El escrito que hoy tecleo sobre la Constitución lo he centrado sobre una crítica (ustedes, benditos lectores, decidirán, si constructiva o destructiva). Transcurridos los años desde que se aprobó y las exiguas reformas posteriores, considero, sin duda alguna, que es casi un brindis al sol. El estar en contra de la Constitución, o de algunos de sus apartados, no debe representar un hecho o crítica punible o derrotista, es un pensamiento muy libre. Un ejemplo: un país de vieja democracia como el Reino Unido, donde sus ciudadanos carecen de Constitución escrita. Se rigen únicamente por un conjunto de costumbres, junto con distintas leyes aprobadas que no se pueden transgredir. La ausencia de una Constitución implica que no se haya creado el Tribunal Constitucional que, en estos momentos en España, parece estar por encima del Congreso de Diputados, con consecuencias muy lamentables como la impugnación del Estatuto de Cataluña. Lo que me lleva a significar que, sin ese tribunal, la voluntad del pueblo se convertiría en la principal razón de creación de normas sociales y políticas.
Un error básico y tremendo de nuestra Constitución, que el tiempo ha acentuado, y de qué modo, fue dar la exclusividad a los partidos políticos como la única representación de los ciudadanos en la política. Mantengo que se está comprobando que la poderosa oligarquía los está llevando a su redil, descaradamente. Lo que nos lleva a pensar que la acusada corrupción política de esta oligarquía política se sitúa bajo el paraguas de la propia Constitución.
La Constitución de 1978 es el resultado de un franquismo que no acabó con la muerte del dictador. Ni se concretó en una ruptura ni, tan siquiera, en una profunda reforma. De ahí viene como en estas horas, se han destapado la ingente grey de franquistas envalentonados. Es un documento que ha caducado hace mucho, incumplido por todos y muy distanciado de la realidad. En estos últimos años, la Constitución ha sido utilizada torticeramente para sacudir al adversario político; tanto, que casi está dejando de ser referente de autoridad.
La elaboración de una Constitución ha de servir para que ésta nos garantice unos derechos que por obligación tienen que ser irrenunciables. Cuando, sistemáticamente, esos derechos se pervierten, viene a suceder, si hojeamos la historia, que los españoles hemos optado más bien por abolir y derogar las constituciones, que reformarlas.
La Constitución de 1978 introdujo las categorías de regiones y nacionalidades; más ningún gobierno tuvo la decencia de puntualizar dónde estaba la diferencia. En la creación del Estado de Autonomías subyace, y de qué manera, una venganza o ajuste de cuentas hacia el centralismo de Madrid; casi lo mismo que sucede hoy entre los ayuntamientos y sus comunidades autónomas.
Hay reformas incuestionables que deben tratarse con urgencia: en el Título I, no obliga a cumplir a los poderes públicos los derechos y deberes fundamentales para con sus ciudadanos. Aclarar de una manera rotunda cuales son las nacionalidades y cuales las regiones. Anular la inviolabilidad del Rey, junto con los camuflajes de los aforamientos que están tan de moda. El artículo en el que se cita que sea la circunscripción electoral la provincia y no la comunidad autónoma. Y, ya de paso, otorgar la Jefatura Suprema de las Fuerzas Armadas al Presidente del Gobierno o al Ministerio de Defensa y no a su Majestad; y si pudiera ser, que desaparezca el lento, politizado, inoperante y lamentable Tribunal Constitucional. ¡Qué menos se puede pedir! La furtiva reforma a velocidad sideral que hicieron el PP y el PSOE en el verano de 2011 es una muestra empírica de que cuando se quiere, se puede…
Una estadística curiosa que he encontrado entre los papeles sobre la composición de diputados de las primeras cortes constituyentes: socialistas 31,7%, socialdemócratas 14,7%; el resto son clase alta y media-alta junto con profesionales de consideración elevada. Católicos practicantes 57,1%, católicos no practicantes 35,2%. Estuvieron en la cárcel el 13,4%, y detenidos el 25%.
No debo por menos, que finalizar este escrito sobre la Constitución con unas palabras del imprescindible señor Anguita, don Julio: «La Constitución de 1978 fue una chapuza, redactada desde la presión y el ‘consenso’, que al cabo de los años ha demostrado las debilidades, incoherencias y aplazamientos que ahora reivindican su cumplimiento».
En la canción ‘Cuervo ingenuo’ de mi casi amigo Javier Krahe, se aborda con sarcasmo y crítica la figura de un líder político (Felipe González), que promete una cosa en campaña, pero luego cambia de parecer al llegar al poder. Les suena de algo, verdad…
Tú decir que si te votan,
tú sacarnos de la OTAN,
tú convencer mucha gente.
Tú ganar gran elección,
ahora tú mandar nación,
ahora tú ser presidente.
Y hoy decir que esa alianza
ser de toda confianza,
incluso muy conveniente.
Lo que antes ser muy mal
permanecer todo igual
y hoy resultar excelente:
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente.
Cuervo Ingenuo no fumar La pipa de la paz con tú,
¡por Manitú!
Tú no tener nada claro
cómo acabar con el paro,
tú ser en eso paciente,
pero hacer reconversión
y aunque haber grave tensión
ahí actuar radicalmente.
Tú detener por diez días
en negras comisarías,
donde mal trato es frecuente:
ahí tú no ser radical,
no poner punto final,
ahí tú también muy paciente:
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente.
Cuervo Ingenuo no fumar La pipa de la paz con tú,
¡por Manitú!
Tú tirar muchos millones
en comprar tontos aviones
al otro gran presidente,
en lugar de recortar
loco gasto militar.
Tú ser su mejor cliente.
Tú mucho partido, pero
¿es socialista, es obrero,
o es español solamente?
Pues tampoco cien por cien
si americano también,
gringo ser muy absorbente.
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente
Cuervo Ingenuo no fumar La pipa de la paz con tú,
¡por Manitú!

