Hoy leo que Hilas y las ninfas, un lienzo del pintor John William Waterhouse, fue retirado el pasado viernes de la exposición permanente de la Manchester Art Gallery, que también ha retirado de la circulación las postales con la imagen del cuadro. Según la conservadora del museo, «el cuadro muestra el cuerpo femenino como una forma pasiva y decorativa tanto como una ‘mujer fatal’».
La explicación no me convence, ni me mueve a otra cosa que la risa. El cuadro data de 1896, y hace referencia a una escena mitológica donde se ve a Hilas, un joven atraído por las ninfas, a punto de ser engullido por las aguas. La calidad de la obra es indiscutible, pero una decisión personal priva, desde el viernes, de su contemplación. Lo que sí ha hecho el museo es poner a disposición del público unos adhesivos para opinar sobre el cuadro y sobre la medida adoptada.
En los últimos tiempos, muchas mujeres han perdido el miedo, por fin, y han hecho públicas agresiones sexuales, acoso y otras barbaridades que han estado sufriendo a lo largo de décadas. Yo diría que a lo largo de los siglos. Incluso desde el origen de los tiempos. Y se han puesto en marcha campañas, como el movimiento #metoo (yo también), que se propone denunciar a los acosadores y ayudar a sus víctimas. Aunque el movimiento ha nacido en Estados Unidos, en pocas semanas se ha propagado por todo el mundo.
La violencia de género, y todas las manifestaciones del machismo en general, son una lacra inadmisible en nuestra sociedad. La tolerancia cero debe ser una obligación en cualquier sociedad que se diga civilizada. Tolerancia cero a la discriminación por ser mujer, o por ser gay o transexual, colectivos igualmente maltratados en gran parte del mundo. Tolerancia cero a los gobiernos que no trabajan por eliminar la brecha salarial, por no educar a los niños en la igualdad real, por no ayudar de manera efectiva a las víctimas o por no ayudar a que las mujeres puedan trabajar y ser madres a la vez.
Sin embargo, aún cuando muchas acciones se realizan por ayudar en este sentido, algunas me parecen poco apropiadas, como es el caso de la que he nombrado al principio. Si en la necesaria inercia igualitaria vamos a invadir terrenos como el arte (pintura, música, literatura…), creo que tenemos que pararnos a pensar detenidamente dónde queremos llegar, y si no estaremos tirando piedras a nuestro tejado: al de hombres y mujeres. Si no teníamos bastante con el uso incorrecto y cateto del castellano (los/las, ellos/ellas, etc.), ahora esto.
¿Sería bueno eliminar de todos los museos del mundo aquellas obras que representan mujeres en según qué actitud, o según se consideren mujeres-objeto o no? ¿O quemar aquellos libros en los que se describan a las mujeres en un sentido discriminatorio? La hoguera podría ser inmensa… ¿No será más lógico que desde la educación y cultura de cada cual, disfrute del arte y sepa comprender, además, qué está viendo? ¿Tan estúpidos nos vemos a nosotros mismos, que no nos consideramos capaces de discernir entre la belleza del arte y, a la vez, del sentido negativo que puede contener una obra? ¿Tal vez tenemos que ser necesariamente belicistas si disfrutamos de una obra que representa una batalla sangrienta…?
¿Y no es el David expuesto en Florencia un hombre objeto, cosificado al fin y al cabo? ¿A éste sí que lo dejaría en su sitio la señora conservadora? ¿O a tantos otros hombres, representados en mil actitudes y formatos? Por la misma regla de tres, habría que cuestionarse el arte desde Altamira.
Hay otras acciones que pueden resultar llamativas, incluso resultar, a bote pronto, como exageradas. Por ejemplo, la Junta de Andalucía ha puesto en marcha recientemente una campaña contra los piropos, a los que califican como de «acoso callejero». Es cierto que los piropos han sido algo aceptado desde siempre, pero también es cierto que pueden suponer, en algunos casos, un tipo de violencia. No creo que, en general, la campaña se dirija concretamente al piropo, sino a los comentarios desagradables (lejos del piropo), a los roces en espacios públicos o a otras actitudes que, sin precisar de contacto físico, pueden resultar muy antipáticas. La campaña, aunque ha sido criticada por algunos sectores, me parece muy correcta, y podría aplicarse en más sitios.
También se dice adiós a las azafatas de la Fórmula 1, del ciclismo y de otras competiciones deportivas. Las propias protagonistas son las más afectadas, porque es un sector que da trabajo a muchas chicas, pero que no se ajusta a los valores sociales del momento. Y claro, menos aún cuando ocurre lo que en el último torneo de tenis Conde de Godó, cuando las chicas, heladas de frío, tuvieron que aguantar en minifalda… Pero con todo esto sí que existe un debate entre la decisión personal de las chicas, muchas de ellas modelos profesionales, que alegan que ellas hacen un trabajo digno, y las entidades organizadoras, presionadas por sectores que consideran machista la exhibición de chicas en estos eventos. Sin embargo, y curiosamente, estos mismos sectores no ven mal que las entregas de premios las hagan chicos. ¿Quién discrimina a quién, entonces? El debate está servido.
El resumen es que avanzar en la igualdad entre hombres y mujeres es algo que debe ser imparable. Seguiremos metiendo la pata en muchas cosas, pero opino que lo estúpido, se va arreglando de forma natural, y lo esencial y valioso, se mantiene tras el paso del tiempo.