Mientras que el hombre no evolucionó y convivió en armonía con su entorno, nuestro planeta fue un paraíso. Cuando nuestra especie tomó conciencia de que tenía capacidad para apropiarse del mundo y del resto de especies que en él habitaban, comenzó su propia autodestrucción.
Los seres humanos apenas tenemos término medio a la hora de tomar decisiones. Mucho menos, cuando van en su propio beneficio. Y a los perjuicios que podamos causar a los demás, se les puso nombre hace unas décadas: daños colaterales. Es una forma de definir finamente «Váyase usted a la mierda, lo mío es lo primero«.
Todo lo que la Madre Naturaleza nos ofreció amorosamente desde el inicio de los tiempos, hemos terminado por convertirlo en un desastre… Sí, somos unos malos hijos.
Hemos incrementado los niveles de gases invernadero, subiendo la temperatura de nuestro planeta y, por tanto, creando un desajuste a nivel mundial que ya estamos pagando. Pero, además, hemos creado la radiactividad artificial, y hemos hecho con ella infinidad de pruebas nucleares militares, contaminando amplias zonas del planeta. Hemos fabricado unos 10.000 millones de toneladas de plástico, de las que apenas el 9% hemos reciclado. Hemos talado y deforestado países enteros, hemos destruido ecosistemas, hemos acabado con especies animales, hemos envenenado cauces de ríos y hemos creado productos químicos que destruyen el medio ambiente día a día.
Nos hemos equivocado, ahora lo sabemos, pero lo malo es que aún sabiéndolo, a algunos no les importa. Precisamente, los dirigentes de los países más contaminantes y más destructores del medio ambiente, son los que menos hacen para intentar frenar el desastre que acabará con el mundo. A Trump, seguramente, no le quita el sueño que su planeta, que es el mío, agonice dentro de un siglo. Él estará muerto, y parece que su capacidad para visualizar el futuro no alcanza más allá de lo que dure su mandato.
Hasta la ONU, no muy comprometida hasta ahora con este problema, ha dado este año la voz de alarma. Pero ha sido Greta Thunberg, la joven activista sueca, la que parece que ha removido conciencias. Pese a las críticas, y de que el marketing se haya hecho cargo del personaje, no es nada malo que haya conseguido movilizar a una buena parte de las sociedades del mundo, en especial, a los jóvenes. Yo espero que este movimiento acabe consolidándose y dé paso a algo más organizado, aunque el peligro de manipulación por parte de los lobbies mundiales siempre va a estar ahí, dispuestos a llevar las cosas hacia sus intereses.
Cualquier iniciativa que ayude, aunque sea mínimamente, a mantener un poco mejor nuestro entorno, ha de ser aplaudida. Por ejemplo, en la Feria de Yecla de este año, como imagino que ya se hará en muchos otros sitios, se puso en marcha una buena iniciativa: por un euro comprabas tu vaso, y lo tenías para toda la noche. El resultado: un 70% menos de consumo de plástico. Quizás en las próximas Fiestas de Caudete también se podría aplicar.
A veces, pienso que podríamos copiar muchas cosas buenas de los animales. Sería volver a aquella época de armonía con nuestro entorno, cuando aún no nos creíamos los amos del mundo, con derecho a todo y sobre todo. No hace falta volver a las cavernas, pero sí a volver a aprender a respetar y a querer la casa donde vivimos.