Si se han fijado, en este país puede haber un baremo o unas oposiciones para lograr una plaza de bombero o en el cuerpo de policía. No es así para ser nombrado juez del Tribunal Supremo. No hay apenas transparencia en su designación.
Aunque todos los poderes deben emanar de la soberanía popular, en el caso del Poder Judicial hemos de observar que su fuente son las facultades de Derecho.
Desde hace tiempo, la afiliación a los distintos partidos políticos junto a asociaciones de jueces, han sido los motivos para obtener cuotas de poder en el gobierno del Poder Judicial. El reglamento que rige el nombramiento de los vocales que componen el Consejo General del Poder Judicial ha amalgamado todos estos males.
Menos mal, benditos lectores, que la jurisdicción laboral funciona de modo casi satisfactorio. Es decir, un despido se juzga públicamente con intervenciones orales y con pruebas que ambas partes presentan al juez. Así mismo, las sentencias no suelen dilatarse en el tiempo con el fin de evitar situaciones complicadas en ambos intervinientes.
Hay un asunto en el que no tengo un criterio sólido desde hace algún tiempo: el Tribunal Constitucional. Su supresión o su mantenimiento. Los antecedentes de su eficiencia, en cuanto a sentencias y su celeridad en las mismas, de hecho, dejan mucho que desear. Su eliminación le otorgaría al pueblo la creación de normas y de políticas acordes con los tiempos en que vivimos. Tengo que dejar el tema aquí, dedíquenle un pensamiento…
He dejado para el final del escrito una perversa anécdota del Tribunal Supremo de España: el Tribunal Supremo el 4 de junio de 2019 reconocía al golpista Franco como «Jefe de Estado desde el 1 de octubre de 1936», es decir, poco después del golpe de estado que originó la Guerra Civil, ¡con Manuel Azaña aún como presidente de la República! De traca…
A finales de abril de 1992 se edita el disco «Utopía». Dentro del mismo la canción «Toca madera». Muy a propósito del escrito anterior.
Es una canción a ritmo de salsa que los puristas serratianos no ven con buenos ojos. Éstos no tienen a bien que el señor Serrat, don Joan Manuel, componga canciones para su divertimento. Ésta es una de ellas, no ambiciona otra cosa que el gozo y servir de manual para la gente supersticiosa.
Nada tienes que temer,
al mal tiempo buena cara,
la Constitución te ampara,
la justicia te defiende,
la policía te guarda,
el sindicato te apoya,
el sistema te respalda
y los pajaritos cantan
y las nubes se levantan.
Cruza los dedos,
toca madera.
No pases por debajo de esa escalera.
Y evita el trece
y al gato negro.
No te levantes con el pie izquierdo.
Y métete en el bolsillo
envuelta en tu carta astral
una pata de conejo
por si se quiebra un espejo
o se derrama la sal.
Y vigila el horóscopo
y el biorritmo.
Ni se te ocurra vestirte de amarillo.
Y si a pesar de todo
la vida te cuelga
el «no hay billetes»
recuerda
que pisar mierda
trae buena suerte.
Toca madera,
toca madera.
Cruza los dedos,
toca madera.
Nada tienes que temer…
Arriba los corazones…
Nada tienes que temer
pero nunca están de más ciertas precauciones.
Cruza los dedos,
toca madera.
No pases por debajo de esa escalera.
Y evita el trece
y al gato negro.
No te levantes con el pie izquierdo.
Que también hacen la siesta
los árbitros y los jueces.
Con tu olivo y tu paloma
camina por la maroma
entre el amor y la muerte.
Y vigila el horóscopo
y el biorritmo.
Ni se te ocurra vestirte de amarillo.
Y si a pesar de todo
la vida te cuelga
el «no hay billetes»
recuerda
que pisar mierda
trae buena suerte.
Toca madera,
toca madera.
Cruza los dedos,
toca madera.
Y ajústate los machos,
respira hondo,
traga saliva,
toma carrera
y abre la puerta,
sal a la calle,
cruza los dedos,
toca madera.
Toca madera,
toca madera.
Cruza los dedos,
toca madera.