Las Elecciones Generales han traído, por fín, ese ansiado «cambio» que tanto deseaba el personal. El primero de esos cambios es que, hasta ahora, tras unas elecciones sabíamos quién iba a gobernar el país y, por lo tanto, se conocían a grandes rasgos las políticas que durante los cuatro años siguientes marcarían las pautas fundamentales. Hoy, sin embargo, el panorama político que queda tras los comicios es que no sólo no sabemos quién va a ser el presidente, sino que no tenemos ni idea del tipo de gobierno que va a gestionar nuestro día a día.
Evidentemente, tenemos lo que hemos querido los españoles libremente. Por lo tanto, tenemos que apechugar con lo que nos venga, que de momento no es otra cosa que una crisis institucional bastante notable. Podemos olvidarnos durante las próximas semanas de ser gobernados, porque todas las energías las van a poner sus señorías en negociar quién se sienta en el trono, un trono, por otra parte, con las patas de barro.
En un análisis rápido de las elecciones, podemos ver claramente varias cosas. Ha ganado ampliamente el PP, pero de manera insuficiente para gobernar y dejándose por el camino más de tres millones de votos. En cambio, los populares consiguen la mayoría en el Senado, lo que podría ser la llave para bloquear posibles cambios en la Constitución. Después de cuatro años de gobierno muy duros, se puede decir que no ha sido lo desastroso que podría haber sido para Rajoy. El PSOE sigue también en caída, pero aún ha aguantado como segunda fuerza política, pese a los peores resultados de su historia. Susana Díaz ha salvado los muebles desde Andalucía y Fernández Vara en Extremadura, las dos Comunidades donde el PSOE ha podido ganar. Podemos ha cumplido con las expectativas, aunque no ha barrido, como muchos esperaban. Su discurso más moderado de las últimas semanas ha servido para frenar el retroceso que se empezaba a percibir en la formación de Iglesias. Y Ciudadanos ha conseguido un buen resultado, pero quizás sea el partido del que más se esperaba. Las encuestas lo situaban muy por encima del resultado final, que para muchos ha sido un tanto decepcionante.
Así las cosas, todo queda en el aire. Los pactos van a ser muy complicados, porque, además, los ánimos no están por pactar mucho. No se nota en el ambiente un afán por conseguir lo mejor para España, ni siquiera por conseguir ser presidente, un cargo que hoy, más que nunca, no parece plato de buen gusto. Más bien se percibe un ansia de revanchismo político que, lógicamente, no va a ser nada positivo para los que estamos esperando que el país funcione y siga adelante.
Lo que vamos a ver y oir a partir de ahora es, precisamente, lo que los electores tendríamos que ver y oir antes de la elecciones. Ahora es cuando vamos a ver la verdadera talla de los políticos, su capacidad de negociar, su capacidad de aunar intereses, su capacidad de consenso… Los vamos a ver como realmente son. Con su rédito electoral ya en el bolsillo es cuando vamos a ver lo que hacen con nuestros votos. Y estoy casi seguro de que nos van a decepcionar.
Yo opino que unas nuevas elecciones son muy probables. Ni las posibles alianzas de centro derecha (PP y Ciudadanos) alcanzan una mayoría estable, ni tampoco una gran y dudosa alianza de la izquierda (PSOE, Podemos e IU), que aún tendrían un par de diputados menos. Entre tanto, los indicadores económicos ya empiezan a resentirse, y esto nos afecta mucho más de lo que podemos pensar a bote pronto.
España, en la situación de crisis aún no superada en la que se encuentra, necesita un gobierno lo antes posible, pero esto es difícil que ocurra con la premura que sería conveniente. Para añadir más leña al fuego, Arturo Más y los suyos, en Cataluña, preparan ya un nuevo asalto a la integridad territorial de España. Saben que es el momento idóneo, con un partido como Podemos que, ahora sí, lo pueden tener como aliado en sus aspiraciones soberanistas.
Por fín llegó el cambio…
Miguel Llorens Tecles