Todos en Caudete echábamos de menos la nieve. Al menos, los que no somos tan mayores como para haber sufrido las verdaderas consecuencias de los grandes temporales de nieve, que obligaban a palear para abrir pasillos por las calles. Y sí: la nieve… ¡llegó!
No es nuestro pueblo de ver la nieve muy a menudo. Por eso, eran muchas las ganas de ver caer copos y de ver cómo se va cubriendo todo de blanco. Es bonito, para qué negarlo. El problemas es cuando nieva y nieva, y además de ponerse todo blanco, empezamos a tener dificultades para conducir el coche. O cuando ya no podemos conducir si no es con cadenas.
O cuando se va la luz. He aquí lo verdaderamente grave. Se corta la luz, las calefacciones dejan de funcionar, los móviles van perdiendo cobertura y, lo que es peor, ¡se agota la batería! Más aún en esas circunstancias, donde las fotos de las calles convertidas en postales, o las de los que siguen tomando la cerveza en la terraza de la churrería como si nada pasara, no dejan de circular de Whatsapp en Whatsapp. Sí, se nos acaba la batería, y hasta Caudete Digital se queda a dos velas, ¡con las ganas que tenía yo de retransmitir en directo esa nevada!
El jueves, para más inri, yo estaba solo en casa. A las ocho de la tarde, la oscuridad era absoluta. El frío en la casa, intenso. Mi móvil, muerto. Me puse el pijama, un gorro de lana, una bufanda, la bata y unos guantes. Me senté en el sillón, a oscuras. ¿Dónde estaban las malditas velas? Pensaba que si alguien entrase y me viese en ese momento, se llevaría el susto del siglo. Me imaginaba una pinta semejante a la de la vieja de Psicosis, en su mecedora… A las nueve ya estaba en la cama, ¡qué cosa tan absurda estar sentado, mirando la oscuridad! Mejor intentar dormir.
Me contaba un conocido que le pasó algo parecido. Y tampoco encontró ninguna vela. Sin embargo, tenía de adorno un candil de su abuela por algún rincón de la casa, así que, a falta de otra faena, lo buscó como pudo, lo encontró y se preguntó si aquel trasto funcionaría. Formó una especie de mecha, añadió el aceite… Y se hizo la luz.
Se maravilló de lo práctico que le resultó el candil. Hace buena luz, dura bastante, es manejable y no hace el olor tan raro de las velas modernas, que parecen hechas de plástico. Resulta extraño pensar que a un utensilio así, tan práctico, no le afecten cosas como la obsolescencia programada o alguna incompatibilidad con su sistema operativo. No. Le pones su aceite y su mecha, a mano en cualquier casa, y funcionará como hace 200 años. Hace lo que tiene que hacer, lo mismo que imaginó que haría quien lo inventó.
Pensándolo bien, tiene que ser hasta agradable pasear por la casa con un candil. Debe de tener su punto romántico. Lejos de la fría luz de los leds, la luz cálida del candil, como la de las velas, aporta serenidad y, a la vez, un toque de misterio. Y crea sombras en la noche, algo que buscamos cuando vemos las películas de miedo… Tendré que buscar uno, por si vuelve a nevar. O aunque no.
Algunos estuvimos casi dos días sin luz, y hay que reconocer que ya no sabemos vivir en esas condiciones. Nuestra vida gira en torno a la electricidad. La electricidad nos permite aislarnos cada uno en una habitación, con su móvil o su portátil. La chimenea, y los candiles, obligaban a la reunión de la familia, a la tertulia, a conversar en vez de teclear.
Hoy, todo el mundo echa la culpa a Iberdrola del corte de luz y de los problemas derivados del mismo. Desde luego, la cosa fue grave para quienes tuvieron que tirar las cosas del congelador o para quienes sufrieron daños en electrodomésticos. También para los que no pudimos trabajar o pasamos frío esa noche. Bueno, pues sí, seguramente, tendrá la culpa Iberdrola. A toro pasado, siempre hay un culpable, aunque cayese un meteorito. Pero yo prefiero pensar si ocurrirá como dicen que ha pasado en otros apagones: que dentro de nueve meses seremos más en el pueblo. Lo llaman «baby boom». En Barcelona, tras un apagón de tres días en 2008, lo llamaron «la Generación del Gran Apagón», o la «Generación off», con aumento de la natalidad de un 7%.
Esto surgió en 1965, en Nueva York. Se publicó a bombo y platillo por parte de la prensa americana que un gran apagón en la ciudad había provocado un aumento considerable de la natalidad. Sin embargo, años después se demostró que era falso, y que nada había cambiado en las cifras de nacimientos.
La cuestión es, ¿nos pasará aquí como en Nueva York o como en Barcelona?