A continuación, paso a preguntarme, y quizás contestarme, qué son y para qué sirven los mítines políticos en campaña electoral.
¿Quiénes acuden a estas concentraciones? A mi entender, algunos por curiosidad, otros –como decía el señor Gila-–: «para hacer bulto», y el resto a causa de un fanatismo de baja intensidad.
¿Por qué asisten a estos actos? Según yo, algunos por debidas obligaciones contractuales y contemporáneas hacia el grupo político que les ha satisfecho y proporcionado placer y bienestar. Otra gran parte de ellos participan de una perversión «light» consistente en «ponerse a cien» cuando sus líderes políticos les cuentan cuentos, les dan porrazos, y luego -como versa el Sr. Serrat-: «les venden ungüentos». Así mismo, concurre una tercera clase de espectadores, cada día más fácil de cuantificar: es aquella manada que penetra en el recinto ferial con el ansia de que les regalen una banderita, un pito o una pelota. Estoy casi seguro del valor de esta afirmación hasta que me lo confirme la próxima encuesta del CIS.
¿Por qué se aplauden constantemente unos a otros? Fervor, idolatría, éxtasis sicopático, por el gracejo con el que cuentan los chistes sus líderes, descalificando a los otros adversarios. La verdad, es que no tengo un criterio fundado de estas ovaciones, a ver si el CIS se anima, y nos lo aclara también.
¿Quién paga el evento? En este apartado no se necesita reflexión: es «de gratis», completamente gratis, ¡se lo pagamos todos los que pagamos! En lugar de sufragárselo, con la obligada trasparencia, a escote entre sus afiliados, correligionarios, simpatizantes, mecenas altruistas o también pagando un tique a la entrada del aquelarre. No, ellos se hacen una ley a su gusto y a su medida para que se incluya en los presupuestos del Estado, con el propósito de que paguen estos «chous» la misma infantería de siempre. ¡Qué bien se lo montan los jodíos¡
¿Por qué se comprometen «al por mayor» de cambiar todo? En el desarrollo de estos festivales saineteros, a los mayorales políticos no les duelen prenda alguna en prometer y comprometerse en ofrecer, como el genio de la lámpara maravillosa, cualquier ilusión que alguno de los integrantes de su grey se lo sugiera.
¿Por qué, aprovechando la audiencia presencial y televisada no les explican, con máxima sencillez, sinceridad y honestidad, a todos aquellos que les jalean y vitorean en ese momento las causas que les han obligado a incumplir todos aquellos compromisos contraídos meses e incluso años atrás?
¿Por qué las imágenes grabadas durante el sarao mediático tan sólo son filmadas y distribuidas (en algunos casos) por el propio partido? Es que acaso han contratado un corrector de textos y eliminan las secuencias en las que se han producido errores de sintaxis. Pudiera ser también, que desconfían de la verborrea de sus voceros, o simplemente las «filtran».
¿Por qué se aplauden a sí mismos y esbozan esas grandes sonrisas en los mítines con los años de desgracias que nos llevan cayendo? Parece como si con ellos no fuera la crisis que padecemos todos. Como decía el admirado payaso Emilio Aragón en algunos de sus sketches televisados: «menos samba y más trabajar.»
¿Por qué no acuden, con idéntica energía, esas mismas comparsas de asistentes a mítines a las manifestaciones que se convocan cuando su grupo político en el poder comete con descaro las grandes fechorías que todos los ciudadanos decentes deploran?
¿Por qué no se reparten a la entrada de estas concentraciones, entendibles y sencillos programas electorales firmados con protocolo ante un señor notario junto con las banderitas, gorras, cartulinas, etc.?
¿Para qué sirven estas verbenas electorales? He dejado al final de este texto, quizás, la pregunta más significativa. Probablemente, la utilidad de estos mítines para los ciudadanos sea muy escasa en relación al exiguo beneficio que producen. Entre los cambios y pequeñas revoluciones que se están produciendo y que se van a cumplir en España, si queremos progresar en nuestra democracia una de estas modificaciones bien pudiera ser hacer una catarsis y reflexionar sobre cada uno de los «por qués» anteriormente citados. En una palabra: obligar a los políticos a que administren con más juicio nuestro dinero y que las palabras y los hechos posean mucha más coherencia de la que hasta ahora tienen.
Han de enterarse a los que les falte por entender que: ¡es nuestro dinero malgastado!
Hace años, la suerte me acarició. El señor Krahe, don Javier, tuvo la gracia de invitarnos y cantarnos en casa de mi muy amigo Vicente, junto con un servidor, la canción que coloco hoy. Del disco «Toser y cantar». Canción «¡Ay, Democracia!». En esta canción denuncia sin ambages, la absoluta falta de coherencia y honradez de la muy vergonzosa clase política que se llena la boca publicitando la democracia que ellos dicen practicar.
Me gustas, Democracia, porque estás como ausente
con tu disfraz parlamentario,
con tus listas cerradas, tu Rey, tan prominente,
por no decir extraordinario,
tus escaños marcados a ocultas de la gente,
a la luz del lingote y del rosario.
Me gustas, ya te digo, pero a veces querría
tenerte algo más presente
y tocarte, palparte y echarte fantasía,
te toco poco últimamente.
Pero, en fin, ahí estás, mucho peor sería
que te esfumaras como antiguamente.
Los sesos rebozados de delfín
que Franco se zampaba en el Azor
nos muestran hasta qué grado era ruin
el frígido y cristiano dictador.
Fue un tiempo de pololos, tinieblas y torturas…
volvamos al aquí y ahora
donde tú, Democracia, ya sé que me procuras
alguna ley conciliadora,
pero caes a menudo en sucias imposturas,
fealdades que el buen gusto deplora.
Como el marco legal siempre le queda chico,
y a eso el rico es muy sensible,
si tirando, aflojando, empleando un tiempo y pico,
se hace un embudo más flexible,
que tú apañes la ley a medida del rico
al fin y al cabo, es muy comprensible.
¿Pero qué hay del que tiene poca voz,
privado de ejercer tantos derechos,
porqué al nudista pones albornoz,
qué hay de los raros, ¿qué hay de los maltrechos?
Y tus representantes selectos, Democracia,
tus güelfos y tus gibelinos,
cada día que pasa me hacen menos gracia,
sus chistes son para pollinos.
A enmendar tus carencias te veo muy reacia
y están mis sentimientos muy cansinos.
Y como ya me aburre decir continuamente
«eso no estaba en el programa»
no cuentes con que vaya hacia ti cuatrianualmente,
no compartamos más la cama,
vamos a separarnos civilizadamente.
Y sigue tú viviendo de tu fama.
Cuando veas mi imagen taciturna
por las cívicas sendas de la vida
verás que no me acercan a tu urna.
No alarguemos ya más la despedida.