Tras la muerte de Franco, lo racional, lo deseable, lo democrático hubiera sido que la totalidad de los partidos políticos, por primera vez, se hubieran puesto de acuerdo sin ninguna objeción en condenar el franquismo y, por consiguiente, reparar lo antes posible a sus víctimas. Como es la nefasta y reiterada costumbre nacional, no ocurrió de ese modo. Casi de inmediato, se justificó cerrándose la ocasión de poder analizar con criterio ese período.
El motivo que hizo «piña» entre los autodenominados vencedores de la Transición no fue confeccionar una constitución sino, lo de siempre, los negocios. Para el alto estatus social se hizo imprescindible transformar un régimen político en un régimen social. Un acuerdo entre las élites que, con el chantaje de la amnistía, se transformó en impunidad. Fue imposible acabar con el caciquismo y el clientelismo endémico de la época dictatorial; se trasladó, sin remedio, a los tiempos democráticos. Provocaron que las limitaciones de nuestra democracia fueran a consecuencia de las propias limitaciones de la Transición; impuso, de modo rotundo, lo que era razonable decir, y lo que no. Lo que me lleva a sostener, benditos lectores, que los desarreglos democráticos que sufrimos en España tienen su origen en la Transición.
Durante este período, la entonces Policía Armada tan sólo estaba adiestrada en reprimir (del modo que fuere) las manifestaciones, huelgas, etc., nunca fueron entrenadas para mantener el orden.
El irremediable error de la izquierda fue entregarles, en bandeja, el mérito de construir la democracia a la derecha. La democracia no la trajeron ni el Rey ni Suárez ni González, sino esa muchedumbre de ciudadanos desconocidos que se jugaron vida y cárcel con derroche de valentía para que la parte de la dictadura entendiera que había llegado a su fin.
Hubo una izquierda dentro del régimen de Franco que, a pesar de poseer pinceladas de socialismo, defendieron y siguen defendiendo el mito de la Transición. Hay que dar gracias, a quien corresponda, que se incrustaron en el mundo de la cultura, aupados y aplaudidos, en su momento, incluso por la parte de la prensa de derechas.
En cierto modo, sufrimos de traición por partidos de la izquierda (PSOE, PCE y sindicatos), se conformaron demasiado pronto con unas reformas que hacían demasiadas renuncias, sin duda, demasiadas… La parte franquista descifró a su favor el mensaje: el PCE era una fuerza con suficiente empuje para inmovilizar a los franquistas, pero no tenía el suficiente fuelle para alcanzar una ruptura de forma democrática. El grupo de las izquierdas sufrió una confusión: pensaron y separaron a los del «bunker» junto con cuatro tarados a un lado y en el otro a todos los demás. ¡La cagaron! Blanquearon las biografías de todo el resto de franquistas y los bautizaron de demócratas. Transición, que nunca tuvo ni tiene que ver con reconciliación.
Nunca hubiera imaginado el generalísimo que la Transición trituró lo que él intentó conseguir: el espíritu combativo y la solidaridad que hasta ese momento poseía el pueblo libre de pensamiento. Ganó la Transición, perdió el pueblo español. Dejó intacta la estructura del personal de judicatura junto con el Ministerio Fiscal. En el plano económico y político, se dieron una capa del más blanco Titanlux y pasaron a representar la Monarquía y la derecha en nuestro país.
Hicieron, como tantas otras veces, de la necesidad una virtud y nos volvieron a engañar haciéndonos la política desde el Estado.
El final de hoy lo coloca alguien a quien admiro, El Gran Wyoming, escribiendo lo siguiente: «Yo fui y sigo siendo rupturista, a pesar de todas las invenciones que se han fabricado para justificar el vergonzoso desembarco de las instituciones fascistas en la democracia sin la menor criba. Yo me mantengo en que aquello debió ser una solución, en todo caso, provisional, coyuntural. Cuarenta años después se sigue planteando como inamovible y base indispensable de las dos Españas. Lo llaman régimen del 78 y, supuestamente, está basado en un consenso que sirvió de sustrato para que sobre él creciera nuestro reciente régimen democrático. Claro que tal consenso no existió. Fue un pacto de cúpulas de partidos para apaciguar las ansias de libertad de una sociedad que caminaba en otra dirección. Encerrarla en un redil sería cuestión de tiempo».
Estos políticos, en aras del pragmatismo, renunciaron a la ideología que predicaban con tal de ser ellos los que ejercieran el papel, y su sillón no fuera arrebatado por otro. La recompensa a ese entreguismo se saldó con el acceso a unos privilegios excesivos, que no tenían sentido ni justificación. Les convirtió en lo que los nuevos políticos de izquierdas se engloban ahora bajo el término genérico de «casta».
Dejemos el tema de los políticos y hablemos de algo mucho más lindo; se trata de la canción del poeta Serrat «Especialmente en abril» publicada en julio de 1987 en el disco «Bienaventurados». Tengo que declarar que es una de las canciones que más me emocionan. Debe ser un despilfarro de lujo, salud y gozo poder disfrutar de dos primaveras al año como puede suceder si viajas en octubre al cono sur. Al parecer es lo que viene haciendo este gran poeta desde que tuvo el placer y la suerte de visitar esas tierras hace ya muchos años. Contiene esta canción un verso de Pablo Neruda perteneciente al poema de amor titulado: «El nuevo Soneto a Helena» donde escribe: «que las nieves son más crudas en abril especialmente».
Especialmente en abril
se echa a la calle la vida.
Cicatrizan las heridas
y al corazón, como al sol,
se le alegra la mirada
y se abre paso entre las nubes.
Al paisaje se le suben
los colores a la cara.
Y apetece ir donde cubre
a nadar contra corriente.
En abril especialmente
– en Buenos Aires, octubre -.
Se ruega al señor «fulano de tal»
– dice la voz de la conciencia malherida- –
que haga el favor de personarse
urgentemente en la salida.
Que el día más insospechado
y de cualquier manera,
en el lugar más imprevisto
se puede aparecer la primavera.
Especialmente en abril
la razón se indisciplina
y como una serpentina
se enmaraña por ahí.
Van buscando los rincones,
sofocadas, las parejas.
Hacen planes y se dejan
llevar por las emociones.
Sin atender, imprudentes,
el consejo de Neruda:
«que las nieves son más crudas
en abril, especialmente».