Hoy, en esta misma iglesia, hace cinco años y ocho meses que estábamos reunidos para despedir a nuestro padre. Hoy, nos hemos vuelto a reunir para despedir a nuestra madre.
En esta iglesia, donde fue bautizada y donde ambos se casaron. En esta iglesia en la que en tantas ocasiones buscó el refugio de su fe y el inmenso amor a nuestra Virgen de
Gracia, de la que fue una fiel devota. En esta iglesia, corazón y latir de nuestro pueblo, donde hoy sus campanas anuncian, con su triste tañer, el luctuoso hecho que en torno suyo nos convoca. Hoy, como entonces, nos vuelve a embargar la tristeza por la muerte de un ser querido y una persona excepcional.
Y hoy, como ayer, queremos agradeceros vuestra presencia y las palabras de aliento y sincero apoyo que hemos recibido durante su enfermedad de todos vosotros, paisanos
y vecinos, que, conscientes de los difíciles momentos en que nos encontrábamos, habéis sabido comprender nuestro dolor, y a veces con un simple gesto, otras con vuestra mirada, y la mayor de las veces con vuestras palabras, nos habéis hecho sentir queridos y acompañados. Palabras y gestos de aliento y preocupación que iban en aumento, a medida que empeoraba la gravedad de la situación y se debilitaba su capacidad de resistencia. ¡¡Si supierais el bien que nos ha hecho a toda la familia sentirnos acompañados, sabiendo que no estábamos solos!!
¡¡ Y cómo resistió ¡¡. Parecía que, siendo consciente del pronto nacimiento de una biznieta, se negase a marcharse sin llegar a conocerla. Y el milagro se hizo, y Candela, una preciosa niña, resplandeciente como un querubín, nació. Y la bisabuela la acurrucó dulcemente entre sus ya débiles brazos, del modo que solo puede hacer una bisabuela que siente próxima la partida, y hubo un instante en el que ambos corazones, el de la bisabuela y el de la biznieta, parecía que latían al mismo tiempo. ¡¡Fue un momento
mágico!!
Al final, como siempre sucede y seguirá sucediendo, no pudo con la carrera de la vida. Pero fue una carrera limpia y sin trampas. En la que vivió plenamente y fue totalmente feliz. Fue una carrera en la que siempre miró de frente a la vida, con discreción, pero con entereza, con sencillez, pero con dignidad. Amiga de sus amigos. Orgullosa de su pueblo y fortín inexpugnable de la paz familiar, de la que han sido parte importante nuestros primos, Juan, Cati, Maria José, Chimo y Carmen, sus hijos, nietos y consortes, cuyas atenciones, cariño y cuidados, tanto para ella, como para nuestro padre, han hecho fortalecer los afectos entre nuestras familias de la que nuestra madre ha sido el gozne de unión entre todos nosotros.
La «tía María”, como cariñosamente todos la llaman, ha sido el punto de unión, la argamasa del edifico familiar. Vaya para ellos un agradecimiento muy especial. La “tía María” os quiso, de sobra lo sabéis, y estaba orgullosa de todos vosotros. Gracias a todos por hacerla feliz.
Era feliz, os podemos decir, que muy feliz, en su querido, en nuestro querido pueblo, en el que siempre estaba presta para participar en sus fiestas, que sentía y vivía con intensidad y alegría: jamás se perdió una entrada, ni una retreta, ni unos bailes del Niño, ni un ruedo de banderas, ni por supuesto una Semana Santa. Su casa, nuestra casa, siempre abierta a los familiares y amigos que venían a compartir su hospitalidad y habilidades de excelente cocinera de platos típicos de nuestra tierra. Tiempos que ya no volverán, pero que permanecerán siempre entre nosotros, como tiempos de felicidad que compartimos con ella.
Fue una mujer adelantada a su tiempo, que a los trece años se quedó huérfana de madre, pero que encontró en su hermana Encarna, una madre y una hermana, lo que forjó entre ellas un afecto especial, que siempre permaneció vivo. Una mujer que educó a sus hijas en la igualdad con el hombre, sin estridencias ni reivindicaciones utópicas, pero consciente de que el camino para conseguirlo era el estudio, el trabajo bien hecho y el esfuerzo diario. Luchó por que sus hijas tuvieran una profesión digna como paso necesario para gozar de la necesaria independencia, pero sin abandonar las labores domésticas, para poder ser autosuficientes.
Para terminar, queremos también referirnos a dos personas excepcionales que, sin pertenecer a la familia, se han hecho merecedoras, por su sacrificio y abnegación, por su permanente e imprescindible ayuda, por sus incansables desvelos y cuidados, a una mención muy sentida y especial: Gracias a nuestra querida Catalina, la doctora Toril.
Gracias igualmente a nuestra querida Lola, la doctora Albero. Ya con nuestro padre demostrasteis vuestro cariño y profesionalidad. Sabéis que sois parte de nuestra familia y que os queremos y estamos muy agradecidos. Y a su amiga, a su entrañable y leal amiga, Carmencita, con la que mantuvo y desde niña una relación intensa y permanente de afecto y cariño, y que estuvo junto a ella hasta el final, en el que solo la muerte pudo separarlas.
Finalmente, no queremos ni podemos olvidar al equipo del servicio de paliativos del Hospital de Almansa, en el que la doctora Virginia Parra y la enfermera Goyi Blázquez
han sido auténticos Ángeles de la guarda de nuestra madre. Y lo mismo podemos decir del magnífico trabajo de la doctora Belén Coronel y de los doctores Abel Bordallo y Carlos Gargallo, así como de los enfermeros del servicio de rayos del Hospital Virgen de los Lirios de Alcoy. A todos ellos, sin distinción, queremos agradecer su calidad humana, su profesionalidad, su sensibilidad y dedicación, su cariño y su permanente sonrisa, junto a un trato exquisito para con ella que, en momentos tan especiales, le han evitado cualquier tipo de sufrimiento o dolor físico.
Ha sido para nosotras un orgullo tenerla como madre, consejera y guía. Su recuerdo debe estar lleno de alegría por haberla podido disfrutar. La pena nos acompaña. Pero su figura, alegre y festiva, permanecerá siempre viva. Descanse en paz.
Sus hijas Julia y Gracia, sus nietos José Vicente y Carlos, su biznieta Candela y su yerno José, os dan las gracias por estar aquí hoy.
Muchas gracias.