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La juventud, en general, según yo Artículo de Óscar de Caso

Así es, según yo. Según quien me hizo protagonista, según quien me ha jodido, según quien ha entrado y ha salido de mi corazón, según mis alrededores y, además, según de la manera con que me he ilustrado sobre este asunto. Siempre, atendiendo a mi limitada información y a mi singular criterio, legítimamente subjetivo y acoplado a sus sesgos biológicos condicionantes.

Registremos la memoria. La juventud, el pasado siglo, mantenía un respeto, digamos autoritario y constante, hacia los padres, no por vocación, sino impuesto. Para que los próceres dispusieran de ese respeto conseguido, estaban obligados a distanciarse de los hijos; eso, o utilizar la correa… Lo cierto, es que los hijos en aquella sociedad se encontraban en situación de desamparo, y su único cobijo era no perder el respeto a los padres.

Suelo empezar a teclear manteniendo premisas. La primera: la educación recibida entre los 5 y los 12 años es de suma importancia en su futuro; lo que se recibe en esa etapa, es lo que más tarde se transmite. Segundo condicionamiento: para intentar entender el comportamiento de una persona a día de hoy, tenemos la obligación de hacer historia, y saber dónde estaba a sus 18 años de edad. Para considerar la tercera proposición, hemos de ser cautos, y tener muy en cuenta que los jóvenes nacidos entre 1980 y 2000 han padecido dos muy grandes crisis, que casi con seguridad les obligará a ser más materialistas y efímeros en sus posesiones, y quizá, lo más lamentable, muy poca perspectiva de progreso en su vida. Incluiré una cuarta: de manera independiente y de las distintas culturas en que se sitúen los jóvenes de clase media, residan donde residan, parecen vivir en un universo paralelo.



La frustrante y lamentable paradoja es que la poca certidumbre y decepción de la juventud no atiza una rebelión mayoritaria, sino que les hace encogerse, deseando seguridad y garantías. Comportamiento muy al contrario de anteriores generaciones rebeldes. Leí, hace pocas fechas, a un sociólogo que la juventud de hoy va a sufrir la obligación de trabajar hasta la muerte, fallecerán sin poder tener un euro ahorrado y para sus descendientes la herencia que reciban será ridícula.

Escribamos sobre el ambiente familiar y su entorno. Recurro al vitalicio tópico de que los padres nunca entienden el comportamiento de sus hijos. Este aserto es inamovible. En los últimos años, la excusa patriarcal ronda hacia el uso indiscriminado de los smartphones de los chavales. Burda evasiva… Únicamente se generará un entendimiento y diálogo mutuo, cuando haya capacidad de exponer argumentos profundos entre ambas partes. Para poder conversar de temas importantes, es imprescindible más lectura, sin ella no aparece el vocabulario (Tinder, a día de hoy, no cuenta como lectura). Ahora bien, como los hijos suelen ser reflejos vislumbres del comportamiento de sus padres, si éstos padecen de artrosis cervical, a causa de tener el cogote hincado en el móvil de modo permanente, procede la necia imitación. Los padres se emplean con mucho esfuerzo y cantidad de ánimo en darle a los hijos la vida resuelta, pero no mejor… Con este mecenazgo protector pasan por la madurez e, incluso, se jubilan semejando disfrutar de una adolescencia cósmica.

El oficio de padre es jodido y no se aprende nunca. El de padre es un oficio que nadie puede enseñar. Haces lo que puedes. Si no cargas a tus hijos con tus frustraciones, tus malas leches y tus envidias, ya haces mucho.



Del mismo modo que los veterinarios nos recomiendan, y casi exigen, que cuidemos de nuestras mascotas como animales que son, y provocamos ridículo consentido al tratarlos como si los hubiésemos parido, arriesgo a sostener que los padres no han tenido respeto a la infancia. Les hablan con una prudencia exquisita desde muy niños. Les coronan como los reyes de la casa. Si por atribulación o por agotamiento de la última reserva de paciencia, a los próceres se les va la pinza y le calzan un cachete, existen posibilidades de acabar la jornada en prisión provisional sin fianza. Esto me hace recordar al imprescindible señor Pérez-Reverte, don Arturo, cuando escribía algo parecido a: «Cualquiera de las especies superiores de la naturaleza, se hallan en mejores condiciones para defenderse y convivir en su entorno que las dos últimas generaciones». No hay color…

La generación que mejor ha progresado ha sido la de los bebés que nacieron en Europa entre 1957 y 1977; las mayores tasas de nacimientos se produjeron entre aquellos años. Aunque ahora las generaciones disfruten de mejor vida, les cuesta mucho más esfuerzo progresar. Se puede señalar que gran parte de la generación de los baby boomers ha conseguido, con gran esfuerzo, tener una vivienda en propiedad. Esto será el contrapunto para las generaciones siguientes, pues supondrá que las herencias marcarán serias desigualdades.

Los padres actuales que blindan y protegen a sus hijos, que no se permiten negarles nada, que intentan, por todos los medios, que no lloren. Van a lograr que sus hijos se encuentren en inferioridad absoluta en el desarrollo de su vida particular al no poder alcanzar el nivel de confort que le han procurado sus papás. Ante esta situación de placentera confortabilidad, se disfruta la creencia de que tener un hijo es algo insólito, excepcional. Si en la enseñanza se observa algún problema de adaptación, se auto convencerán de que su vástago es un súper dotado, situación que viene a confirmar el guirigay educativo que estos últimos gobiernos perpetran.



Se ha cimentado entre la juventud, incluso entre las familias, un desagradable y casi explicable conformismo, cuando ambas partes, padres e hijos, se preguntan: ¿estudiar? ¿Para qué? En las aulas de las universidades se está cocinando un guiso decepcionante y peligroso: máxima preparación, abandono acompañado de frustración psicológica, aderezado con una sobreprotección familiar en imparable exceso.

Al joven de hoy le agrada poco escuchar a los viejos, y bastante menos conocer la historia de anteriores tiempos recientes. Este chico del siglo XXI desdeña el pasado, y con respecto a su futuro, cree estar sentenciado, dislocado y casi, casi condenado. Desprecia, y de qué manera, todo lo que suene a institucional. Se interesan, muy mucho, en buscar lo funcional y práctico de la vida. Rotunda pereza… No desean trabajar durante toda su vida, desean otro tipo de existencia; no les preocupa en exceso el porvenir; le dedican un tiempo abundante en buscar diversión. Por el contrario, la aventura y el riesgo se la traen al pairo. Prefieren quedarse en «las cosas pequeñas», en las que sí tienen poder de decisión. Simulan, torpemente, practicar la doctrina del existencialismo, es decir, renuncian a los porqués.

La escasa información política que les pueda interesar la consumen a través de las ponzoñadas redes sociales. En estos lugares se produce algo con lo que la sociedad digital disfruta y además se tortura: las redes sociales se encuentran muy infantilizadas, como sucede en los institutos, lugar idóneo para los acusadores, o en la jerga digital actual, haters. Un dato lamentable y significativo sucede en el concepto de privacidad, donde entre lo privado y lo público no existe para ellos. Si no comparten en la red todas las situaciones de su vida, son como si no las hubieran vivido. Ridícula fantasía viral… Un servidor se sentiría complacido si derogasen las leyes que protegen la intimidad. Con ello, nos daríamos cuenta, por las malas, de las barbaridades que se están produciendo en las redes sociales e intentaríamos ponerles remedio.



La enseñanza actual multiplica los productos más innecesarios y posterga los esenciales, sin detenerse a pensar ni un segundo. Es necesario una educación que se centre más en una lectura correcta del futuro y que prepare a las nuevas generaciones para un mundo superpoblado, cambiante y con recursos escasos.

Daré fin al escrito de hoy, benditos lectores, con algo trágico para mí entender: esta no será una época para los jóvenes, aunque los jóvenes serán la mayoría. Otra observación más: la jodida y humillante corrección política produce una irremediable frustración que determina, que logra, apenas sin esfuerzo, que nuestra juventud caiga, y con gusto, en el fanático regazo de la ultraderecha. Terrible, de verdad.

Añadiré al escrito de hoy, transcribiéndoles parte de un artículo publicado en el periódico ABC en marzo de 1935 por el escritor gallego Julio Camba:



«Decididamente, los hombres no sabemos una palabra acerca de los niños. Los niños, encanto de la vida, nos sugieren las ideas más tiernas y delicadas, pero si nosotros les interesamos algo a ellos no es ni por nuestra ternura ni por nuestra delicadeza, sino más bien por nuestra fuerza y nuestra brutalidad. Los niños son mucho más listos que nosotros y, si ellos nos admiran por algo, no es por nuestra bondad, sino por nuestra maldad que seguramente adivinan. Nos admiran porque hacemos negocios y guerras, porque andamos a tiros, porque vamos al café, porque tomamos licores fuertes, porque fumamos y porque hemos inventado una serie de instrumentos para correr, volar y atropellarnos».

POSDATA.- Me despido de ustedes, benditos lectores, hasta pasado el verano. Agradecido por leer mis papeles. Así mismo, gratitud a Caudete Digital por haber tenido la amabilidad de publicarlos.

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas