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Mentiras de políticos, sin riesgo alguno Artículo de Óscar de Caso

Como acostumbro al escribir sobre algún asunto, suelo retrotraerme, buscando algo de su historia, con el objeto de poseer más conocimientos a la hora de desarrollar dicho tema. En el tema que me ocupa hoy, su crónica se puede datar casi desde que el hombre comenzó a vivir en sociedad, en grupos con los de su especie, en pequeñas tribus, cavernas y demás. Me atrevo a asegurar que estos clanes tendrían al mando un macho alfa, un jefe fullero. No lo dudo…

En estos días, el control político de la verdad se ha ido a hacer puñetas; el monopolio de la información se diluye tal que un azucarillo en medio del ruido. Considero que la verdad, en estos malditos tiempos de bulos políticos, debe regularse y, como tal, considerarse un bien público, una necesidad. El embuste no debería entrar en el cheque en blanco que les damos a los políticos con nuestro voto para atar o desatar las libertades, cambiar las leyes a su antojo o limitarnos las libertades «positivas» que el Derecho nos concede. Es un lamentable error el dar la espalda a los políticos, pues les dejamos las manos libres para hacer y deshacer a su libre albedrío.

Una cualidad excepcional de los políticos tahúres pudiera ser el potencial de su memoria, si no fuese así, su vida sería un infierno. Otro atributo de esta gentuza tiene que ser su inteligencia, eso sí, con grandes dosis de cobardía para no hacerse cargo y evadir sus responsabilidades. Su único objetivo es atornillarse en la poltrona, son yonquis de la mentira: falsean tanto en las cosas de las que saben, como de las que ignoran.



A la clase política, las mentiras le pasan en votos una factura exigua. Puede resultarles de utilidad en campaña electoral; de sufrir el obligado sonrojo, la utilizan como estrategia para que les pillen, pues el alboroto consigue marcarles agenda. En momentos de gran polarización política, se apoyan a candidatos que mienten como bellacos, sabiendo con certeza de que lo hacen. Se está descubriendo que, en el panorama político, la verdad es un resplandor anómalo. Existen políticos que en algunas situaciones si mienten, nos están contando la verdad. Lo que me atormenta, y de qué manera, es que en el interior de estas mentiras se hallan: nuestros impuestos, nuestra salud, junto con nuestras esperanzas. Nos andan jodiendo el porvenir a todos aquellos que intentamos no ser bobos, fanáticos o pulidores de esfínteres, con argumentos contrarios a los que anteayer otorgaban su bendición. Como consecuencia de esta aseveración, debemos de dar mucha credibilidad a lo que no nos dicen.

Nos obligan a estar, de manera continua, en un cabreo sólido pero estable, aguantando a los inquilinos vitalicios de las distintas trincheras o, en su defecto, a los salvapatrias o salvapartidos que nos tratan de tontos sin solución.

Los dictadores, al hacerse con el mando absoluto de una nación, tienen una ventaja considerable sobre los políticos al uso: no precisan mentir a sus ciudadanos. Si les apetece engañar es por chulería, por vanidad desmedida o saña opulenta, ya que pueden hacer y deshacer lo que les salga de los cojones.



En el mundo de hoy, ganar es lo único importante. Y cada día que pasa, a la verdad se le concede menos importancia. A un fascista, si le dan a elegir entre la verdad y la mentira, elige la mentira a conciencia. Y, benditos lectores, este mundo cada vez está más lleno de mentiras.

Me gustaría aclarar la diferencia que yo distingo entre la mentira y la ironía: la ironía pretende enseñar, educar; el que miente trata de buscar un privilegio, pero camuflándolo.

Daré por terminado el escrito de hoy con palabras de dos personas imprescindibles: el señor Anguita, don Julio, y el señor Garzón, don Baltasar: «¿Cómo se lucha? Diciendo la verdad. Es que la verdad es muy dura; pues la dices sonriendo». La otra: «Luchar por la verdad puede costar la pérdida de los derechos más esenciales, pero, créanme, merece la pena».




La poesía de hoy «Un caradura» se remonta a la Barcelona de los años 40 donde tocaba una orquesta de jazz que se llamaba «Ramón Evaristo y su orquesta». Tocaban una canción que bien podía ser un resumen de la sabiduría española convencional del momento actual y contractual, de la cual no es nada fácil librarse. Ser un caradura, en general y según se podía apreciar, se convertía en un nuevo valor.

Se acabó la valentía,

el trabajo y la bravura,

para darse la gran vida

es cuestión de caradura.

No hace falta ser muy listo,

ni tener mucha cordura,

para ser siempre el primero

es cuestión de caradura.

En negocios caradura,

en amores caradura,

es la vida la que enseña

a navegar.

El que quiera destacarse,

el que quiera dar que hablar,

cara dura y enseguida triunfará.

Si quieres en poco tiempo

tener una gran fortuna,

búscate una vieja rica,

es cuestión de caradura.

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas