fascismo

Los gobiernos que no respetan a sus ciudadanos traen el fascismo Artículo de Óscar de Caso

NOTA PRELIMINAR. Saludo a todos los benditos lectores, en especial a los que hemos sufrido las angustias de estos fuertes calores veraniegos, disponiendo tan solo de precarios medios de refrigeración, y siempre a las horas que los señores del watio nos permitían consumir electricidad un poco más barata.


Hoy, ya no sólo te cruzas por cualquier calle con un individuo calzando un par de zapatos de 400 euros, abrillantados, a juego con el emplaste de gomina de su pelo, que exclama: ¡Viva España, viva Vox! En estas fechas, te lo vocean chicos rebozados de yeso que acaban de bajarse de un andamio. Los culpables convictos que han dado lugar a esta lamentable situación, se reúnen en la izquierda, en la otra izquierda sin denominación de origen, en la izquierda semidesnatada, en la ultra izquierda, y demás rebaños zurdos.

Estos jóvenes súper patriotas son herederos, por vía vaginal, de tercera generación, de los últimos miembros (eran sólo hombres) de lo que el dictador Franco tituló: el «Movimiento Nacional». Quieren una democracia «orgánica» (que salga de sus órganos genitales), desarrollada por ellos mismos, a su gusto y a su medida. Decía el imprescindible señor Tierno Galván, don Enrique: «El problema de este país es que los hijos de los fascistas, son más fascistas que sus padres».



El diccionario, en su acepción más simple de la palabra fascismo dice así: «Actitud autoritaria y antidemocrática». Yo lo amplio con más especificación: para ellos, lo que empuja a los humanos no es la Razón, sino los sentimientos. Están convencidos de que la supervivencia sólo la alcanzan los más fuertes; la omnipotencia sólo la ostenta el líder; evidencian razas superiores. El Estado vigilará todo: empresas y relaciones laborales. Empeñados, y de qué manera, en librarse de sus enemigos: homosexuales, inmigrantes, gitanos, socialistas, comunistas…

Escribamos sobre el comportamiento social de estas personas. En su pueblo, en sus ciudades, cuando gobiernan, encasillan a sus conciudadanos de acuerdo a su raza, religión, aspecto; visceralmente xenófobos con los inmigrantes; petulantes con los de fuera; irreductibles machistas con las mujeres; faltan a la verdad al recordar la historia de la dictadura franquista, y presuntamente avaros con sus empleados.

El fascismo y el comunismo parecen tener una necesidad y pasión a la vez en inculcar entre su grey una obediencia fundamentalista. En estos momentos, se está produciendo en Europa algo muy similar a cuando brotó el fascismo en los años treinta: se vienen abajo las estructuras políticas y sociales del continente europeo. En su teórico razonamiento, los fascistas ansían volver a los avejentados valores del siglo XIX, haciendo valer su desmesurado despotismo, bordilleando el delito. Son espabilados, y se aprovechan de nuestra crónica y estúpida conciencia de súbditos de la que no nos hemos desprendido con los años, y que la Transición no supo hacer pedagogía para librarnos de este viciado trauma. Se aprovechan éstos de que hemos estado muy prestos en reclamar derechos, pero los deberes colectivos los hemos dejado de lado. Hemos traspasado toda nuestra responsabilidad y el conformismo en las tesorerías de los partidos políticos, casi lo mismo y salvando las épocas que hicieron los españoles en los sesenta con el dictador Franco.



España ostenta el desagradable honor de ser el único país donde triunfó ese experimento terrible de sometimiento del pueblo que se llamó fascismo. En España, hoy, el ser franquista no debe ser motivo de condena alguna. Se puede disimular: ganaron la Guerra, ganaron la posguerra, se han infiltrado cómodamente en la Transición, y tengo la sensación de que, a fecha de hoy, les va bien. Incluso, tienen a bien golpear cacerolas desde las ventanas y calles de sus lujosas mansiones madrileñas. Hacen ruidos, quieren que haya desgracias, que hagan buena la vuelta de los suyos. Tratan de confundir y de desvirtuarlo todo; serían felices convirtiendo el Congreso de los Diputados en una taberna de pendencieros. Promueven bulos, a discreción, que la derechita cobarde tolera, haciéndose cómplice. En el año 2018, vivimos un fascismo de opereta, que ahora mismo, tiene Denominación de Origen.

El fascismo en los nuevos tiempos se está consolidando en el proceso económico, ¿cómo? pues a través de la palabra mágica que gobierna el mundo: «Los Mercados»; palabra que ha sustituido a: Patria.

El fascismo se infiltra en la sociedad de distinta manera a como lo hizo en los años treinta. No tiene como objetivo sacrificar la democracia, la promueve hacia el capitalismo extremo. Logra, sin apenas esfuerzo, que la ciudadanía lo bendiga como si de sentido común se tratara.



En su mensaje político son adictos y diestros en camuflar el populismo, con el fin de que lleguen y asuman sus proclamas las derechas radicales, la extrema derecha y el establishment. En ellas vienen a refugiarse, cada vez más, los que se sienten vulnerables, desesperados y defraudados. La coherencia radical que despilfarran podría ser admirable, lo que dicen lo mantienen irreductiblemente. Son tan hábiles, benditos lectores, que arrastran a la derecha hacia sus posiciones, ya sea por obligación o por devoción.

Fascismo debería significar para la gente corriente algo no deseable, algo que la democracia no puede soportar. Está acercándose a Occidente muy rápido y llega gritando algo con lo que a la niña Ayuso se le llena la boca: ¡Libertad! La derecha hace de «su libertad» el capricho de los ricos. Ellos quieren individuos libres, que no existan normas que limiten su libertad. Cuando la única libertad que les quede a esta mayoría sea la libertad de ser miserable, nos daremos de bruces con la miseria de esa «libertad».

Concluiré con una frase del imprescindible señor Rufián, don Gabriel: «El fascismo no es la amenaza que debe hacer obedecer constantemente a las izquierdas al PSOE. El fascismo es la amenaza que debe hacer dialogar constantemente al PSOE con las izquierdas».




Veinticinco almanaques hemos arrancado desde que Ismael Serrano grabó el disco «La traición de Wendy». Dentro de este trabajo la canción «Fue terrible aquel año». La que rescato hoy del posible olvido.

 

Fue terrible aquel año, de sequía y de miedo.

Fue terrible aquel año, recordarlo es bueno.

Ganaron las derechas, año amargo en política.

Y los médicos no hallaron vacuna para el SIDA.

Fue terrible aquel año, morían niños en África.

Y aquí mismo en mi calle, mataban a un mendigo sin patria,

a una infeliz prostituta, a una esposa maltratada.

Terrible fue aquel año, los Balcanes humeaban.

Fue terrible aquel año, los días eran fríos

y cada vez más cortos. Los meses eran ríos,

arrastrando abandono. El amor era olvido.

No hubo nubes, no hubo lluvia. El otoño estaba prohibido.



Fue terrible aquel año, celebraron convenciones

sobre la capa de ozono, y rompieron los hombres

la moratoria en la caza de lobos y ballenas.

Terrible fue aquel año, corría la sangre en Chechenia.

Fue terrible aquel año, los días eran fríos

y cada vez más cortos. Los meses eran ríos,

arrastrando abandono. El amor era olvido.

No hubo nubes, no hubo lluvia. El otoño estaba prohibido.

Fue terrible aquel año, de hambre, de guerra,

de ideas perseguidas, de oraciones y miseria.

Fue terrible aquel año, no consigo olvidarme.

Fue terrible aquel año en que tú, tú me dejaste,

tú me dejaste.

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas