La CUP y otros grupos antisistema han encontrado un hueco por donde atacar a las instituciones catalanas. El gobierno catalán, sustentado por estos grupos, pensaba que sería capaz de mantener contento el gallinero, una vez conseguida la poltrona. Pero se equivocaban.
La CUP ha elegido el banco okupado en el barrio de Gracia para escenificar su estrategia de alejamiento del gobierno catalán, y recordar de paso cuáles son sus objetivos. Entre ellos, de momento, está el no apoyar los presupuestos de la Generalitat. En realidad, no engañan a nadie, y sus pretensiones no han cambiado desde sus inicios. Probablemente, son los únicos de la escena política que dicen la verdad, y que no cambian sus planteamientos: buscan dar un vuelco completo al sistema político, social y económico de Cataluña, aunque no tienen proyecto político alguno a medio o largo plazo, ni contemplan cómo sustentar un modelo social o económico determinado, porque tampoco lo tienen. Además, cualquier modelo predeterminado que no sea el caos, no entra en sus planteamientos, por definición.
Así las cosas, la CUP ha empezado a hacer lo que mejor sabe, en un caldo de cultivo favorable para ellos, a pesar de que todavía no han conseguido eliminar la policía antidisturbios de Barcelona, algo que Colau tiene en trámite, como si con eso los fuese a contentar. Se saben fuertes, puesto que los presupuestos, y el propio gobierno de todos los catalanes, dependen de ellos, y el mango de la sartén, de momento, lo tienen bien agarrado.
Movimientos antisistema hay bastantes, y repartidos por todo el país. Anarquistas, okupas o extremistas de todas las ideologías se fusionan y entremezclan en grupos mínimamente organizados, generalmente con pretensiones que se suelen disfrazar de movimientos «por los derechos sociales», aunque muchas veces están muy lejos de eso. De hecho, la alcaldesa de Barcelona ha tratado de negociar con el movimiento del banco okupado para tratar de seguir realizando las actividades en otro lugar, pero ni siquiera quieren oir hablar del asunto. No les interesa lo más mínimo, sólo desean ganar la partida y sumar adeptos al movimiento.
Algunos de estos grupos generan acciones verdaderamente sociales y solidarias, pero muchos esgrimen la violencia como un derecho, mientras acusan a la policía de asesina. No perdonan a los corruptos, pero sí a los terroristas, a los que idolatran. No apoyan a los empresarios, una lacra para ellos, pero exigen trabajo para todos. Y todo esto es así porque para ellos, todo lo que pueda herir la sensibilidad del resto del mundo, es un triunfo. Tratar de escandalizar y provocar es algo que buscan constantemente, aunque cada vez es más difícil para ellos.
Muchos pretenden censurar a estos grupos, hacerles «entender» que están en un error, que su «ideología» no les conduce a nada… Poco a poco se darán cuenta del fracaso de su función pedagógica, como le ocurre ahora a Colau&Company. Estos grupos nacen por alguna razón, y cuando se les da soporte con el respaldo de los ciudadanos, como es el caso de la CUP, es normal y coherente que refuercen sus objetivos. No en vano el activista de la CUP Josep Garganté lleva tatuada la palabra «ODIO» en sus falanges, y representa su principio y final ideológico: un odio generalizado a nada en concreto, y a todo en general.
El extremismo se ha instaurado en nuestro país, y va a crecer. Seguramente, porque se dan las condiciones ideales para ello, y por lo tanto, porque la sociedad española está cambiando. La corrupción, los recortes, la casta política, las políticas económicas, el neoliberalismo y muchos etcéteras, han influido para crear una sociedad desigual, crispada, que ya no se calla. Esto no viene de ahora, pero ahora es posible su expresión, precisamente, porque las libertades y derechos que disfrutamos lo permiten. No sé qué habría ocurrido si nuestro país hubiese sido un ejemplo de honestidad política y comunista, por ejemplo, pero sospecho que el final de un periodo llega antes o después, y no suele hacerlo suavemente.
Las próximas elecciones no van a cambiar mucho el panorama político-social de España. En Cataluña está la independencia como excusa para ir contra todo, pero en el resto del país cada cual tiene la suya: o bien porque hay que acabar con los corruptos, o bien porque hay que acabar con la derecha, o porque hay que aniquilar a la izquierda. Al fin y al cabo, da igual: muchos piensan que estarían mejor viviendo en la anarquía, y sólo la anarquía podría convercerlos de lo contrario.